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El imperio de la magia 2

Seyz estaba en auquellos momentos practicando el vuelo, volando a unos metros encima del suelo, recorriendo con la vista cada milímetro del terreno. Sabía que cualquier movimiento significaria su desayuno. El hipogrifo aprovechaba la suave brisa del norte para cabalgar por los cielos, planeando con las alas desplegadas. La libertad era lo que más valoraba el hipogrifo, la cualidad de poder andar y volar a la vez, el ser dos animales, el ser aún joven.
De repente, Seyz salió de su pensamiento y bajó en picado, sorprendido por una liebre que en esos momentos corría. Aunque Seyz era joven -joven pero no de pequeño tamaño- tenía un aspecto fiero, unas garras fuertes y un valor grande. Así pues, aterrizó en una pradera y se puso a perseguir al pequeño mamífero. Su parte de caballo era perfecta para galopar, por lo que pudo alcanzar a la liebre sin problemas y, tras unos minutos de persecución, clavarle tajantemente una de sus garras. Seyz estaba orgulloso de sí mismo, de su nombre (Seizer, significa "agarrar", "devorador") y de sus características. Cogió a la presa y le clavó su pico.
Después de saciar su hambre, el joven (pero no pequeño) Seizer levantó el vuelo y se dispuso a volver al patio de la torba. Hacía un día maravilloso, se vislumbraban Ankuppas por los cielos y el viento estaba a favor. Seyz se quedaría allí... de no ser por el mágico vínculo del que no podía escapar que tenía con Punka y Krai.

Punka, tras vestirse con la túnica blanca como la nieve, salió al patio. Wornies la seguía, pero Punka hizo un gesto negativo con la cabeza.
-No, Wornies. Si vienes conmigo, vas a espantar a mis presas. ¡KRAI, ME LLEVO A NARA! -gritó Punka -Y SI NO TE IMPORTA, ¡TAMBIEN A LOS BASILISCOS!. Punka acabó la frase y abrió la puerta del corral. Tres serpientes de diminuto tamaño salieron disparadas de este. - ¿Wornies? -dijo tranquilamente Punka. El grifo acorraló a las pequeñas serpientes con cabeza de ave, y con un rugido, las obligó a dejarse poner la correa de cuero que llevaba Punka. -Gracias, Wornies. -Dijo ella. Acto seguido, abrió un bolsillo de su túnica y sacó un pomelo, que Wornies atrapó al vuelo cuando la joven se lo tiró.
Punka sacó a Nara del establo, donde guardaban a los caballos. Nara era la única yegua, de un color grisáceo, que hasta ahora poseían. Punka había estado intentando todo un mes atrapar a uno de los caballos salvajes de las llanuras, pero no podía. Así pues, intentó probarlo de nuevo. Metió a los basiliscos en una cesta, se montó sobre Nara y le dió un suave golpe con el pie en el costado.
En Emuras era tradición emplear a las crías de basilisco para la caza. Estas se domaban fácilmente, y acorralaban a la presa cuando su amo les daba la señal. Eran reptiles rápidos, ágiles y de carácter fiero. Cuando los basiliscos alcanzaban los cinco metros eran obligados a marcharse, pues cuando alcanzan la madurez los basiliscos superaban los 20 metros, no reconocían a su dueño y su actitud era brutal. Por suerte, los tres basiliscos de Punka medían algo más que 1 metro, tenían 5 años y tan solo eran unas crías. Un basilisco puede tardar siglos en crecer, ya que su vida es extremadamente larga.
Punka vió la entrada al imperio de Emuras, por la que salió a las montañas, llenas de árboles, praderas y llanuras. Las caprichosas montañas estaban adornadas con lagos, animales y color. Punka llevaba consigo una cuerda, su arco y flechas. también iria a recoger unos cuantos pomelos, algo de agua, bayas y por supuesto, a intentar atrapar a un caballo más. Llevaban una media hora de camino, cuando la joven vió un extraño animal volar. Un águila, o un ganso de gran tamaño. Punka pensó que sería un ave, y, cargando su arco con una flecha, disparó al cielo...

Seizer esquivó por los pelos un silbido que pasó volando a su izquierda. Miró asustado hacia abajo, pero no vió más que árboles y sombras. Aceleró el paso, y subió un poco. Le costaba porque esta vez el viento estaba en contra, pero en unos minutos ya había ascendido unos 20 metros. Ahora, las nubes guardaban su secreto. Seyz agudizó la vista, intentando encontrar algún punto brillante en mitad de aquellas Ankuppas. Parecía que el sol perdía la batalla contra la luna, pues estaba desapareciendo en el horizonte. Ahora tan solo unos rayos rojizos teñian el cielo, y la esfera plateada aguardaba en la otra parte de este. Seyz, tras unos minutos de vuelo, bajó suavemente. Había divisado la entrada a Emuras, que era de mármol gris, y medía 30 metros de alto. Los elfos la construyeron hace muchísimo tiempo, sobre una montaña de roca que ahora sostenía a el imperio. Seizer reconoció su hogar, y aterrizó el el patio de la torba, mientras inspeccionaba su alrededor. Todo parecía en orden, a no ser porque un diminuto ser estaba pegando golpes a la ventana. Seyz, con un rápido movimiento, cogió al duende de una pata y entró en casa.

