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El niño y los dulces

~~Había un niño muy goloso que siempre estaba deseando comer dulces. Su madre guardaba un recipiente repleto de caramelos en lo alto de una estantería de la cocina y de vez en cuando le daba uno, pero los dosificaba porque sabía que no eran muy saludables para sus dientes.

El muchacho se moría de ganas de hacerse con el recipiente, así que un día que su mamá no estaba en casa, arrimó una silla a la pared y se subió a ella para intentar alcanzarlo. Se puso de puntillas y manteniendo el equilibrio sobre los dedos de los pies, cogió el tarro de cristal que tanto ansiaba.

~~¡Objetivo conseguido! Bajó con mucho cuidado y se relamió pensando en lo ricos que estarían deshaciéndose en su boca. Colocó el tarro sobre la mesa y metió con facilidad la mano en el agujero ¡Quería coger los máximos caramelos posibles y darse un buen atracón! Agarró un gran puñado, pero cuando intentó sacar la mano, se le quedó atascada en el cuello del recipiente.

– ¡Oh, no puede ser! ¡Mi mano se ha quedado atrapada dentro del tarro de los dulces!

Hizo tanta fuerza hacia afuera que la mano se le puso roja como un tomate. Nada, era imposible. Probó a girarla hacia la derecha y hacia la izquierda, pero tampoco resultó. Sacudió el tarro con cuidado para no romperlo, pero la manita seguía sin querer salir de allí. Por último, intentó sujetarlo entre las piernas  para inmovilizarlo y tirar del brazo, pero ni con esas.

Desesperado, se tiró al suelo y empezó a llorar amargamente. La mano seguía dentro del tarro  y por si fuera poco, su madre estaba a punto de regresar y se temía que le iba a echar una bronca de campeonato ¡Menudo genio tenía su mamá cuando se enfadaba!

Un amigo que paseaba cerca de la casa, escuchó los llantos del chiquillo a través de la ventana. Como la puerta estaba abierta, entró sin ser invitado. Le encontró pataleando de rabia y fuera de control.

– ¡Hola! ¿Qué te pasa? Te he oído desde la calle.

– ¡Mira qué desgracia! ¡No puedo sacar la mano del tarro de los caramelos y yo me los quiero comer todos!

El amigo sonrió y tuvo muy claro qué decirle en ese momento de frustración.

– La solución es más fácil de lo que tú te piensas. Suelta algunos caramelos del puño y  confórmate sólo con la mitad. Tendrás caramelos de sobra y podrás sacar la mano del cuello del recipiente.

El niño así lo hizo. Se desprendió de la mitad de ellos y su manita salió con facilidad. Se secó las lágrimas y cuando se le pasó el disgusto, compartió los dulces con su amigo.

Moraleja: A veces nos empeñamos en tener más de lo necesario y eso nos trae problemas. Hay que ser sensato y moderado en todos los aspectos de la vida.

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