He escuchado tantas voces y todas repiten lo mismo: mi nombre, una y otra ves, y lo repiten cada vez que me ven pasar por sus pueblos. Por ello tuve que alejarme en busca de un lugar en donde nadie me conociera, pero veo que es en vano. Tengo más de cien años, quizá muchos más, la verdad es que no recuerdo ni me importa recordarlo. Vagaba por el mundo de pueblo en pueblo y, como les cuento, todos me reconocen, y eso, con el tiempo, es inaguantable...
En mi camino tuve que buscar los mares, desiertos, bosques, y siempre buscando lo mismo, un poco de paz, reposo... pero siempre uno es preso de sí mismo, sobre todo cuando miras al cielo y te encuentras con lo mismo que llevas dentro, es decir, una negra pizarra sin marco, adornada muy de cuando en vez con estrellas, con una luna, que, al igual a uno no saben su edad ni les importa un comino... tan solo buscan su destino, el brillar y brillar hasta que su mecha se apague. ¿Será aquel el mensaje de toda criatura? ¿Será el sentido de todo un espacio de luz sobre esta negra pizarra sin marco? Puede que así sea. En mi caso, me siento hermanado cuando, sentado sobre una roca, las contemplo, sintiendo que soy una estrella, y una de las viejas, que va y va, de un lado hacia otro, hasta apagarse, y ser una mancha mas sobre la negra pizarra sin marco...
Una noche en que miraba una estrella me dije si todo podría cambiar, si las estrellas podrían romper su silencio y ponerse a conversar conmigo un instante... En eso meditaba, cuando escuché mi nombre pronunciándose en todo el espacio, y pude entender que éllas, también me conocían. Me paré y me propuse caminar sin parar hasta quedar enterrado sobre toda esta tierra, y así lo hice, y así lo estaba haciendo, sino fuera porque me encontré, en una zona llena de árboles y plantas, con miles de aves que se cercaban como si yo fuera el patriarca de la vida... Me les acerqué, pero todos ellos retrocedieron como registrando su distancia. Luego, ante mi asombro, todas juntas pronunciaron mi nombre. Aquello fue demasiado. Cogí muchas piedras, y se las tiré con toda mi rabia una y otra vez hasta presenciar que todas desaparecieron como el polvo en un tornado. Ante esto, estuve a punto de quebrarme y llorar cuando sentí que la piedra que tenía en la mano palpitaba. La miré y ella tenía cientos de ojos, y cada uno de ellos cerrados, pero palpitaba como mi corazón, y luego, pude escuchar un susurro, un suspiro, era mi nombre repitiéndose como un mantra, una y otra vez… Solté la piedra y entendí que debía alejarme lo más rápido posible de todo… y de todos…
En mi larga carrera escuché al viento, al mar, a la ovación de las hojas de cada árbol pronunciando mi nombre, y fue allí en que decidí arrancarme los oídos, pero fue tonto e inútil, pues dentro de mí escuché el mismo pálpito, el mismo susurro, el mismo nombre… Estaba condenado. Mutilado en vida cuando vi a lo lejos mí destino... Era una cueva. Era mi cueva. Negra como una embreada noche. Fría como el sueño de un muerto. Iba a entrar corriendo cuando sentí que mis fuerzas se apagaban como las llamas de una vela ante el soplo del viento. Caí al suelo, pero me arrastré como un gusano y, con gran suerte, pude llegar a ella... Que hermoso fue llegar, era como si todas las fuerzas me abrazaran, alzaran… Me volvió el oído, mis piernas, todo retorno a mí. Me paré y a medida que penetraba en la cueva, todo empezaba a clarificarse como si dentro estuviera el centro de la vida... No me detuve y continué mi camino, y en este caminar escuché un coro de ángeles, y todos pronunciando mi nombre, de una manera tan bella y armoniosa que sentí mi corazón palpitar al mismo ritmo... Y cuando estuve frente a frente al centro de ellos... vi una sombra que se acercaba más y más hacia mí, volviéndose en una especie de ser dorado. Luego, no pude creer lo que veía. Allí, frente a mis ojos, estaba yo... yo, yo, yo, yo... Sí, era yo, pero no con las mismas carnes, era otro, como un hombre sin nombre, sin dualidad ni sexo... Fue entonces en que me eché a sus pies a llorar sin parar, y luego, pude encontrar el reposo, el descanso que tanto rogaba a la vida y a la muerte...
San isidro, abril del 2006