Krai se sorprendió al ver entrar al hipogrifo con el duendecillo en su pico. Este forcejeaba sin parar y chillaba, lanzaba vocecillas incomprensibles hacia todas direcciones y parecía estar rabioso. El joven sonrió malignamente al duendecillo, triunfante al ver que el diminuto ser que no le dejaba dormir se encontraba ahora en el pico de su guardián.
-Seizy, puedes sacar de el tu cena; anda, llevatelo de aquí -Dijo Krai. Ahora el duendecillo chillaba más, y se movía con nerviosismo. Seizer se lo llevó al patio, y, cuando comprobó que Krai no lo miraba, dejó al duedecillo en el suelo y antes de que escapara, le dió un golpe con el pico tan fuerte que su diminuta silueta se perdió en el cielo.

Punka estaba algo decepcionada por la pérdida de su presa. Seguro que era un ganso gigante, de carne tierna. Bueno, que más daba. Ahora ya había alcanzado la pradera, y se encontraba recogiendo pomelos y metiéndolos en la cesta. Había amarrado a los basiliscos a un árbol, y estos no paraban de enroscarse y moverse. Nara pacía en una pradera cercana; Punka vió un árbol llamado Fargo, que daba unas bayas llamadas Fangenas. Eran de un tono azulado, y sabían a arándano. Eran de tamaño mediano, y tenían muchas vitaminas.Era un rico y tradicional alimento en Emuras. Cuando Punka llenó la cesta de Fangenas y pomelos, la pusó sobre Nara. Cogió a los basiliscos y los amarró a las riendas. La joven se montó en la yegua y le dió un golpe con el talón en el costado. El caballo relinchó y se puso a galopar. Los basiliscos les seguían reptando, ya que eran muy rápidos.
Cuando Punka alcanzó la pradera de los caballos ya era de noche. Distiguió siluetas de varios colores que se movían, relinchaban, y trotaban de aquí para allá. Punka ya sabía cual sería su presa, la llevaba siguiendo hace meses. Un caballo negro, rápido y veloz como el viento. Debería ser el jefe de la manada porque los demás caballos siempre le seguían. Punka, montada en Nara, se acercó lentamente, camuflándose entre la espesura. Los basiliscos susurraban sonidos siseantes entre ellos, y reptaban lentamente. Punka les quitó la correa de cuero, y produjo un extraño silbido con la lengua que Krai le había enseñado. Inmediatamente, un basilisco fué a la izquierda, otro a la derceha y el restante fué por el centro. Iban a acorralar al caballo que tanto quería Punka. Al cabo de unos minutos, los basiliscos estaban a unos 10 metros del caballo, que, sorprendido por unos débiles ruidos, se vió obligado a separarse de la manada. Muy bien, pensó Punka. Tras pensar esto, dio un suave golpe a Nara en el costado. Esta empezó a trotar hacia el caballo. El caballo, al ver la gran silueta que se le acercaba, se irguió sobre dos patas y relinchó. Los demás caballos huyeron. Rápidamente, Punka ató la cuerda a una de sus flechas. Apuntó hacia el suelo que estaba debajo del animal y tiró...
Un silbido cruzó en viento y fué a enroscarse en las pezuñas del caballo. La flecha estaba clavada en el suelo, pero la cuerda se había enroscado en sus patas. El caballo relinchaba frenéticamente y forcejeaba por huir. Ya no había rastro de los otros caballos. Hubo un momento en el que el caballo casí logra escaparse, pero uno de los basiliscos de Punka le profirió un fuerte colpe con su cola en las patas, lo que hizo que el caballo perdiera el equilibrio y cayese al seulo. Punka ató la cuerda al cuello del animal, deshizo los nudos de sus patas y lo puso en pie. ¡Había capturado a su caballo! ¡que sorpresa se llevaría Krai!. Punka ´creó otro silbido similar al anterior, y los basiliscos acudieron a su dueña, quién les ató las coreas de cuero alrededor del cuello de los tres reptiles. Ató las cuerdas a las riendas de Nara, y le dió un golpecito en el costado, como siempre. La yeguá relinchó y se puso a galopar. El caballo negro, atado por su derecha a las riendas, les seguía obligadamente. A veces el caballo iba en contradirección, pero los basiliscos le obligaban a volver al camino.
Cuando Punka vió la entrada a Emuras, el terror la invadió. ¡Había llamas por algunas zonas, y humo por todas partes! !¿Que estaría pasando?! Punka, horrorizada, fué directa a la entrada.
**********
Fin de la 2ª parte
Datos del Cuento
  • Autor: Alana
  • Código: 8126
  • Fecha: 03-04-2004
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 6.03
  • Votos: 96
  • Envios: 3
  • Lecturas: 3309
  • Valoración:
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