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El misterio de la llave centenaria

Amaya estaba mirando un viejo álbum familiar que conservaba su abuela en la casa del pueblo. A la niña le encantaba revisar esos recuerdos que atesoraba su familia y escuchar las historias que le contaba su abuela cuando miraba las fotografías.

Un día a Amaya le llamó la atención algo en lo que nunca había reparado.

-Abuela, ¿qué es eso que el abuelo lleva al cuello y que parece guardar con tanto celo? Aparece en todas las fotos menos en las de las últimas páginas.

-Es una llave -respondió la abuela-. Pasó de generación en generación durante más de 500 años al primogénito de cada familia. Quien la recibía tenía la misión de conservarla y protegerla. Pero un día desapareció y no volvimos a saber nada de ella.

-Entonces mi padre tendría que haberla recibido y luego me debería pasar a mí -dijo Amaya.

-Correcto -dijo la abuela-. Pero la llave nunca apareció, así que no tienes ninguna responsabilidad.

-Descubriré que pasó, abuela -dijo la niña.

-Mejor déjalo estar, pequeña -dijo la abuela-. Durante muchos años tras su desaparición solo vivimos desgracias. Ahora que la cosa está calmada es mejor no revivir fantasmas del pasado.

-Abuela, ¿de dónde era la llave? ¿De una puerta, tal vez de un cofre? -preguntó la niña.

-El caso es que nunca supimos a qué cerradura correspondía ni mucho menos qué guardaba -dijo la abuela.

La respuesta de la abuela hizo que la curiosidad de Amaya se alimentara aún más. 

-Está bien, abuela, dejaré el tema. Me está entrando un poco de miedo -mintió la niña.

Pero la abuela conocía bien a su nieta y sabía que no se iba a estar quieta después de oír aquella historia. 

Durante días Amaya recorrió la vieja casa familiar en busca de puertas secretas, cajones ocultos o cofres misteriosos. Pero lo único que logró encontrar fue mucho polvo y algún que otro bicho desconocido para ella.

Un día, Amaya descubrió un hueco bajo una tabla del suelo del desván. Dentro había una especie de carpeta antigua llena de papeles. ¡Era el diaro de su abuelo! En él la niña descubrió algo inquietante.

-Abuela, ¿sabía que el abuelo tenía un diario? -dijo la niña.

-No, no sabía nada -dijo la abuela.

-Mira, aquí dice que él mismo escondió la llave. Aquí está el mapa. Parece que se dio cuenta que estaba empezando a olvidar y dejó escrito todo lo que sabía -dijo la niña.

-Sí, tu abuelo se dio cuenta de que empezaba a tener síntomas de Alzheimer. El pobre tardó poco en dejar de acordarse de las cosas -dijo la abuela muy apenada.

-Lo mejor de todo es lo que dice sobre el motivo que tuvo para esconder la llave -dijo la niña-. Dice que no quería dejar a nadie la carga de tener que guardar algo que, seguramente, no servía para nada. Dice que la llave no es más que una superstición antigua heredada de generación en generación.

-Si eso fuera así, ¿cómo explicas las desgracias que sufrimos? -dijo la abuela.

-Nadie está libre de sufrir desgracias, abuela -dijo la niña-. Además, muchas cosas se arreglaron. Y el abuelo hubiera caído enfermo igualmente. 

-Tienes razón -dijo la abuela-. ¿Quieres que busquemos la llave?

-No abuelita. Si el abuelo lo quiso así será mejor que respetemos su deseo. Pero me quedo con el diario para contarle la historia a mis hijos y nietos cuando sea mayor.

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