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El señor Laparda, de nombre Armando, era un famoso ladrón al que todavía nadie había conseguido dar caza. El problema es que Armando Laparda no robada cosas normales: robaba palabras.
Armando Laparda se colaba en las bibliotecas y, con un aparato especial que él mismo había diseñado, robaba todas las palabras de los libros y los dejaba completamente vacíos. Armando Laparda guardaba todas las palabras que robaba en un escondite secreto del que nadie tenía conocimiento. Solo él sabía dónde estaban escondidas las palabras robadas.
Nadie sabía qué aspecto tenía el señor Laparda, pero todos sabían que había pasado por allí porque dejaba una firma inconfundible con su nombre y apellido en todos los lugares que asaltaba.
Llegó un día en el que todas las bibliotecas tenían los libros en blanco. Y no compraron más, por miedo a que Armando Laparda se enterase y volviera por allí, así que tuvieron que cerrar sus puertas. Las librerías también cerraron tras correrse la voz de que Armando Laparda empezaría a saquear las palabras de los libros que vendían, pues no quedaba biblioteca por saquear.
-No podemos permitir que esto ocurra -dijo el capitán Duarte, el policía más importante del momento-. Hay que cazar a ese ladrón y recuperar las palabras. A este paso, cerrarán hasta los colegios, incluso nos quedaremos sin prensa.
Tras mucho pensar, el capitán Duarte elaboró un plan.
-Abriremos una nueva biblioteca, una gran biblioteca, pero usaremos los libros en blanco que Armando Laparda ha dejado tras de sí. Varios policías de paisano disimularán, como si estuvieran leyendo, para que el ladrón no sospeche.
-¿Cómo evitaremos que la gente se entere de que los libros están en blanco? -preguntó un agente.
-Será una biblioteca a la que solo se pueda acceder con invitación, pero no concederemos a nadie la entrada, salvo a nuestros policías encubiertos -explicó el capitán Duarte-. Armando Laparda pensará que la invitación es una forma de evitarlo, lo que llamará más su atención y se colará.
Y así lo hicieron. Juntando todos los libros que Armando Laparda había dejado en blanco se construyó la biblioteca más grande de todos los tiempos. Pero los días pasaban y el ladrón de palabras no aparecía. Pero los policías fueron pacientes, a pesar de lo aburrido que resultaba ver libros en blanco.
-Hay un sospechoso en la sala de novela histórica -dijo disimuladamente el agente López, usando el radiotransmisor que tenía escondido en su oreja.
-Estoy en la sala -respondió muy bajito el agente Rivas.
-Voy para allá -dijo el capitán Duarte, que no había abandonado la operación ni un solo día-. Dejadlo solo y ocultaros. Tiene que pensar que está solo.
Varios policías, junto con el capitán Duarte, se escondieron. El sospechoso se pasó horas paseando por los pasillos, pero no abrió ni un solo libro. Después se fue. Los policías descubrieron por dónde se colaba al verlo marchar.
Al día siguiente el sospechoso volvió, esta vez con un mochila. Los agentes disimularon como siempre, pero sin perderle de vista. El sospechoso volvió a pasearse por todos los pasillos. Al final del día, cuando creía que ya nadie se fijaba en él, el sospechoso abrió su mochila y sacó un artefacto rarísimo.
-Esperad, no hagáis nada todavía -dijo el capitán Duarte-. Hay que pillarlo in fraganti.
El sospechoso cogió un libro, apuntó hacia él con su aparato, lo abrió y….
-Pero, ¿qué es esto? -dijo el sospechoso.
-¡Alto! ¡Policía!
Decenas de agentes saltaron sobre el sospechoso.
-¿Eres Armando Laparda, el famoso ladrón de palabras? -preguntó el capitán Duarte.
-Sí -dijo el detenido, temblando de miedo-. No quiero ir a la cárcel.
-Tal vez podamos llegar a un trato si devuelves todas las palabras robadas -dijo el capitán Duarte.
Armando Laparda llevó a la policía al lugar donde ocultaba las palabras robadas. El ladrón devolvió todas las palabras a sus libros con su máquina y prometió no volver a robar más. Como prueba de su buena voluntad, Armando Laparda ha transformado su máquina de robar palabras en una máquina de recoger malos humores. ¡Eso sí que es una buena idea!
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