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Mi familia no era muy grande, solo éramos mis padres, mi hermana Katherine de 9 años, mi hermano Felipe de 5 y yo, Margareth de 15. Katherine era amante de los animales, pero tenía debilidad por aquellos con problemas físicos, los abandonados. Siempre solía traer perros con sarna o con alguna discapacidad a la casa y mi mamá hacía que los devolviera a la calle. Un buen día, mi padre llegó a casa con un gato negro sin ojos, era la cosa más horrible que había visto.
-¿Por qué trajiste esa cosa? Llevatela papá, da miedo.
-No lo haré, lo traje para tu hermana, quiere una mascota y esta parecía ser perfecta para ella. ¿Ama a los animales en desgracia, no?
Ni mi mamá ni yo estábamos contentas con la decisión de papá, pero mi hermana se veía feliz, así que intentamos ignorar nuestra incomodidad, pero para mi era realmente complicado. El gato no tenía ojos, solo dos agujeros negros horribles y aun así parecía que podía ver a traves de mi alma. Mi hermana lo cargaba en sus brazos, pero el gato no para de girar su cabeza en mi dirección, como si pudiera verme.
Así transcurrieron los días, el gato se la pasaba por toda la casa, jugando como si se tratara de uno normal, no se tropezaba, no tenía problemas en tomar objetos o de comer lo que sea que le diera mi hermana, simplemente no parecía que fuera ciego. Una noche, mi madre le dijo a Katherine que soltara al dichoso gato y se fuera a lavar las manos para cenar. El animal estuvo en el suelo por unos minutos, con su cabeza en mi dirección, me dio miedo y me fui a cenar con mi familia.
Entrada la noche, mi hermana estaba llamando al gato y este no aparecía, por mi parte yo estaba feliz, al fin esa cosa había desaparecido, ya no tendría miedo de verlo o encontrarlo en cualquier lugar, sería feliz otra vez. Luego de una hora de búsqueda, mi hermana comenzó a llorar por ese animal y así estuvo hasta que se quedó dormida. Yo me fui a mi habitación y me quedé dormida.
Pronto sentí que me faltaba la respiración, como si algo estuviera sentado encima de mi, cortando mi respiración. Quería abrir mis ojos y no podía, estaba paralizada, sintiendo como el aire se iba de mi cuerpo, pero de la nada, esa sensación fue reemplazada por dolor en todo mi cuerpo. Sentía que desprendían mi piel de la manera más tortuosa posible y solo escuchaba mi respiración agitada y un maullido muy cerca de mi rostro.
Desperté aturdida, mareada y sudada. Vi la hora en mi reloj de mesa y eran las 12:30 de la madrugada. Traté de calmarme hasta que vi una sombra pequeña en la puerta de mi habitación, al encender la luz, no había nada. Volví a dormir y cuando pensé que podía descansar, tuve el mismo sueño, igual de espeluznante y real, solo que esta vez desperté por el grito de mi hermana desde su habitación.
Mientras me levantaba, vi que eran las 3 am. Cuando llegué a la habitación de Katherine, me encontré con que había un hombre muy alto en su ventana, vestía de negro y en su rostro solo podían verse las cuencas vacías en lugar de sus ojos. Tomé a mi hermana rápidamente y fuimos hasta la habitación de mis padres, pero la escena era mucho peor.
Mi padre estaba boca abajo en su cama, con un charco de sangre manchando todo y al voltearlo, nos dimos cuenta que no tenía ojos, uñas ni lengua. Mi madre estaba en las mismas condiciones, con la boca abierta donde salía sangre a borbotones, su cuerpo aún convulsionaba por la impresión, pero no tenía ojos. Mi hermano pequeño no paraba de llorar y cuando intenté salir de casa con ellos, el gato se interpuso en nuestro camino.
No importaba a donde fuéramos, el gato nos perseguía y no nos dejaba salir. Estuvimos sin comer por una semana, la despensa estaba vacía, nadie vino por nosotros y el olor putrefacto de los cuerpos de mis padres inundaba toda la estancia. No podíamos dormir, cada vez que cerrábamos los ojos, el gato amenazaba con arrancarlos de su lugar.
Morimos 7 días después. La policía encontró nuestros cuerpos sin ojos ni lengua, llenos de mucha sangre y con trozos de piel faltantes, piel que se había comido el gato sin ojos…
¿Quieres al gato sin ojos?
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