Fue impresionante conocer al padre Luis Megías. Había estado como misionero en China durante muchos años. Llevaba sobre su cuerpo las marcas de la pasión de Jesús. No lo digo porque tuviese extraños estigmas, no. No se trataba de algo milagroso. Es que ciertamente se veía en él que había vivido experiencias de verdadero sufrimiento. Su rostro flaco y pálido, sus ojos hundidos, sus cicatrices… eran un testimonio del horror al que había sido sometido.
Cuando hablaba resultaba espeluznante. Apenas pronunciaba correctamente y había que hacer un gran esfuerzo para comprenderlo, pero no se trataba del idioma. Hablaba con mucha dificultad porque no tenía lengua. Este era el resultado de uno de tantos sufrimientos como padeció.
- Me corté la lengua yo mismo – contaba – porque temía que me sometieran a hipnosis o que me hicieran tomar una de esas drogas que te dejan fuera de control. Tenía miedo de revelar secretos que podían ser incluso cosas oídas en confesión. Por eso me sentí obligado a tomar esa decisión.
Recuerdo que me sentía acosado, sabía que me encontrarían tarde o temprano y me llevarían por la fuerza a algún lugar perdido. Ya me habían cogido y me habían torturado otras veces. Estaba desesperado.
Tenías que ver como me temblaba el pulso. Cogí aquel cuchillo largo, abrí la boca y con una mano sujeté mi lengua mientras con la otra procedí a cortarla. No te puedo explicar el dolor tan terrible y la sensación de terror que sentí cuando vi como sangraba. Después me quedé sin fuerzas, noté como todo se oscurecía… y abrí los ojos en aquel hospital. Había pasado mucho tiempo.
Pero lo que quiero contarte es que me dejé un trabajo a medias. Algo realmente impresionante.
Yo estaba tratando de anunciar la Palabra de Dios en una aldea perdida de aquellos campos de China. Es muy difícil anunciar el evangelio cuando la gente ha crecido en otra cultura, con creencias totalmente diferentes. Pero a los misioneros se nos trataba con un gran respeto. La gente sabía que aportábamos cosas buenas para ellos y nos miraban como a hombres de Dios. Por eso aquella familia vino a buscarme a mí.
Pensaban que su madre estaba poseída por un espíritu inmundo y confiaban más en mí que en los poderes de sus líderes religiosos.
Es lógico que yo no pudiera negarme a visitarlos, se trataba también de una oportunidad para mí; la ocasión de tener un contacto más cercano con aquella gente. Tenías que ver la pobreza y la sencillez con la que vivían.
Hacer un exorcismo es algo muy serio, se necesitan pruebas evidentes de que la persona está poseída, por eso te digo que tuve que dejar el trabajo a medias. Primero quise que comprobar que no se trataba de una enfermedad mental.
Aquella mujer tenía momentos de mucha tranquilidad, era una persona normal. Pero otras veces cambiaba su voz por una voz diabólica, y actuaba con una violencia y una maldad insólitas. Rechazaba casi toda la comida, sólo bebía un vaso de agua de vez en cuando.
Una de los motivos por los que pensé que estaba realmente poseída, fue precisamente que puse, sin que nadie me viera, dos gotas de agua bendita en el vaso que ella bebía. Sólo yo lo sabía. Pero cuando se lo dieron a beber escupió el agua y con la cara desencajada y los ojos a punto de salir de sus órbitas comenzó a maldecir y a blasfemar.
Otra prueba que hice fue hablarle en español. Resultó algo escalofriante, porque aquella mujer que no había salido jamás de China, que apenas sabía escribir su nombre, me contestó en español, hablando correctamente. Después le hablé en latín y me respondió en latín, también conversé con ella en inglés. Hablaba idiomas que ella no había escuchado en su vida. Y ahí no quedó todo. Estuve conversando con ella sobre temas de teología y de filosofía y me respondía a todo correctamente, con una inteligencia, yo diría, sobrenatural.
Pero como ya te dije, cuando comenzó aquella persecución contra los misioneros y fuimos torturados con aquellos métodos tan crueles, tuve miedo de revelar algún secreto y me corté la lengua. Esto me obligó a regresar a España y no pude volver a ver a aquella mujer.
Pero hace tres días que recibí esta carta. Quiero que veas esto.
El padre Luis Megías me mostró una foto. En la parte de atrás decía:
“Hemos sacado una foto a esa mujer y ha salido esto.”
En la foto se veía una mujer adulta sentada en una silla con una expresión feliz. Al lado de ella había una niña con una pelota.
Pero detrás de ella aparecía una extraña bestia con los brazos enormes que parecía estar abrazándola. Sus manos eran enormes garras y su rostro el de un terrible monstruo.
Nota: Esta historia es un hecho real. Se la escuché hace veinticinco años a un amigo que decía haber conocido al misionero, del que no recuerdo su nombre. También me dijeron que existía un libro titulado “Me corté la lengua” en el que se cuenta este episodio y aparece la foto. Ciertamente me encantaría leer el libro ver esa famosa foto.