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Erase una vez un niño llamado Damian, que vivía con su hermano mayor, Julian, y con sus padres.
Vivía en una casa que tenía una puerta roja, cortinas rojas, tejado rojo, y las paredes eran blancas como la nieve. Tambien tenian un jardín precioso, con miles de flores de todos los colores. No tenían animales, ni perro, ni gato. Sin embargo, tenían un monstruo, un monstruo rosado, baboso y llorón. El monstruo no era peligroso, y por suerte, no tenía dientes, aunque sí unas uñas que arañaban cuando se ponía nervioso. Era chiquito y apenas tenía pelo. No era muy educado y siempre había que vigilarlo, menos cuando dormía. Y eso era un problema, porque los monstruos duermen cuando menos hacía falta y molestan cuando necesitas descansar. No rugía ni pegaba, sin embargo, gritaba y asustaba a toda la familia con sus alaridos, sobre todo, antes del amanecer.
La mamá de Damian, le había explicado que la cigüeña lo había traido en un cesto, pero Damian nunca vió ese cesto ni cigüeña alguna. Solo sintió que su madre había faltado de casa dos días y la abuelita había ido a su casa a cuidarlos, diciendole que mamá se había ido de vacacines sola. ¿Sola sin ellos?, que raro...pero Damian no le dió más vueltas, porque se divertia mucho con su abuelita y le compraba bollos de chocolate, que su madre no le daba tan amenudo como él quisiera.
El día que llegó el monstruo, pasó unas cosas muy raras, su mamá estaba más delgada, tenía en brazos un bulto que se movía y todo el mundo trajo regalos. Unos días más tarde, Damian preguntó:
- ¿Van a traer más regalos cuando se vaya?
Y su mamá le miró muy seria, con gesto de preocupación, y le dijo:
-No, Damian, se va a quedar para siempre, y tenemos que cuidarle y quererle.
Damian se quedó muy desilusionado, no contaba conque aquella cosa tan molesta y pequeña se quedara para siempre.
Algunas veces, el monstruo olía mal, era un mosntruo bastante cochino, pero otras veces le hacía gracia. No le gustaba nada que lo bañaran y ponía a su padre chito de arriba abajo, ante las risas de Damian y Julian. Ponía todo perdido, y eso que era pequeño...Pero Damian le tenía tanta manía que nunca le miraba a la cara.
Al principio no molestaba tanto, porque la madre de Damian corría al menor de sus gritos y lo calmaba. Pero crecía deprisa, y se convirtió en una especie de buzón, cogía todo lo que podía y se lo metía a la boca. A Damian no le importaba al principio, pero empezó a coger sus juguetes y eso no le gustaba nada.
Las comidas eran de lo más molestas, el monstruo no solo acaparaba la atención de todos, sino que tiraba el puré, manchaba todo y nadie le reñia. ¡No era justo!.
El monstruo no sabía hablar y parecía no entender nada. Los papás de Damian se comunicaban con él con sonidos tontos y sacandole la lengua, entonces el monstruo se reía.
- Vaya monstruo más tonto...pensaba Damian.
A Damian le dolía que cuando sus tíos y abuelos iban a verles, ya no le hacían caso, iban directos al monstruo diciendo "cuchi, chuchi, cu" y tonterias semejantes. Damian no entendía porque le hacian tanto caso al monstruo y no a Julian y a él.
Algunas veces, Damian intentaba hacerse amigo del monstruo e inventaba cosas tales como empujarle cuando estaba sentado en el suelo y hacerle caer, o le daba juguetes pequeños, pero sus padres le reñian y se los quitaban. Damian no entendía nada y nadie le explicaba nada. Estaba hecho un lío. El monstruo lo rompía todo y nadie decía nada, ni cuando revolvía las cosas de papá. Damian seguia sin entender.
Una noche, antes de acostarse, el papá de Damian, les leyó un cuento de una princesa y una rana que se convirtió en un principito, y otro en el que una princesa dormida despertaba con el beso de un principe. Y Damian tuvo una idea, se acercó sigiloso al monstruo y, en vez de pellizcarlo, tal y como hacía cuando nadie lo veía, cerró los ojos y pensando que tal vez resultara, le dió un beso al monstruo.
Cuando Damian abrió los ojos, fué corriendo a la habitación del monstruo y lo observó como nunca antes había hecho, quedó sorprendido de que el monstruo, que en realidad se llamaba Linda, era una pequeña niña que se parecía mucho a él. A partir de entonces, Damian comprendió que era su hermanita, de la que tanto tiempo atras le habló su mamá, y los tres hermanos jugaron y se pelearon felices, aunque los papás veian que algunas veces los tres se comportaban como pequeños monstruitos.
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