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Matías y Mateo eran dos ladrones muy astutos que llevaban muchos años robando sin ser atrapados. Eran tan buenos que la policía no había conseguido nunca alguna pista fiable que les ayudara a dar con ellos.
Un día Mateo y Matías fueron sorprendidos en pleno robo. Estaban desvalijando una joyería cuando apareció un policía. El susto que se llevaron los ladrones fue enorme, porque no habían saltado las alarmas. Pero el policía también se asustó mucho, porque estaba allí de casualidad, haciendo un favor al dueño, que era su tío.
-¡Alto, policía! -gritó el agente, sacando su porra, que era lo único que tenía en ese momento.
Mateo y Matías se miraron el uno al otro y se empezaron a reír.
-Voy a pedir refuerzos -dijo el policía, intentando controlar el tembleque de su voz y de sus manos mientras sujetaba la porra.
Mateo y Matías seguían riéndose. Por eso no se dieron cuenta de que se iban hacia una estantería, con tan mala suerte que se chocaron contra ella y la estantería cayó encima del policía.
-Vámonos, Mateo, esto ya no tiene ninguna gracia -dijo Matías a su compañero.
-No podemos dejar a este hombre aquí -dijo Mateo-. Hay que ayudarlo. La estantería le está haciendo daño.
-Así no podrá seguirnos ni llamar a nadie -dijo Matías-. Aprovechemos este golpe de suerte.
-No me iré dejando a este hombre así -dijo Mateo.
-Te pillarán y te meterán en la cárcel -dijo Matías-. Yo me voy. Tú haz lo que quieras.
Matías levantó un poco la estantería, puso una silla debajo para sujetarla y ayudó al policía a salir. Tenía muchas magulladuras y varios huesos rotos.
-Tenemos que ir a un hospital -dijo Mateo.
-Tu amigo tiene razón, serás arrestado -dijo el policía.
-No voy a dejarte aquí tirado -dijo Mateo-. Esas fracturas tienen muy mala pinta. Seré un ladrón, pero tengo principios.
Mateo dejó al policía apoyado contra una pared y buscó ayuda. Cuando la ambulancia llegó, el ladrón y el policía se despidieron.
-Sabes que te buscaré para detenerte, que es mi obligación -dijo el policía.
-Sé que lo harás. Es lo correcto -dijo Mateo.
El policía avisó desde la ambulancia a sus compañeros. En la escena del robo solo encontraron a Matías, que había vuelto a terminar el trabajo que había empezado con su compañero.
A Matías lo pillaron por avaricioso. Y, aunque quiso librarse de parte de la condena delatando a su compañero Mateo, de nada le sirvió, porque Mateo no dejó ningún rastro.
Desde entonces Mateo no volvió a robar. Sabía desde el principio que eso no estaba bien y no quería que nadie saliese herido nunca más por su culpa.
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