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El misterio de la Laguna

-¡Mira abuelo!, he encontrado una nueva página en Internet en la cual escribes tu nombre y lo registras en el pueblo en el que naciste, ¿no te gustaría ver si hay alguien?-, dijo Marcos a su abuelo que estaba sentado en el sofá mirando la tele sin prestarle mucha atención.

-¡Tonterías, a mí de esas cosas no me hables que no entiendo nada!. No creo que de mi pueblo haya alguien, ¡si éramos cuatro gatos!. Hace ya más de cuarenta años que me fui de allí- le replicó Justicio.

-¿Cómo se llamaba tu pueblo, abuelo? Estaba en Guadalajara, ¿verdad?, preguntó Marcos a su abuelo.

-¡Sí, pero no te molestes, no encontrarás a nadie! Se llama Somolinos- le contestó.

-Albendiego, Condemios.....Sigüenza, ¡Somolinos, aquí está!. Voy a pinchar para ver si hay alguien registrado, decía Marcos. Su abuelo cerró los ojos pero escuchaba lo que le decía su nieto.

-Aparecen tres nombres: María Villar, Celedonio Castro y Claudio García- le seguía comentando Marcos a su abuelo que se encontraba ya en un profundo sueño.-¿Abuelo, me escuchas?, ¿Abuelo?-gritó.-Creo que se ha dormido, ya se lo comentaré cuando despierte- pensó.

En el sofá permanecía su abuelo completamente dormido.........
-¡Justicio, pasame el balón!, ¿Qué te pasa?, ¡No te quedes ahí quieto, van a cogerte!-le decía una voz.

¡No, no , dejame en paz! ¡Vete de aquí, es nuestra laguna!, susurraba.
Marcos escuchó los susurros de su abuelo y se acercó, le cogió del hombro derecho y le dio un leve balanceo.-¡Abuelo, abuelo, despierta, te has quedado dormido!, dijo Marcos.

-¡Ahh!, ¡Suéltame, no me toques! , se alertó Justicio.
-¡Soy yo, Marcos!, ¡Estas teniendo una pesadilla!- le zarandeaba.

Justicio abrió los ojos asustado.- ¿Marcos? ¡Eres tú!, al pronunciar esos nombres tuve una pesadilla, pero en realidad es algo que nos ocurrió cuando éramos pequeños, cambió nuestras vidas e hizo que abandonáramos el pueblo, sólo lo vivimos seis personas: yo, Celedonio, Claudio, Indalecio, Laureano Antonio y nuestro profesor Julián.

-¿Qué ocurrió?- le preguntó Marcos asombrado.
-Nunca le he contado a nadie nada de esto, de porque me fui del pueblo en cuanto pude, vivimos muchos años asustados por algo que ocurrió por culpa de la curiosidad de nuestro maestro, siempre quería investigar lugares nuevos. Te contaré todo desde el principio...

Justicio comenzó ha hablar de su pueblo, se levantó y fue hacía la mesa para llenar dos vasos de agua con una jarra que se encontraban allí.
.....no llegábamos a cien habitantes, los inviernos eran heladores en los cuales salíamos poco de casa y los veranos eran muy calurosos, menos mal que teníamos cerca la laguna y el río Bornova en los cuales nos refrescábamos.

El día que ocurrió aquello y desencadenó una serie de desgraciados hechos me encontraba muy feliz porque en la escuela íbamos a realizar unos experimentos con unos sapos que habíamos cogido mis amigos y yo en la laguna un día antes. El profesor Julián nos iba a explicar cómo diseccionar un sapo para aprender las partes de las que constaba, los había de dos especies diferentes, el sapo común o bufo bufo, y el sapo corredor, del cual se decía que su crok-crok se podía oír hasta dos kilómetros de distancia, y que se servía para alejar a los otros machos de las hembras. Recuerdo las caras repugnantes de las niñas asustadas al ver como Don Julián realizaba primero la disección con tal virulencia que nos extraño a todos ya que era un hombre tranquilo, parecía odiar a aquel sapo que no le había hecho ningún daño. A mí me tocó unos de esos corredores, el cual tenía una mirada algo extraña, como su quisiera decirme algo, en un primer momento me asusté porque no quería hacer daño a ese pobre sapo. Don Julián era muy bueno, algo no muy habitual en aquella época, y decía que si alguien no podía que no lo hiciese, que él lo haría encantado, que miraran a los compañeros como lo hacían.

