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Categoría: Hechos Reales

El fin de la carretera

Ya casi me había acostumbrado al molesto zumbar que permanecía dentro de mis oídos aún por espacio de al menos una hora después posterior a que el avión en el que me había trasladado de la Ciudad de México a la de Hermosillo, hubo de haber tomado pista.
En realidad el trámite de salida del aeropuerto no se comparaba en tiempo con el tedioso esperar en mi puerto de salida.
El vuelo fue normal, bueno sí es que normal son el soportar al menos cuatro o cinco sacudidas que fueron rematadas con la caída, que no aterrizaje, en la única pista, recién inaugurada por cierto, del aeropuerto de la ciudad que marcaba el fin de mi traslado aéreo y esto en su etapa de ida.
Invertí casi tres horas en la salida, escasos noventa minutos en el aire, pensé en agradecerle a mi secretaria el que no me hubiese conseguido uno de esos vuelos de los llamados “Guajoloteros” y lo mejor; solo quince minutos para abandonar las instalaciones aeroportuarias. La mala es que la temperatura ambiente rondaba los cuarenta grados Centígrados o Celsius o °C al fin de cuentas es lo mismo pero el calorcito si que ralla en emulo de alguna Sala Infernal.
En la planta baja junto al Expendio de Carnes empacada de cortes clásicos de carne de res de la región y que son la ultima oportunidad de regresar con algo típico para degustar una buena parrillada algo bastante harto diferente a los casi transparentes bistecs que se consiguen en los puestos del mercado de la colonia o en la carnicería que ha soportado por inmemorables épocas la misma esquina que se salvó de ampliaciones por la construcción de un eje vial, el paso del Metro y las derrumbes que ocasionó el temblor del 85 de no muy gratos recuerdos.
Pues este expendio era en realidad el último refugio sino el único con posibilidad de adquirir algún recuerdo para la familia que a la sazón permanecía en la Ciudad Capital. Claro que los precavidos podrían haberse provisto de las típicas “Coyotas” una especie de tortillas de harina tostadas en horno de leña y rellenas con piloncillo que en verdad son adictivas o de la famosa artesanía zoomorfa tallada en la durísima madera conocida como “Palo Fierro”, artesanía que ha permitido y ha dado a conocer a los “Seris”, conglomerado tribal de la región, propiamente en todo el mundo.
Era en esa ocasión la primera vez que me trasladaba a la Termoeléctrica de Puerto Libertad, misma que se encontraba en su período de construcción.
Atendía al llamado del Superintendente de la Obra a fin de resolver algunos problemas técnicos que se habían presentado en esa fase de la obra. No era para enterarme, ni siquiera para tratar de resolverlos, la idea era que efectivamente resolviera todos los problemas de los cuales había sido enterado telefónicamente por el Superintendente lo cual presentaba una cierta ventaja a mi favor en la posible solución adecuada al servicio solicitado para lo cual y a partir de mi llegada contaba con todo el tiempo del mundo siempre y cuando la solución estuviera en marcha al inicio del siguiente turno de trabajo.
Como se acostumbra, alguien fue encomendado para recibirme y trasladarme a lo largo de los casi tres cientos kilómetros que median entre el aeropuerto y la obra. Tomaríamos la carretera costera hacía el norte.
Una vez identificada la persona que me trasladaría, mediante un letrero improvisado en una cartulina que alguna vez fue folder además de un color bastante chillante y con el logo de mi compañía, bueno el de la compañía en la que prestaba mis servicios como ingeniero, aproxime a él. Posiblemente le habían puesto el antecedente de mi apariencia ya que al acercarme se dirigió a mí;
- ¿Ingeniero Villegas?
- Si
- Permítame su maleta “Inge”, yo soy “Cometa”
Todo esto muy ceremonioso adornado con el típico acento en su hablar propio de la región.
- Perdón ¿Cómo te llamas?
- “Comenta”, solo “Cometa”, inge.
- Bueno, pues mucho gusto.
- Yo soy su chofer, inge.
- ¡Ah! Que bien.
- La “picap” está cerca, sí quiere voy por ella, inge, porque el calorcito si que pega.
- Si, ya lo sentí, pero mejor estiro las piernas.
- Como guste inge, me dijeron que lo llevara primero la oficina.
- Si, así es, tengo que revisar algunas cosas.
- Pues vamos inge.
Obvio que no volví a escuchar mi nombre ya que en adelante sería solo “Inge”.
El viaje a la oficina aunque corto en tiempo y en distancia marcó u real contraste entre lo frío del interior de la aeronave, el acondicionamiento del interior del edificio terminal y lo caliente del interior dela “picap” y peor que no contaba con aire acondicionado.
