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Categoría: Fábulas

El gato y la ratita

Hubo un gato que vivía con su ama en una acogedora casita hecha de madera, situada junto al río.
Se dedicaba a retozar, a dormitar plácidamente y a dejarse acariciar y mimar por su dueña.
Nunca tuvo necesidad de cazar.el hambre no le constreñia a hacerlo, pues estaba ahíto de sabrosos alimentos preparados con esmero que su ama le proporcionaba.
Por otra parte, los roedores que antaño habitaban allí, sospechando que el gato pudiere estar agazapado en cualquier rincón, apenas se dejaban ver entonces; un miedo ancestral les impedía hacerlo, salvo raras ocasiones en las cuales desafiaban al peligro amparados por el hecho de que el felino, tras una copiosa comida, solía ser invadido por el sueño y se quedaba tan laxo que su capacidad de reacción mermaba, hecho que daba a los roedores una pequeña ventaja en su huida si es que el felino hacía ademán de perseguirlos, lo cual ocurría en contadas ocasiones porque la mayoría de ellas le vencía la pereza; y cuando ocurría, era más bien debido a la curiosidad o a cierto afán lúdico, que no acuciado por el hambre, ni mucho menos por sentirse desafiado.
Los pequeños roedores no suponían un reto para él.
En cambio, él era considerado una amenaza por ellos, quienes lejos de prestarse a sus presuntamente inofensivos juegos, habían emigrado a otro lugar más apacible.
Pero un día, mientras descansaba en su cesta de mimbre, vió cómo una pequeña ratita danzaba y correteaba ante él; a veces se acercaba tanto que podía sentir en sus bigotes una especie de vibración debida a las corrientes de aire que originaban sus raudos movimientos.
Parecía querer llamar su atención con tanto aspaviento y cabriola.
El gato la miraba atónito.
!He aquí un roedor que no huía como alma en pena al verle!.
La ratita probablemente no había visto jamás un gato, pensó él. Y era cierto.
Desde muy temprana edad quedó huerfana, por tanto, nadie le habló de gatos.
Ni siquiera otros congéneres.tras incontables peripecias,aquella ratita habituada a ingeniárselas sola en su lucha por la supervivencia inspiraba sentimientos controversos; su determinación frenaba a algunos en su tentativa de aproximación, otros eran frenados en seco por ella misma, hastiada de su simplicidad.
De modo que no le resultaba fácil entablar amistad y estaba habituada a descubrir el mundo por sus propios medios.
Tanto era así, que llegó el día en que decidió partir en pos de otras perspectivas, y abandonó su lugar natal.
Sin dudarlo, se instaló en su nueva morada apenas la descubrió.
Le gustó el calor de hogar que desprendía y el sosiego reinante en ella ; el crujir de la madera y el crepitar de las llamas restallaban en el silencio, causando un efecto hipnótico.
Luego descubrió además que aquella casita era una bien surtida despensa en la cual podían hallarse variados y deliciosos manjares, insospechados por ella.
La anciana señora ya no veía con suficiente nitidez ; sus pasos inseguros y sus temblorosas manos la inducían frecuentemente a dejar caer algo comestible en la despensa mientras recopilaba ingredientes para la elaboración de sus guisos o, una vez terminados éstos, durante el recorrido desde la cocina hasta la mesa situada en el centro de la estancia, donde comía.
No reparaba en el hecho, no sólo debido a su insuficiencia visual, sino también a que nunca tuvo que limpiar los restos, porque si no era el gato quien hincaba el diente al codiciado botín, era el audaz roedor quien se encargaba de dar buena cuenta del exquisito bocado.
La ratita observaba a menudo al gato desde su escondrijo y se sentía fascinada por aquél ser de largo pelaje que se intuía suave y cálido, que andaba con tal sigilo que, de no ser por el peculiar olor que desprendía y que había aprendido a detectar a distancia, a menudo se habría encontrado ante sus narices sin percatarse de su llegada, y cuyos movimientos cadenciosos hacían sospechar que, no obstante, era capaz de saltar con gran agilidad y precisión, como bien pudo constatar en sus observaciones posteriores.
Aquél maravilloso especimen le encantó hasta el punto que había decidido exibirse abiertamente para mostrarle su pericia en las artes del funambulismo y de ese modo, incitar su curiosidad y facilitar el acercamiento.
Deseaba ser su amiga, compartir vivencias y juegos, aprender a moverse con aquella elegancia y majestuosidad que le caracterizaban, descubrir los secretos escondidos tras su enigmática mirada.
Lo deseaba tanto que estaba dispuesta a correr cualquier riesgo en el intento.
Vencidas la prudencia y timidez iniciales , salía a menudo de su agujero, primero para observarle a hurtadillas, hasta que llegó a dar rienda suelta a la temeridad y se atrevió a salir a pecho descubierto.
Al gato aquello le cayó en gracia, de hecho. no tanto por la osadia de la traviesa ratita como por lo mucho que le divertían su trasiego y sus gráciles piruetas.
Mientras yacía indolente la observaba sin perder detalle de sus evoluciones.
Su parsimonia afianzó la confianza de la ratita, que se mostraba cada vez más atrevida.e incluso un tanto perversa ante la impasibilidad del felino.
