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El genio

EL GENIO

La última vez que sintió la caída fue cuando ella lo conjuró con unas cuantas palabras:

-Ya no te quiero- Le dijo asomándose a la madera de comejenes de la ventana de su cuarto.

El, quiso mirarla a los ojos, pero ya no pudo porque empezó a desbarrancarse por los despeñaderos de su olvido y así se fue cayendo, cruzando veintisiete meses y le dio la vuelta a la tierra hasta volver al lugar donde quiso aferrarse. Donde ella era ahora la presencia de violetas en las atarjeas abandonadas.

Se había ido.

¿En cuál abrazo estaría metida ahora; para quién estaría preparando la sopa de rosales y atrayendo la luz hacia su patio de piedras coloradas y retoños de nuevas madreselvas?

Se fijó primero que nadie estuviera cerca para que no le vieran llorar y entonces se le fue soltando un quejido que llenó los cántaros en demasía y que comenzó a bordear hasta más allá de los corrales, las lagunas, la sierra y el mundo que parecía haber sido creado tan sólo para que naciera ella.

Angelina.

La mujer más amada de todos los desiertos y todos los confines y todos los mares de la tierra.

Había sido como un sueño conocerla.

Despertó con el tronido de los engranes del cariño que se le echaron a andar un jueves por la tarde a las treinta y siete años mientras descubría el origen de las mareas y los ciclos de la luna.

Los cuatro sabios del mundo le habían estado consultando cada vez con más frecuencia y ahora se había olvidado de ellos para dirigir hasta el último pedazo de sus atenciones a la aparición celestial de Angelina que se metió en su vida, iluminando los adoquines con sus pisadas, atrayendo la luz del cielo por donde se movía, reverdeciendo los paisajes que miraba.

Solamente comenzó a saber que había cosas más impresionantes que la astronomía, las matemáticas, la simetría de la música y los nuevos cultivos en hidroponía cuando ya era algo tarde para fortalecer su corazón con las pastillas de la ciencia y la sabiduría mundana.

Ahora estaba metido en el centro del universo con la traslación hacia Angelina y lejos de Angelina. Angelina de todos los amaneceres, de todos los pensamientos, de todos los sentimientos; Angelina de todos los pesares.

Un día ella quiso quererlo, vencida al fin por todas las maquinitas de cucús que daban la hora del centro y la montaña, de ángeles que extendían pergaminos con décimas de Becquer, de animalitos mecanizados en su mesa y de la lluvia de anís provocada sobre sus jardines.

Divertida por las cartas de letra invisible que se aparecía cuando desdoblaba el papel ante sus ojos; convencida por el camino de piedras de colores que él se puso a fabricarle para que pasara sin rozar sus vestidos en las zarzas y por la noche construida para que viera estallar en el firmamento oscuro las magentas letras de su nombre.

El conjuro sucedió por los días de lo imposible y lo posible cuando aquel genio que podría cambiar al planeta, descubrir vacunas, curar enfermedades y armar aparatos para escucharse desde lejos, se encontraba dándole vueltas al reloj de sus pisadas por la casa de Angelina.

Quizás se entretuvo dejándose caer en los días de su caída y lo que nunca pudo descubrir el genio es que el amor es como una simple rueda donde en lo más alto se iba a encontrar con el principio que ahora le tenía ensopado en sus propios desperdicios junto a una ventana que había desaparecido entre las larvas y por donde se le habían ido veintisiete meses en los que se había envejecido tan viejo como su desesperanza.

Algunos años después Angelina preguntó por el genio que alguna vez la amara como nadie; pero nadie supo contestarle que allá andaba pensando el ella , sin descubrir ahora nada, queriendo formar con plumas las letras de su nombre; tratando de pescar las águilas, navegando en el frío de la madrugada de su propio desierto, remado contra el amor que de por sí, es una locura.



Lauroadame.
Datos del Cuento
  • Autor: LAURO
  • Código: 9238
  • Fecha: 26-05-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 4.93
  • Votos: 15
  • Envios: 2
  • Lecturas: 4694
  • Valoración:
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