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Érase una vez una abeja… una mariquita… un gusano… una colonia de hormigas…
Eran mediados de julio y hacía días que el calor apenas dejaba casi respirar.
Pero hoy era un día especial, Cristian cumplía 6 añitos y su mamá llevaba semanas preparando su fiesta de cumpleaños. La casa en la que Cristian vivía junto a sus papás era realmente hermosa, y contaba con un amplio jardín en el que el pequeño disfrutaba todas las tardes jugando con sus juguetes. Desde el comienzo de la mañana el teléfono no dejaba de sonar puesto que todos los amiguitos de Cristian deseaban felicitarle. Ese mismo día por la tarde lo celebrarían todos juntos en el jardín el cual lucía adornado de guirnaldas, globos y confetis de colores que, Olga, la mamá de Cristian había ido colocando durante toda la mañana. El pequeño estaba realmente ilusionado con la celebración y esperaba con impaciencia a que llegaran las cinco de la tarde, hora en la que sus amigos comenzarían a llegar a su fiesta. Y así poco a poco, entre llamadas de teléfono, sonrisas y tirones de oreja llegó la hora de la fiesta. Nadie faltó a la cita, todos sus amigos llegaron a casa acompañados de sus mamás y de pequeños regalos de todos los tamaños que la mamá de Cristian guardaba junto a la gran mesa colocada en el jardín y en la cual estaba la merienda que los niños tomarían aquella tarde. Desde el comienzo todo resultó de maravilla, Cristian jugó con sus amigos aquí y allá, a la pelota, a los guerreros, a las canicas e incluso al escondite, mientras su mamá charlaba con los demás papas. Pero poco a poco el cielo comenzó a cubrirse de nubes por lo que decidieron adelantar el momento en que el pequeño debía soplar las velas de su tarta de cumpleaños por miedo a que lloviese y no pudiese disfrutar del ansiado momento. Pero por fin llego el momento y tras un “cumpleaños feliz” cantado al unísono por todos sus amigos, el niño sopló las velas y cada uno de los pequeños recibió su trocito de tarta. Apenas habían pasado diez minutos de este momento cuando comenzó a llover y todos corrieron despavoridos al porche de la casa donde resguardarse de la lluvia. Y así, sin previo aviso, pequeños trozos de bocadillo, miguitas de tarta, trocitos de ganchito y otro pequeñitos manjares volaron por los aires cuando los amigos del pequeño corrían a toda prisa en dirección a la casa para no mojarse. Pero lo que Cristian no sabía era que aunque la fiesta con sus amigos en el jardín de su casa había llegado a su fin, otro gran festín comenzaría en breves en el justo momento en el que aquellos pequeños manjares tocaban apenas la hierba mojada por la lluvia. El primero en dar la señal de alarma fue el gusano Pepito que próximo al árbol de la casa observaba atónito toda la comida que como caída del cielo salpicaba el jardín en el que él y los otros pequeños insectos vivían desde hacía años. Pronto fue a informar de la situación a Paquita la mariquita que como todas las tardes dormía la siesta debajo de una gran hoja de rosal. “¡Despierta!” – le dijo Pepito de un grito, ante el cual Paquita se despertó de un salto. “El jardín está lleno de comida. ¡Por fin nuestras deseos se han hecho realidad! , todos estos días de sequía en los que apenas hemos tenido nada que comer han acabado. Avisa a Legión, la colonia de hormigas del jardín, hemos de trasladar la comida a las despensas del árbol corteza o de lo contrario la mamá de Cristian recogerá toda la comida cuando la tormenta amaine y no podremos coger nada”. Y así presurosa y con la rapidez que siempre la caracterizaba, Pepita se dirigió corriendo (puesto que el vuelo era imposible con la lluvia) al hormiguero de las soldado Legión. Su gran organización, disciplina y su fuerza permitieron en pocos minutos ir amontonando la comida en una pequeña montaña y así hileras de hormigas recorrían el césped de la casa, trasportando los suministros hasta la gran montaña de comida. Después y , cuando la lluvia comenzó a cesar, Aleja la abeja más experimentada, trasportó al vuelo los trozos de alimento desde la gran montaña hasta las despensas del árbol corteza, las cuales hasta aquel momento llevaban días vacías y ahora lucían llenas de suministros con los que todos los insectillos del jardín se alimentarían a partir de hoy durante días. Y así, sin saberlo, la fiesta de cumpleaños de Cristian fue una gran fiesta, puesto que, no sólo fue celebrada por él y sus amigos, sino también por Pepito el gusano, Paquita la mariquita, Aleja la abeja, las hormigas de la Legión y el resto de insectos del jardín que gracias a su cumpleaños aquel verano pudieron alimentarse como nunca.
FIN
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