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El lago helado

El invierno había caído de repente. De la noche a la mañana, todo el pueblo se había cubierto de nieve y el pequeño lago se había helado por completo.

Todos, niños y adultos, habían sacado sus ropas de abrigo y habían salido a jugar con la nieve, a pesar del frío.

Pero Federico quería hacer otra cosa: quería patinar sobre el lago helado. No tenía patines, pero daba igual. Él se conformaba con deslizarse por la superficie de hielo.

—Ni se te ocurra ir al algo —le dijo su madre—. La superficie puede romperse en cualquier momento y caerías al agua.

A pesar de todo, Federico estaba empeñado en jugar en el lago helado. Veía a algunos niños pisar el hielo, justo en la orilla, y volver corriendo, un poco asustados. Pero él estaba dispuesto a llegar al centro del lago.

—En cuanto mamá se despiste, me iré —pensó Federico.

Pero la madre de Federico no perdía ojo y, en cuanto el niño se acercaba un poco al lago helado, ya estaba su madre recordándole que no debía jugar ahí.

El día terminó y todos volvieron a casa, a tomar una sopa bien calentita y a descansar.

Al día siguiente el día volvió a amanecer frío y con más nieve aún. Federico pensó que su madre ya no se acordaba de los del lago, y enseguida salió de casa. O más bien lo intentó, porque nada más poner un pie en la calle ya escuchó a su madre decir:

—Ni se te ocurra acercarte al lago.

Federico, visiblemente enfadado, respondió:

Con el frío que ha hecho esta noche seguro que la capa de hielo es más gruesa y fuerte.

—He dicho que no —insistió su madre.

Esa tarde, la madre de Federico organizó una pequeña fiesta de invierno para celebrar su cumpleaños, e invitó a todo el pueblo.

—Esta es la mía —pensó Federico. Y en cuanto pudo se escapó de la fiesta.

—¿Dónde está Federico? —preguntó su madre, preocupada al no verle por allí.

—Salió hace un rato por la puerta —dijo una de las vecinas.

La madre salió corriendo y fue directa al lago helado. Y allí estaba Federico, en medio del lago, deslizándose, sin darse cuenta de que ya se había empezado a quebrar la superficie.

Varios vecinos había seguido a la madre de Federico. Y entre todos la ayudaron a atar una cuerda larga a un árbol para que el niño se agarrara a ella para regresar.

No llega —decía uno de los vecinos.

—Ata una piedra a ese extremo y podremos lanzarla más lejos —dijo la madre de Federico.

Esta vez la cuerda llegó hasta el niño.

—Cógela y vuelve dijo su madre—. Si el hielo se rompe bajo tus pies podremos sacarte del agua.

Federico ser asustó muchísimo. Enseguida cogió la cuerda y se la pasó por la cintura, haciendo un nudo por delante. Avanzó con cuidado sin soltar la cuerda, escuchando el hielo crujir bajo sus pies.

Y, finalmente, llegó a la orilla.

—Lo siento mamá —dijo Federico, abrazándose a su madre.

Todos volvieron a la fiesta y celebraron que todo había salido bien.

Esa fue la última vez que Federico desoyó a su madre. Entendió que, por muy pesada que le resultara su madre, en el fondo sabía lo que era mejor para él.

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