- Por qué no tiene aire la picap
- Nos lo quitan, inge, dicen que con el aire nos dormimos.
- Vaya
Por fin llegamos a la oficina donde me esperaba el Director acompañado por os ingenieros encargados de la obra. Fui presentado como el Ingeniero Responsable Técnico de todas la obras de la División de Construcción Pesada, lo que motivó una autentica avalancha de comentarios respecto a los problemas adicionales a los que ya conocía.
Continuamos concatenando problemas, soluciones y prioridad de acuerdo al Programa de Obra, fincamos responsables y establecimos fechas.
La junta se dio por terminada ya que el sol casi se ocultaba en el horizonte confundido en cielo y mar.
Algunos ingenieros tenían otras actividades, el Director se despidió no sin antes encomendarme la solución a todos lo problemas.
- Pues ya ves, sí que hay para rato.
- No te preocupes, me quedaré el tiempo necesario.
- Pues, hasta que te llamen de otra obra ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
Salió rumbo al aeropuerto donde se embarcaría camino a Monterrey, solo el Superintendente y yo nos dispusimos a trasladarnos a la obra cuyo arribo sucedería tres horas después.
La Central Termoeléctrica está ubicada a trescientos kilómetros al norte de Hermosillo. Desde luego que “Cometa” sería nuestro conductor.
Condujo hacía el boulevard que propiamente atraviesa la ciudad de sur a norte.
La travesía fue amena con la plática del Superintendente al que por cierto lo identificaban solamente como el “Súper”, plática que versó de múltiples tópicos sin llegar a mencionar lo relacionado con los problemas que nos reunían, lo cual me agradó. Ya llegaría el momento en que dejaríamos de tratar y hablar de ellos.
- Fíjate inge que de aquí al campamento vamos a agarrar solo cinco curvas, en dos de ellas haremos alto total ya que son entronque y aunque no divisemos vehículo alguno, Cometa hará alto total. Como que estamos muy influenciados por las costumbres gabachas. Y solo hay una curva peligrosa, bueno eso de peligrosa es una exageración ya que el buen Cometa gira el volante escasamente unos diez centímetros cuando mucho.
- Entonces, por qué es peligrosa.
- Aunque no lo creas, se siguen. Lo monótono de las rectas pierde al conductor y hasta allí llegan, por eso no nos permiten manejar, eso es chamba de un profesional y nos es por nada pero Cometa es el mejor, por eso te lo he asignado.
- Caray, pues muchas gracias.
- No inge, tenemos que cuidarte ya que nos vas a resolver muchos problemas. .
- No te creas, solo vengo a ayudarles.
- Pues buena falta hacía alguien que nos echara la mano.
A pesar de la desmañanada, lo aburrido del viaje, lo tedioso de las juntas y sumando a que eran dos horas más temprano comparado con mi reloj biológico, el viaje a la obra fue bastante ameno con ese y otros comentarios de “Chencho”, el Súper.
- Lástima que ya casi oscurece.
- ¿? Por qué.
- Porque podrías ver todo lo que e el desierto, que de desierto no entiendo por qué ya que tiene mucha vida animal así como vegetal.
- ¿De verás?
- Pues ni te voy a contar porque lo descubrirás por ti mismo.
Al llegar propiamente a la mita del camino, se dejó escuchar un completo silencio. Cometa de por si, callado, Chencho dejó de hablar y yo que estaba en el lugar de privilegio, es decir, el lugar junto a la ventanilla que con el vidrio abajo dejaba entrar un fresco aire propio del crepúsculo. Miré sin ver algo mas de pronto a lo lejos en el horizonte terrestre me pareció ver algo similar a rastros lumínicos como los que trazan los fuegos pirotécnicos al elevarse, estallar y caer.
- ¿En algún lugar hay fiesta?
- No creo, por qué.
- Me pareció ver fuegos artificiales.
Por primera vez desde que dejamos la oficina en Hermosillo, Cometa abrió la boca para hablar y digo hablar porque todo el trayecto conducía al tiempo que daba cuenta de una generosa porción de semillas de calabaza, de las que conocemos como “Pepitas” y que desde luego y por simple atención compartió con Chencho y conmigo mismo pero, de mi parte solo fue algo así como unos cinco minutos.
- Ah que inge, no son fuegos, son estrellas, pequeños cometas que caen de vez en cuando y más en esta región que se le conoce como “El Silencio”. Aquí hasta las personas se callan, no se oye nada, los radios no funcionan y no se escucha ninguna estación de radio, solo un zumbido.
- Entonces, lo que vi . . .
