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Categoría: Románticos

El nuevo destello

Era el inicio de la primavera cuando el sol ya es tibio y afuera todo canta a la vida. Comenzaba la tarde, y nuestro amigo se encontraba sentado en un banco del viejo caserón, entre meditabundo y distraído. Por la ventana abierta entraba la luz, el calor y cuanto ser diminuto y viviente se movía en los aires.

En realidad no estaba distraído, sino absorto. Había un pensamiento que le venía persiguiendo desde hacía varios días. Quizá fuera la primavera que comenzaba. Lo cierto es que desde días atrás se venía preguntando sobre las estrellas del cielo. Sobre todo le cuestionaba la idea de una de ellas; con la cual Dios le invitaba a participar de su juego, pero todavía no sabía cómo.

Nuestro amigo era movedizo y lleno de vida, curioso e inteligente, despierto y soñador. No entendía como se las ingeniaba Dios para mantener día tras día a las estrellas allá arriba y quietas, porque él no lograba pararse media hora sin tener que cambiar de ocupación o de lugar. Le aterraba la idea de clavarse para siempre en algo eterno.

En esto estaba cavilando y adormeciéndose cuando de repente llamó su atención un pequeño pájaro que acaba de entrar por la ventana. Parecía un animalito sencillo y sobre todo sumamente manso. Después de un corto vuelo fue a posarse s dos o tres bancos por delante de nuestro amigo. No pareció importarle que estuviera allí. Al cabo de un momento de silencio levanto la cabecita y lanzó un sencillo gorgojeo que llenó de ecos el silencio del caserón.

Cuando el canto se repitió nuevamente el amigo, sin pensar en lo que hacía, se levantó y se acercó al pajarillo, que no dio muestras de temor, sin embargo pegó un saltito y fue a posarse en el respaldo del banco siguiente, mientras nuevamente gorgojeaba su trino. Pero esta vez el canto venía modulado de una manera diferente; parecía más bello y más sonoro. Embelesado nuestro amigo, volvió a acercarse, para conseguir tan sólo que la avecilla repitiera su corto vuelo hasta otro banco y un poco más allá.

Y así, de vuelo en vuelo y trino a trino, ambos se fueron dirigiendo hacia la puerta entreabierta. Estaba tan copado que ni se daba cuenta de lo que hacía, simplemente iba detrás del pajarillo; que a cada instante mostraba un nuevo color o expresaba una armonía diferente y siempre más bella.

Atravesaron la puerta, cruzaron varias calles que se dirigían al bosque cercano, y finalmente se adentraron en éste, sin percatarse de que se iba alejando cada vez más del viejo caserón.

Cuánto tiempo transcurrió desde aquél momento, no lo supo el amigo; porque paso a paso y yendo detrás del pájaro encantador fue perdiendo la noción de las horas y las distancias; pero finalmente el pájaro gorgojeó como nunca lo había hecho aún y abriendo sus alitas se perdió por entre el follaje del bosque.

Fue entonces, al mirar hacia arriba, cuando se dio cuenta de que era ya de noche, pues el ancho cielo azul estaba de nuevo repleto de pequeñas lucecitas; caminaba alegre, dando piruetas sin parar, sin dejar de alzar su mirada a donde destellaban miles de estrellas.

Su corazón se llenaba de gozo... había una que era especial... brillante, destellante al máximo, llena de luminosidad... era VENUS.

Sabía nuestro amigo que no era como las demás, porque verdaderamente no era una estrella, pero entre todas ellas, para el amigo era "la estrella principal", ya que se le conocía como "la estrella vespertina" o "el lucero del alba", porque era la primera en aparecer y la última en marcharse al salir el sol.

El amigo se ensimismaba contemplándola; porque ella, en si misma, era apagada, oscura, opaca... pero a la luz del sol, todo lo que recibía lo daba, se hacía luz y daba luz... ¡Cuánto ansiaba el amigo poder ser como ella!

Con este pensamiento comprendió como le invitaba Dios a participar de su juego. Él debería ser como VENUS, reflejar y dar todo lo que de él recibía, como la estrella lo recibía del sol.

Tenía que repartir toda su alegría, inteligencia, vivacidad, imaginación.... De nuevo levantó su mirada hacia lo alto y con una ancha sonrisa le dijo a Dios que aceptaba su juego, que jugaría siempre con él, su Dios.

Y así, en el momento que aceptaba jugar, vio como se desprendía un pequeño destello de Venus, que formó una nueva estrella.

Entonces nuestro amigo comprendió cómo mantenía Dios las estrellas allí arriba; todas eran una aceptación de su juego, y cada lucecita era un hombre que busca la verdad que hay en el cielo.

Volvía ahora a su viejo caserón, lleno de felicidad, desbordante por todos lados, cuando... de nuevo oyó el gorgojeo del pajarillo y una muchacha yendo detrás de él. Sabía que esa misma noche una estrella más iluminaría y brillaría en el cielo.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.2
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