Quería arrancarle del que parecía un ostracismo pertinaz .
Paulatinamente, el gato depuso su actitud pasiva para participar en el juego, un tanto condescendientemente al principio, para pasar a tomar la iniciativa en numerosas ocasiones.
Transcurrieron los días y se hicieron inseparables amigos.
Un aciago día, la intrépida ratita, anhelando encontrarse con su compañero de juegos, salió imprudentemente de su madriguera en presencia de la anciana señora.
Ésta, al verla, lanzó un estridente alarido que erizó el sedoso pelo del felino.e impelió a la fuga al pequeño roedor.
La ratita corrió a refugiarse en la despensa, con tan mala fortuna que fué a caer dentro de un recipiente repleto de maiz.
La escandalizada anciana mostró con un gesto la repugnancia que le causaba aquél incidente y trató de ahuyentar a la ratita a escobazos.
Ella pudo zafarse de la escoba y corrió hacia su escondite.
Acto seguido, la anciana conminó al felino a emprender la persecución.
Imaginar que la ratita podía campar por su despensa a sus anchas ponia en su voz un matiz histérico que hería los tímpanos del gato.
Éste se vió obligado a hacer la pantomima, temiendo la irascibilidad de su ama, aunque sin poner mucho énfasis en ello.
Pero ella no se conformaba con amagos, exigía más de él.quería que diese caza a la ratita sin dilación.que le presentase su cuerpo inerte prendido de sus fauces.
Dado que el gato no parecía entusiasmado por la labor, a la anciana se le ocurrió una estratagema para lograrlo; retiró todo resto de comida visible y le mantuvo en ayunas durante días.
Para exacerbar su apetito, ponía ante él un plato del cual se desprendían apetitosos efluvios que hacían que el estómago del desdichado felino sufriese dolorosos espasmos.
Cuando se disponía a degustar lo presentado ante el, ella retiraba el plato con un rápido ademán, exigiéndole como requisito para obtener el premio que le trajese como galardón a la infortunada ratita.
Cada vez que el minino se retiraba a descansar, ella lo espoleaba a puntapiés, acuciándole para que emprendiera la caza.
Si lo encontraba en algún recóndito lugar, exausto debido a la tenaz persecución a que era sometido y al prolongado ayuno, le arrojaba agua helada recogida del río a modo de maniobra disuasoria.
El gato, casi enloquecido por la inanición y el sueño, aterido de frío por los frecuentes baños, temia hasta por su propia supervivencia.
Ni siquiera los denodados esfuerzos de la ratita para animarle y aliviar su tensión surtían efecto.lejos de ello, hacían que el gato se mostrase cada vez más arisco y beligerante, seguramente en su fuero interno culpaba a la ratita de su precaria situación.y en parte era cierto.
Ella era consciente del peligro.pero no podía huir y abandonarle.
No se resignaba a vivir en las sombras sin su estimado compañero.
Resultaba ser más doloroso que la idea de perecer bajo sus colmillos.
" Si he de enfrentarme a la muerte cada día para estar cerca de él.que así sea.", pensaba la ratita.
Finalmente el gato, sintiéndose acosado, en un ataque furibundo arremetió contra ella, e ignorando su patética mirada, le asestó un mortífero zarpazo que casi cercenó el frágil cuello de la ratita.
El felino sintió su cuerpo exangue desmadejarse entre sus afiladas garras.su sangre se le antojó tan dulce y amarga a la par.!
La anciana, tras la visión del exigido trofeo , prodigó al gato mimos y atenciones. Le preparó una suculenta pitanza e incluso le permitió dormir en su propia cama.
Aunque él ya no se regocija como hacía antes con las caricias de su ama.ni siquiera con los arrumacos de una gata que merodea el lugar.
Tampoco siente apetito por la olorosa y variada comida.a menudo mira con desdén los manjares servidos por su dueña y renuncia a ellos con gesto displicente. no colman su avidez.
Sólo la tibia sangre calma su sed, aunque no la sacia .sabe que no volverá a gustar aquél sabor acridulce.ahora la sangre le resulta insípida, sólo siente su tibieza en sus gélidas entrañas.
Cree que el exterminio de los roedores acabará con su nostalgia.por tanto, ninguno volverá a suponer un conflicto para él, los persigue despiadadamente.
Ahora conoce el placer morboso que otorga la caza.el olor del miedo causado en sus víctimas acrecienta sus ansias sanguinarias.
Permanece al acecho, y siempre que descubre un roedor es acometido por una furia salvaje.
salta sobre él con ojos inyectados en sangre y turbios debido a las lágrimas.lágrimas de rabia e impotencia.
Además, sabe que mantener la casa libre de roedores le permitirá seguir gozando de algunos privilegios y cierto sosiego.
Por eso, desde entonces, los gatos dan caza sin tregua a los roedores; son antagonistas porque no pueden compartir el mismo espacio.
Pero al mismo tiempo, permanecerán irremediablemente unidos.
Porque siempre que alguien imagina al gato. también imagina a la ratita.
Datos del Cuento
  • Categoría: Fábulas
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1 comentarios. Página 1 de 1
fer
invitado-fer 10-09-2013 22:55:21

uf me canse de tanto leer

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