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Encajaba perfectamente, pero no le gustaba nada cómo quedaba. A Marco no le hacía ni pizca de gracia que sus padres le cambiaran la decoración de su cuarto. A él le gustaba como estaba, con su cama de siempre, sus juguetes de siempre y el armario que estaba con él desde que era un bebé. Pero Marco había crecido, había empezado la escuela primaria y necesitaba tener una mesa donde hacer su tareas del cole.
La mesa de estudio quedaba perfecta entre el nuevo armario y la cama de Marco, aunque había sido necesario sacar algunos juguetes de la habitación y cambiar todo de sitio. Ahora Marco podía tener su propio espacio para pintar, leer, escribir y hacer todas esas cosas divertidas que enseñan a hacer en la escuela.
Pero a Marco no le apetecía nada. Él quería sus juguetes, sus coches, sus bloques de construcción, sus muñecos, sus pelotas. No entendía por qué sus padres se las sacaban de la habitación y le metían aquella mesa horrible llena cajones y estanterías.
Todo enfadado, Marco se puso a mirar por la ventana, porque no quería ver a nadie. En el árbol que había justo delante de su ventana había un nido con dos pajaritos que se asustaron al verle y salieron volando.
-¡Cuánto me gustaría poder volar y viajar por todo el mundo, sin nadie que me dijera lo que tengo que hacer! -pensó Marco con tristeza.
En ese momento, los pajaritoS volvieron y se posaron en la ventana. Miraron a Marco fijamente. El niño estaba intrigado. ¿Por qué le mirarían así aquellos pajarillos?
-Hemos oído tus pensamientos -empezaron a decir-. Somos los pájaros de la suerte, y como te vemos tan triste vamos a concederte un deseo.
-¿De verdad? -dijo Marco, sorprendido-. ¿Puedo pedir lo que quiera?
-Claro- dijeron los pajaritos-. ¿Qué te gustaría?
-Me gustaría saber lo que se siente volando libre y haciendo lo que yo quiera -contestó el niño.
-De acuerdo, pero recuerda -insistieron los pájaros -, tu deseo se hará realidad sólo durante una hora. Después, todo volverá a ser como siempre.
Entonces, Marco se convirtió en pájaro y salió volando por la ventana. Nada más salir, un pajarraco enorme fue a por él. ¡Quería devorarlo! Marco consiguió esquivarlo por los pelos. Decidió volar más bajo, pero entonces salió un enorme gato que le quiso dar un zarpazo. Marco consiguió huir, pero estaba muy asustado. Los demás pájaros intentaron avisarle y ayudarle, pero no entendía lo que decían.
De repente se dio cuenta de que no sabía donde estaba. Leyendo los carteles recordó la clase del último día, en la que la maestra les explicó las calles de la ciudad. Con mucho cuidado consiguió volver a casa. Solo había pasado media hora, pero Marco estaba tan cansado y aterrorizado que se escondió debajo de la cama deseando que el hechizo se esfumara.
La mamá de Marco entró en la habitación, llamándole.
-¿Dónde te has escondido, hijo? Ven, vamos a hablar de esto.
El pobre Marco estaba deseando hablar con su madre, pero no podía mientras siguiera siendo un pájaro.
Los minutos se le hicieron eternos. Por fin, el hechizo se deshizo y Marco volvió a ser un niño como los demás. Entonces salió corriendo a buscar a su madre.
-Mami -le dijo el niño -, he pensado que tal vez no sea tan mala idea tener una mesa para poder hacer las tareas del cole y aprender más cosas.
-¿Sabes? -le contestó su madre -. Yo también he pensado en eso. Creo que buscaremos la manera de colocar tus juguetes en la habitación para que puedas seguir jugando con ellos.
-¡Genial, mami! -gritó Marco lleno de alegría.
Cuando volvió a su habitación, los pájaros de los deseos estaban de nuevo en la ventana. Marco se acercó y les dijo:
-Gracias, amigos, por dejarme comprobar que para volar libre tengo que aprender todavía muchas cosas y que yo solo corro muchos peligros.
Desde ese día, Marco mira todas las tardes por la ventana antes de hacer sus tareas y, cuando termina los deberes, juega a ser un águila real que sobrevuela un mundo que él mismo construye con todos sus juguetes.
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