Joaquin era un niño de nueve años, tranquilo, pensativo y muy estudioso; vivía en un pequeño cacerio, donde sólo había como treinta casas, una bodega, una plaza, una iglesia, una escuela, y una humilde biblioteca.
Joaquín todos los días al llegar de la escuela cumplía con sus obligaciones escolares y en la tardecita, después del almuerzo se iba hasta la biblioteca. Era una pequeña biblioteca donde sólo habían tres mesas, doce sillas y un estante con unos cuántos libros raídos y destartalados con sus hojas amarillentas y todas llenas de polvo; sin embargo a él le gustaba la biblioteca, le agradaba la lectura, en especial un libro con la portada de color rojo donde podía leer poesías.
Todos los días, menos el domingo, la biblioteca del pueblito tenía un visitante, un incondicional y asiduo visitante. . . el niño Joaquín, que iba a leer su libro preferido, donde pasaba horas y horas dando riendas suelta a su imaginación y fantasía.
Tiempo después su familia tuvo que irse del pequeño cacerío a otro pueblo un poco más grande, y se llevaron al pequeño Joaquín, buscando nuevas y mejores oportunidades. El niño a pesar de tener más comodidades, una mejor escuela, nuevos amiguitos, y otras cosas más para divertirse, no hacía más que pensar en su viejo y querido amigo. . . El libro gordo de la portada roja.
Una vez escribió una carta a su abuelo, quién todavía vivía en el pequeño cacerío, para que le llevara el libro, aunque fuese prestado, para poder leerlo los fines de semana. El abuelo fue a la biblioteca y estuvo buscando y buscando y no encontraba el libro que su nieto necesitaba.
Joaquín seguía escribiendo cartas y cartas al abuelo para que le llevara el libro de poesía, porque aunque ya había leído otros, no eran igual a aquel.
El abuelo le solicitó que le diera más detalles para poder buscar el libro y enviárselo, Joaquín le explicó que su portada era roja, que no sabía como era el título porqué le faltaban las cinco primeras páginas; que él había dejado una chupeta en la página 373 donde había un poema del cual olvidó el nombre y que sólo se acordaba que empezaba diciendo ” Tu sola presencia me índica la proximidad de la primavera. . . “
Con ésta información el anciano una vez más volvió a la pequeña y humilde biblioteca, paso horas y horas buscando, hasta que por fin lo halló. Allí estaba él dormido en un rincón, cansado de esperar el suave acariciar de las manos de Joaquín, quién se había ido sin decirle adios. El abuelo hojeó hasta llegar a la página 373 y quedó asombrado, palideció y no podía dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo; sólo había un palito seco y la página estaba completamente en blanco, pués según su parecer las hormigas se habían comido la chupeta que él había dejado, y Joaquín sin querer se había llevado en lo más profundo de su corazón el poema de la página 373 para que nadie más sintiera que la primavera se aproximaba y él estaba ausente.