- Fue una “Lluvia de Estrellas”.
Comentó Chencho.
- ¿Lluvia de Estrellas? Pues fue bellísimo.
- Si, siempre lo es, no te cansas ni te aburre verlo una y otra y otra vez.
- Pues sí es así de bello, tienes razón.
- Y eso que no has visto todo el desierto. Te vas a enamorar, así me pasó a mi.
- Pues ya empecé a conocerlo.
- Sucede lo mismo que con el mar.
- ¿?
- Empiezas a conocerlo y nunca acabas y cada vez encuentra algo nuevo.
Chencho tenía razón.
- Ya llegamos.
- ¿A Puerto
- Si, mira ese letrero.
“Fin de la Carretera”
- ¿Fin de la Carretera? ¿Cómo es eso?
- Pues hasta aquí llega.
- ¿El pavimento?
- No, todo, después no hay nada.
- ¿Nada?
- Como lo oyes.
- Pues habrá una vereda o algo parecido.
- Pues ni algo parecido, no hay nada.
Llegamos al campamento. De mi parte con dos horas de retraso en mi hora de dormir, así que decliné la invitación de Chencho.
- ¿Vamos a casa a tomar un cafecito y unas quesadillas, inge?
- Gracias Chencho pero ya estoy muy cansado, mejor lo dejamos para otra ocasión.
- Te entiendo inge, eso nos pasa la primera noche, pero en la siguiente te aclimatas.
- Más me vale.
- O te “Acli-mueres”.
Cometa se dirigió a la cabaña que me habían asignado y que en adelante pasaría más tiempo ahí que en mi propia casa. Comedido bajó mi maleta que había viajado en la caja de la “Picap”, me entregó la llave de la puerta después que la abrió, encendió la luz y me señaló el control para el aire acondicionado.
- Buenas noches inge, que descanse.
- Buenas noches Cometa y muchas gracias.
- De nada inge, a qué hora quiere que pase por usted, inge.
- ¿A qué hora entran?
- ¿A la obra o a la oficina? Inge.
- A la oficina
- A las siete, inge.
- ¿Y a la obra?
- A las siete, inge.
Sonreí en mis adentros y le dije;
- Pues al cuarto para las siete.
- Mh inge, mejor paso a las diez.
- No por favor, un poco antes de las siete.
- Ta’bien inge, un poco antes d e las siete y no olvide cerrar bien su puerta, inge.
- ¿se meten?
- Si, inge, los mosquitos y “pior” el “Pinolillo”, ese hasta atraviesa la mezclilla, inge.
- Bien, gracias de nuevo.
- ¡Ah! Inge.
- Si.
- No olvide atrasar su reloj dos horas, inge.
- Que bueno que me lo recuerdas.
La verdad es que desde que escuché el robótico anuncio en el avión como preparación para el aterrizaje cuidé de ajustar mi reloj a la hora local. Por cierto que el relojito, un ENICAR era regalo de mi exnovia, motivo por lo cual lo apreciaba mucho.
No tuve ímpetu siquiera para quitarme la ropa, solo retiré mis anteojos y al recostarme boca abajo sobre la cama, que era nuevo como todo el escaso mobiliario, me quedé profundamente dormido.
El último pensamiento que cruzó por mi ya cansada mente fue el de “Fin de Carrete. . .”
Mi reloj biológico ajustó su natural alarma y me desperté como de costumbre, las cinco con quince, hora local.
Abrí los ojos, vi el estampado del sobrecama, algo así como brochazos sin ton ni son de múltiples colores. Lo vi perfectamente debido a que la lámpara cenital así como la del buro permanecieron encendidas toda la noche.
Me levanté, me di un rápido regaderazo con agua fría ya que el calor no había menguado durante la noche, me vestí y salí con la idea de desandar la poca distancia de mi cabaña al mencionado letrero.
Afuera ya estaba Cometa con la “Picap”
- Buenos días inge.
- ¿? Buenos días Cometa. ¿Que, no duermes?
- Si inge, a ratos. Estoy “Cuadrado”.
- ¿?
- Cuando guste inge
- Bueno es que pensaba caminar a la entrada.
- Como guste inge. Lo sigo inge.
Empecé a caminar. ¡Que prácticos son los zapatones de seguridad! Me siento como tractor. Voy pensando en eso de “Cuadrado”. Llego al enigmático letrero, lo leo y volteo hacía adelante y. . .nada, no hay nada, ahí termina la carretera o el camino. Lo releo, vuelvo a voltear. . .y nada.
Efectivamente es el “Fin de Carretera”,

Agosto de 2012
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.75
  • Votos: 24
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6870
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