De las niñas ninguna se atrevió a abrirlas, y de los niños solamente mis amigos y yo lo hicimos.
Yo miré fijamente a mi sapo, que era tan grande como mi mano, parecía decirme con sus ojos desafiantes que no lo hiciese, fue una mirada que nunca he olvidado. Lo hice y el sapo realizó un chillido que se escuchó en todo el pueblo.
Seis sapos fueron diseccionados aquel día frío de otoño en el que el pueblo apareció como manto oscuro cubierto por las hojas y por el cielo gris.
Una vez realizado el experimento y observado las partes de las que constaba el anfibio Don Julián las metió en una bolsa y nos llevó a la laguna para dejarlas allí. Decía que sería bueno para el resto de los animales. Llegamos a la laguna, eran las doce del mediodía pero parecían las doce de la noche, las nubes eran oscuras y parecían que se nos iban a echar encima, parecían que tenían vida. Fue un fenómeno que jamás habíamos podido observar. Don Julián nos hizo ir deprisa porque decía que pronto iba a descargar una gran tormenta.-¡Vamos chicos, tenemos que llegar antes de que nos coja la tormenta- nos gritaba. La laguna tenía una extensión de quinientos pasos de largo y doscientos pasos de ancha.
Justicio cogió un bolígrafo y se la comenzó a dibujar en el periódico nacional que había comprado.

-Tiene forma de óvalo, y se decía que sus aguas también procedían de los manantiales de Pedro y Grado, de la provincia de Segovia. Por el camino la gente del pueblo nos saludaba y no se podía creer como Don Julián podía llevarnos a la laguna y tal y como se estaba poniendo el día. -¿Estás loco Don Julián?, se oía.-¡A mi hijo no le llevas allí!, gritó una madre que corría hacia su hijo al cual cogió de la chaqueta y lo arrastró hacia su casa. Según íbamos pasando por las casas, las madres iban llevándose a sus hijos. Sólo quedamos aquellos niños cuyas casas no estaban en el camino entre la escuela y la laguna, éramos los seis que habíamos diseccionado a los sapos: Celedonio, Indalecio, Claudio, Laureano Antonio, yo y el profesor.

Subimos por la cuesta de la Retuerta hasta llegar hasta la laguna, la cual se veía muy oscura por la falta de luz. -¡Venid chicos, vamos a mi casa y cogeremos unos farolillos!, nos dijo Don Julián. Su casa estaba a pocos pasos de la laguna y fue una gran idea porque ya se estaba haciendo peligroso caminar cerca de la laguna. Anduvimos unos cincuenta pasos de donde nos encontrábamos y llegamos hasta su casa.-¡Pasad niños, estáis como en vuestra casa! nos dijo. Aquella casa era muy acogedora aunque no era muy grande, tenía una pequeña chimenea encendida que hacía que la casa se mantuviese muy calentita . En una esquina había un gran horno de leña con algunas cazuelas encima y al otro lado de la casa una cama hecha de paja y protegida con unas mantas. Delante de la chimenea se hallaba la mesa donde comía el profesor, apenas cabrían dos personas para almorzar en ella. Sobre está había algunos platos y tozos de pan.

-¡Vámonos, rápido! Se apresuró Don Julián después de coger dos farolillos que colgaban de la pared junto al fogón y encenderlos en él. Salimos de su casa y retrocedimos de nuevo cincuenta pasos encontrándonos en el mismo lugar al que habíamos llegado hacía un rato, a la orilla de la laguna, junto a una madriguera de castor, cientos de renacuajos nadaban en el agua turbulenta y negra. El suelo era fangoso y nuestros pies estaban pegados a él, cubiertos de lodo.

-¡Niños, os tengo que contar algo!, ¿Veis aquellas rocas ahí enfrente?, las dos más grandes- nos preguntó el profesor señalándolas con su dedo índice.

- ¡Sí, las vemos!, respondimos todos.
-Hace unas semanas me fui estaba de caza- nos explicaba el profesor -y me adentré entre los chopos buscando un pato al que había disparado y encontré un pequeño zorro que se lo llevaba cogiéndolo por un ala con su boca, lo apunté con el rifle pero no me dio tiempo a disparar, el zorro se fue veloz hacia una pequeña cueva que había entre esas dos grandes rocas. Pensé en que pasaría si entrase allí, arrodillándome podía entrar fácilmente, pero estaba algo oscuro, así que volví a casa a por un farolillo. Llegué de nuevo a aquel agujero oscuro y decidí entrar, me arrodillé, estiré el brazo en el que tenía agarrado el farol e introduje mi cabeza para ver que se encontraba allí. Pude apreciar y sucio, maloliente y humedecido pasadizo con unos escalones resquebrajados y en el cual vivían algunos sanguinarios murciélagos, de los cuales dos o tres intentaron atacarme-continuó el profesor.

