Érase una vez, hace ya mucho tiempo, un pobre leñador sueco que vivía solo en una cabaña en medio del bosque.
Por aquel entonces los lobos abundaban en la región.

Una fría mañana de otoño, cuando el leñador estaba junto al fuego de su chimenea, alguien llamó a la puerta. El leñador abrió y vio que ante el umbral había una de esas bestias, a la cual le chorreaba sangre de una pata.

- Amigo leñador - dijo el lobo con ojos tristes - Te suplico que me ayudes. Iba esta mañana por el bosque tan tranquilamente, sin meterme con nadie, cuando un cazador me hirió en la pata. Casi no lo cuento.

- No te preocupes, amigo lobo - le respondió el hombre - Entra en mi casa y siéntate junto al fuego. Enseguida te curo.

El lobo entró y se sentó junto a la chimenea como le había dicho el leñador. Después éste tomó algunas cosas de su botiquín y le curó la pata.
El animal, muy contento, le dio las gracias y se marchó.

Otro día sucedió que iba el leñador por el bosque cuando de repente tuvo la mala suerte de pisar una trampa para animales. El buen hombre cayó al suelo con la pierna atrapada y llena de sangre. Mientras sufría por el espantoso dolor, acertó a pasar por allí el mismo lobo al que días antes había curado.
Al verlo, le dijo con voz ahogada:

- Amigo lobo, ayúdame, como yo te ayudé cuando estabas herido.

El animal le miró y respondió:

- Mira, leñador, tú eres un ser humano, y yo sólo un animal salvaje. Si te pedí ayuda fue solamente por esta razón. Yo no puedo hacer nada por tí, sálvate tú solo.

Y dicho esto, se alejó tan fresco, dejando que el pobre hombre muriera desangrado.

FIN