Había una vez a la orilla de un río un huerto muy singular, con unas verduras y unos árboles frutales especiales.
El dueño del huerto era un hombrecito muy pero que muy anciano que tenía fama de sabio. Además de ir a comprarle la verdura y la fruta los habitantes del pueblo donde estaba el huerto a la orilla del río le pedian consejo cuando tenían problemas y el hombrecito muy pero que muy anciano tenía soluciones para todo.

En aquel pueblo no había médico así que cuando estaban enfermos iban al huerto en busca de remedio. Que alguien se resfriaba, le daba a beber el jugo de una de sus naranjas y al momento estaba curado. Que alguien tenía dolor de barriga, antes de terminar de comerse la manzana que le había dado se le había quitado el dolor. Cuando el maestro le llevaba algún niño que no veía bien la pizarra le daba un manojo de zanahorias y le decía.

-Cómete una zanahoría cada día y cuando termines de comertelas todas verás perfectamente lo que escriba el maestro en la pizarra-.

Un día llegó hasta el huerto el hombre más rico del pueblo, tenía un terrible dolor de cabeza y quería que lo curase.

-No tengo nada para curar tu dolor de cabeza-.

-¡Cómo es eso!- exclamó el hombre rico muy enfadado- Tienes remedios para todo el mundo y para mí no.

-Tengo remedios para los que tienen fe y tú no la tienes. Ademas la única forma de que ese dolor de cabeza se te quite es pensando menos en el dinero.

El hombre rico se marchó murmurando entre dientes.

Se me olvidaba deciros que el hombrecito muy pero que muy anciano se llamaba SABELOTODO y de apellido CURALOTODO y... COLORIN COLORADO ESTE CUENTO SE HA ACABADO.