El profesor no era de aquellos hombres que se asustaran fácilmente, era robusto y fuerte, aunque algo cabezón, hasta que no lograba algo no paraba, y ese afán de descubrir todo casi nos arruina la vida a todos nosotros. Él seguía con su historia describiéndonos aquel oscuro pasadizo que le condujo por el interior de la laguna:
-.....cada vez el agua me llegaba más arriba, ahora ya la tenía por las rodillas, y hacía más frío. Seguí avanzando unos treinta pasos más hasta que vi a lo lejos como el pasillo se ensanchaba cada vez más...

-¡Será mejor que no continués!- dijo una voz fría. Llevo aquí encerrada cientos de años y ninguno de los que han entrado me han traído lo que busco, pero tu sí que lo tienes.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?-pregunté.
-Necesito a cinco de tus niños para poder ser libre y salir de esta laguna. Hace cuatrocientos años me tiraron unos hombres a ella después de quemarme, mis predicciones les asustaron, predije las fuertes heladas en las que murieron mucha gente, pensaron que yo las había provocado. La única forma que tengo de escapar de aquí es beber la misma sangre de los que me mataron, y tus niños la llevan, ya son cientos de años intentándolo, pero nunca llegan a encontrarme, las paredes de esta laguna cambian cada vez que entra una persona convirtiéndose en un laberinto lleno de peligros inesperados. Todos los que han entrado no han conseguido salir, por eso lo del misterio de la laguna. No sabías nada porque eres de otro pueblo y nadie te lo ha contado, además hace más de cincuenta años que entró el último hombre aquí. ¡Si has llegado hasta aquí no te queda más remedio que ayudarme, tienes dos días o serás embrujado con la nube de sapos, a los cuales odio debido a sus chillidos! ¡Y otra cosa, los niños deben entrar solos!.

-¿Qué le dijiste?-le preguntó Laureano al profesor.
-¡Qué no!, esos niños erais vosotros cinco- respondió.
-¿Qué es eso de la nube de sapos?- dijo Indalecio.
-¡Por eso estáis aquí!, no me creí aquello que escuché, pensé que era algún fenómeno formado por los sonidos de los animales o algo de mi imaginación. Pero pasó un día, y el segundo, el tercero llegó pero no ocurrió nada. Al cuarto día ya no me acordaba de lo que escuché en la laguna ya que habían pasado más de dos días y no pasaba nada. Ese día terminé de comer y fui con un cubo a llenarlo a la laguna, de repente el cielo se oscureció y se escucharon los primeros truenos. Algo empezó a caer del cielo, dentro del cubo se introdujo una cosa pero que se desvaneció al chocar, el choque sonó como si reventase lo que había caído al cubo, en pocos segundos observé que llovían....¡SAPOS! y un sonido ensordecedor comenzó a penetrarme por los oídos, eran los chillidos de los sapos corredores, produciéndome un dolor difícil de describir. Lo extraño era que desaparecían al caer al suelo, los podía ver y escuchar sus chillidos y los golpes, pero sentía la lluvia en mi cuerpo.

-Ahí entendí el porque el maestro había rajado de esa forma los sapos que llevamos a clase-dijo Justicio a su nieto.
-¿Qué le pasó con la lluvia de sapos?, preguntó Marcos.

-Escucha, escucha...-, le contestó con voz bajita.
-Me metí en casa corriendo y me eché sobre la cama cubriéndome con las mantas la cabeza-continuaba el profesor. Aquella semana no dejó de llover y me estaba volviendo loco, tuve que ponerme tapones y caminar casi con los ojos cerrados. ¡Ya no puedo aguantar más!.

-¿Y que quieres que hagamos?- le pregunté yo.
-¡Acompañarme ahí dentro y ofrecerle vuestra sangre a esa alma perdida! dijo el maestro cuando una gran ola surgió de la laguna atrapando a Don Julián y llevándoselo hacía dentro.-¡Los sapo..!(glugluglu)-es lo ultimo que se le escuchó decir.
-¡Don Julián, Don Julián! gritábamos asustados.
-Creo que ha dicho algo de los sapos, nos los llevaremos.

