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Erasmo y su esposa subieron a su auto con la intención de dirigirse a la playa, pues por una cosa y otra habían pospuesto sus vacaciones por más de tres años.
– Bien sabes que detesto salir de noche a carretera, me da terror que por no ver bien las indicaciones del camino vayamos a parar a un barranco o algo así. Dijo la mujer.
– Mi vida ten calma, yo conduciré tranquilo. Además creo que deberías verle el lado positivo, ya que mañana a primera hora podrás estar bañándote en el agua cristalina del mar que tanto te gusta.
Encendieron la radio para escuchar música, hasta que la mala recepción de la antena lo impidió.
– ¿Trajiste la USB?
– No, lo siento. La olvide en la mesa del comedor. Respondió Erasmo.
Ambos permanecieron en silencio por un par de horas. Sin embargo, y más que nada por la aprensión a que su esposo se quedara dormido al volante, ella decidió empezar una conversación.
– ¿Te acuerdas de aquellas historias de miedo que escuchábamos por Internet?
– Sí, eran buenísimas. Me encantó la del fantasma que se aparecía en aquella casa abandonada cada vez que llegaba una nueva familia con la intención de rentarla.
– ¡Imagínate los escalofríos que deben haber sentido los niños!
De pronto se hizo un silencio profundo, pues el tema de los infantes era algo que casi nunca tocaba esa pareja, debido a que por varios años se habían sometido a tratamientos médicos para tener familia y pese a sus esfuerzos no lo consiguieron.
Luego la esposa de Erasmo giró la cabeza y le comentó:
– Mira a ese niño sacando la cabeza por la ventanilla. Yo no sé cómo sus padres no le llaman la atención.
– ¿Qué niño?
– Ahí Erasmo, no me digas que no viste al muchachito de gorra verde que viene en el auto que se encuentra a mi derecha.
– Amor, creo que te hace falta dormir. Esta carretera está más sola que un panteón, quiero decir a excepción de nosotros no está circulando nadie.
– Llámame loca o lo que quieras pero yo lo vi.
Tres cuartos de hora más tarde, el hombre detuvo el vehículo sorpresivamente, ya que vio un cuerpo tirado en la rampa de auxilio.
– ¿No es el niño de la cachucha verde? Le preguntó a su cónyuge.
– Sí, parece que es él. ¿Por qué no te bajas a ayudarlo? Puede que esté herido.
El sujeto bajó de su carro y se acercó lentamente hasta donde estaba la criatura. La levantó con cuidado y se percató de que una de sus piernas estaba rota.
– No te preocupes hijo, te llevaremos a un hospital.
En eso estaba cuando notó un olor putrefacto que emanaba del cuerpo del niño. Quiso gritar de terror, al ver que estaba cargando un organismo en descomposición pero la voz no le respondió. Con bastante sigilo levantó la visera de la gorra, para apreciar el rostro de la entidad y quedó boquiabierto al observar que aquello era un cráneo lleno de agujeros. Posteriormente subió a su automóvil y condujo hasta llegar a su destino.
Esa pareja tuvo suerte, pues según me cuentan el niño de la cachucha verde ya ha cobrado la vida de al menos 20 conductores en esa carretera.
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