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El día que Luis se resbaló con la cáscara de plátano en el patio del cole se enfadó muchísimo. Así que decidió que investigaría quién la había tirado al suelo en vez de a la papelera.
Lo primero que hizo fue descartar a quién no le gustaba el plátano de su clase. No hacía falta pensar en todos los niños y niñas del cole porque cuando apareció la cáscara sólo sus compañeros estaban en el patio en clase de educación física. Eran pocos niños así que Luis pensó que averiguar quién había sido no sería difícil.
Lo siguiente que hizo fue coger papel y boli y empezar a anotar los nombres de los compañeros de su clase que siempre llevaban fruta de casa para almorzar en el recreo. No hacía falta que se fijara en todos porque los había como Gema y Ricardo que siempre cogían esas cosas de la máquina que a él en su casa nunca le dejaban comer. Así que sólo tenía que pensar en los nombres de los que comían fruta. Ya sólo tenía quince personas en la lista.
En ese momento se dio cuenta de que necesitaba un compañero de investigación con un olfato muy agudo. Así que al día siguiente, fue al colegio con Eurípides, su perro de lanas, al colegio. Lo dejó atado junto a la verja de la puerta y le dijo:
- Espérame aquí hasta que llegue la hora del recreo.
- ¡Guau! ¡guau! - contestó el perro en señal de afirmación.
Al llegar el recreo Luis fue a buscar a Eurípides. Al principio el perro empezó a olerlo todo. Las papeleras, las mochilas, los bancos, las ruedas de las bicis, etc. Después su dueño le dijo lo que buscaban y empezó a buscar plátanos en las mochilas de sus compañeros.
En la lista de sospechosos de Luis ya sólo había tres nombres, los de sus tres compañeros de clase a los que comían plátanos con frecuencia. Carla porque su padre era cubano y allí comen plátanos a todas horas, Lorena porque el médico le había dicho que le hacía falta potasio y Román que simplemente era muy goloso y sólo le gustaban las frutas muy dulces. Con esas pistas, Eurípides empezó a olisquear entre las tres mochilas.
Pero el recreo estaba a punto de terminar así que Luis tenía que darse prisa. Fue entonces cuando el perro empezó a mover el rabo nervioso. ¡Había encontrado un plátano a medio comer en la mochila de Lorena!
De modo que el caso estaba a punto de resolverse.
A la salida del colegio, Luis decidió hablar con Lorena.
- Hola Lorena. Quería preguntarte una cosa… ¿por casualidad no te comerías ayer a la hora del recreo un plátano?
Lorena lo miró sorprendida. ¿Por qué le hacía esa pregunta tan rara?
- Eh… pues la verdad es que sí. Mi madre me obliga a comerme uno todos los días porque el médico me dijo que me faltaba potasio. - explicó la niña.
- Verás, te lo pregunto porque ayer mismo tropecé con una cáscara de plátano que alguien tiró al suelo y la verdad es que me hice mucho daño.
- ¿De verdad? Lo siento un montón. No lo hice a posta. Solo es que llegaba tarde a clase de mates y no me dio tiempo de ir a la papelera.
- No te preocupes. No estoy enfadado. Además, si te digo la verdad ha sido genial descubrir que Eurípides y yo formamos un equipo estupendo resolviendo misterios.
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