-El alma le dijo que teníamos que ir solos, ¡por eso se lo ha llevado!, comentó Indalecio mientras se secaba el agua que le salpicó de la ola!
-¡Debemos entrar en la laguna!, dije apuntando con el dedo a las rocas.
Hacia aquellas rocas nos dirigíamos los cinco esperando saber que nos encontraríamos al entrar en el interior de la laguna.

Yo era el más mayor de los cinco junto con Laureano Antonio, que tenía mi misma edad, los ojos azules, era rubito, pero como a todos, algo le destacaba por encima de todos, que eran sus orejas, de ahí le vino el mote “El orejas”. Claudio e Indalecio eran los medianos del grupo, tenían dos o tres años menos que Laureano y que yo. Indalecio destacó por su gran afición a la escritura, era y fue un gran escritor, hasta tal punto que algunos de los libros que publicó los tengo ahí en la estantería. La mayoría son novelas de misterio o policíacas. Siempre le gustó investigarlo todo, descubrir nuevas cosas, y cuanto más extrañas mejor. Claudio era alto, tanto como nosotros, moreno y delgado, le llamábamos “El huesos”, porque se podían distinguir claramente todos los huso de su cuerpo. Por último, estaba Celedonio, el más pequeño del grupo, aunque era tan listo o más que muchos niños mayores que él.

Llegamos por fin a las dos rocas que no señaló Don Julián, y vimos el agujero.
-¡Esperad!- les dije al resto del grupo. Sólo tenemos dos farolillos, así que yo iré con Celedonio y vosotros tres iréis juntos detrás de nosotros, pero al entrar nos cogeremos de la mano para parecer uno porque ya oísteis a Don Julián que dijo que cada persona diferente el pasadizo cambiaba, ¿estáis de acuerdo?.

Ninguno de ellos contestó porque estaban tan asustados que no podían articular palabra, pero Celedonio se puso a mi lado y los demás pegados a nosotros, agarrados de la mano.
Nos tuvimos que agachar para entrar por la boca del pasadizo, pasé yo primero llevando el farolillo hacia delante para poder ver mejor. Pasó Celedonio, que portaba la bolsa con los sapos, Claudio, Indalecio, que llevaba el otro farolillo y....-¡ahhh! En ese momento Laureano resbaló al pisar en una de las rocas húmedas que se encontraban en la entrada y su mano se soltó de la Indalecio, sin que este pudiese hacer nada para cogerle, aunque le dio tiempo a lanzarle el farolillo. ¡fue demasiado tarde! Apareció una pared de la nada y le perdimos de vista.
Al entrar observamos aquella larga galería que nos había descrito el profesor, por la cual comenzamos a caminar y parecía no tener fin porque el final se veía oscuro. Sólo se escuchaban los chapoteos de nuestros pies en el agua, ya que nos encontrábamos muy asustados.
Caminamos unos cinco minutos hasta encontrarnos con nuestra primera sorpresa de otras que nos esperaban.

El suelo empezó a moverse y caímos por un agujero que se formó bajo nuestro pies. Nos deslizábamos por una especie de tubo gigante a gran velocidad. Agarré con fuerza el farolillo para que no se apagase porque a esa velocidad sería difícil mantenerlo encendido. Pronto caimos en una especie musgo gigante, lo que hizo que nuestra caida no fuese dolorosa. Fue increíble pero el farol no se apagó, y nos encontrábamos en una cueva rodeada sus paredes y el suelo de musgo, estaba como acolchada. Cual fue nuestra sorpresa que el musgo crecía cada vez crecía más rápido y nos cerraba poco a poco las dos únicas salidas que teníamos, a la derecha o a la izquierda. No había tiempo para decidir sino queríamos formar parte de los belenes de las casas en el musgo que colocan como adorno.

-¡Derecha!-insinuó Celedonio.
-¡Esta bien, todos hacía la derecha!, grité.
Entramos en el pasadizo de la derecha el cual también estaba oscuro pero algo nos estaba esperando en él, miles de murciélagos se nos abalanzaron. Nos tiramos al suelo para no ser alcanzados y que pasasen de nosotros. Alguno se nos pegó al cuerpo pero conseguimos librarnos de ellos. Volvimos a aparecer en una cueva parecida a la anterior pero en lugar de musgo estaba llena de setas pequeñas. Al igual que con el musgo las setas empezaron a crecer bajo nuestros pies y nos levantaban sin que nosotros pudiésemos evitarlo. Nos subían hacia el techo.
-¡Rodar!-dijo Claudio.
Así lo hicimos, tumbados sobre las setas, a punto de ser aplastados por el techo de la cueva, rodamos y fuimos cayendo en las setas más bajas hasta llegar al suelo.

