Él estaba sentado en la sala, fumando sus cigarrillos rubios de siempre. Ella dudó en tocar a la puerta, pero se decidió por entrar sin llamar. Allí lo vio. Cruzaron sus miradas, desafiantes y altivas. El hombre le pidió que se sentara mientras expiraba una bocanada de humo, sabedor de que a ella siempre le molestó su vicio.
Parecía que nadie quería romper el helado silencio que los rodeaba e intentaba alejarlos más uno del otro. Ambos creían que empezar a hablar era un síntoma de debilidad y por ello evitaban emitir palabras. Pasaron casi dos minutos hasta que él cedió y comenzó a hablar... siempre había sido él quien cedía. Hablando suave y pausado preguntó qué había venido ella a hacer allí. La hizo sentir una intrusa, una extraña en la que, hasta hacía unos meses, había sido su casa, su hogar.
Las hirientes palabras hicieron que ella se sobresaltara mientras sus ojos empezaban a sentir la inminente llegada de las primeras lágrimas. Intentó hablar pero él la interrumpió. Le dijo que ella había olvidado todo lo que habían pasado juntos y lo había despreciado. Finalmente ella se dejó llevar por sus sentimientos y empezó a lloriquear; él se sintió una porquería y pensó en ofrecerle un pañuelo, aunque no quería aparecer como un débil frente a ella.
Ella intentaba en vano secar sus lágrimas que corrían por las mejillas como ríos interminables mientras el hombre seguía sentado, insensible ante el espectáculo que tenía enfrente. De repente ella levantó la vista, y con un hilo de voz, le habló. Entre sollozos le dijo que lo que ella había hecho no tenía perdón y lo entendía en su proceder, que él no se merecía tener a alguien como ella a su lado, alguien que no le había correspondido todo el amor que él le había profesado a lo largo de tantos años.
Esas palabras hicieron ver al hombre que todo terminaba. Ella se daba cuenta de su error y no se sentía digna de pertenecerle; pero él la amaba y sentía que no debería dejarla ir. Hacía días que tenía pensado en perdonarla pero para ello debiera de tener una muestra de su arrepentimiento y su fidelidad... y ahora ella estaba en su casa, llorando como una niña y pidiéndole perdón.
Apagó el cigarrillo y se levantó del sillón. Fue hasta ella y la abrazó. No pudo mantener su firmeza y él también comenzó a llorar mientras ella le decía que lo seguía amando y comenzaba a besarlo.
* * *
Esa misma tarde ella volvió a su casa y desde entonces volvieron a vivir como una pareja feliz. Pero igual todos los fines de semana ella encuentra alguna excusa para salir y volver a encontrarnos, mientras el estúpido del marido sigue creyendo que es un ser insensible que tiene a su esposa bajo sus pies.
Muy buen cuento, el final me fue inesperado. Me gustó.