-¿Hacía donde vamos?¿A la izquierda? Antes fuimos a la derecha y mira lo que paso, decía Indalecio.
-Ya, pero si es para engañarnos- repliqué.¡Rápido!
Al final decidimos ir por el camino de la de la derecha, el mismo que habíamos elegido anteriormente porque pensamos en la posible trampa si cambiábamos. Fueron casi cien pasos los que dimos hasta ver una luz que nos deslumbraba al fondo. Conseguimos llegar hasta ella sin ningún problema, entramos en un cueva que parecía que tenía un sol propio, el farolillo se apagó después de que una ráfaga de aire casi nos tumbara.

No era una ráfaga de aire, sino el alma, que también desprendía toda aquella luz-¡Bienvenidos niños! Creo que tenéis algo para mí. Dijo la fría voz que nos hizo temblar de nuevo.
-¡No estamos todos! Nos falta uno- le dije al alma.

-¡Te equivocas!-exclamó. En ese momento la cueva giró y aparecieron detrás de una pared de cristal Don Julián y Laureano.
Estaban vivos diciéndonos algo pero aquellas paredes de cristal no dejaban oírles, estaban señalando a Celedonio. Laureano tenía sangre en la mano con lo que supuse que el alma ya le había bebido.

-¡Bien, quien es el primero! Creo que tu serás el primero, dirigiéndose a Indalecio. Apareció un pequeño corte en la palma de su mano que enseguida comenzó a sangrar. El alma se abalanzó desesperada sobre ésta y se bebió la sangre que brotaba.

Don Julián y Laureano seguían señalando a Celedonio...-¡LOS SAPOS! ¡Quieren que hagamos algo con los sapos!, pensé. Laureano se señaló la mano ensangrentada después de señalar a Celedonio.-¡Ya está! Quieren que nos pongamos sangre de los sapos en las manos- acerté.
El alma estaba ahora absorbiendo la palma de Claudio cuando yo le susurré un plan a Celedonio en la oreja.

Me tocó el turno a mí, el alma se dirigía hacía mí, eché a correr por el pasadizo y el alma me persiguió. En ese momento Celedonio cogió una piedra afilada del suelo y volvió a rajar a uno de los sapos que estaban diseccionados y se lo frotó por su palma.
El alma consiguió atraparme y beber mi sangre, pero lo que no sabía es lo que le esperaba al final.

¡Y por fin, mi libertad!, gritó el alma secuestrada por la laguna abalanzándose sobre Celedonio. Cogió la mano de sangre de sapo y bebió.

-¡Esta sabe diferente! ¿Qué me habéis hecho? Preguntó después de ver la bolsa llena de sapos.-¡Noooooooo!. Una gran explosión de luz se adueño de la cueva dejándola solamente con la luz del farolillo de Laureano, el cual pudo salir junto con Don Julián después de que la fuerza protectora de la pared de cristal se perdiese. La bolsa hizo un ruido como si algún ser vivo se moviese en ella. ¡Eran los sapos! ¡Estaban todos vivos! El alma se había introducido en ellos.
Conseguimos, pasadas unas horas, salir de aquel enorme agujero, todo el pueblo estaba fuera esperándonos preocupados, había pasado casi un día desde que entráramos allí, que a nosotros no nos pareció tanto porque el mundo bajo la laguna corre muy deprisa. Devolvimos los sapos a la laguna y nos alimentamos con unos sabrosos jabalíes.

-Vaya aventura abuelo, lo debisteis de pasar muy mal.
-Si Marcos, fue una experiencia terrible que nos dejó marcados para siempre. En cuanto pudimos los cinco nos marchamos del pueblo para poder olvidar aquella experiencia. Todavía tengo la imagen de aquel alma en mi cabeza, aunque afortunadamente se convirtió en sapo.
-¡Entonces! ¿Te inscribo en la página?- preguntó Marcos a su abuelo.
-¡Sí!- le dijo pensativo su abuelo.

FIN
Datos del Cuento
  • Autor: Josean
  • Código: 13822
  • Fecha: 14-03-2005
  • Categoría: Aventuras
  • Media: 5.27
  • Votos: 71
  • Envios: 9
  • Lecturas: 4654
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