Cuando Dios hizo el mundo, tuvo mucho cuidado en darle forma a las aves. Hizo sus cuerpos y luego los cubrió de plumas, creando al búho, a la paloma y al pavo real; cada uno diferente del otro. Pero luego se le acabaron las plumas. La última ave que quedaba era el pájaro Cu que no pudo recibir plumas. Al pájaro Cu eso no le importaba. Podía ir al lugar que quisiera, y no le importaba estar tan desnudo como la palma de la mano.
Pero las otras aves estaban preocupadas.
“¿Qué podemos hacer por él?” preguntó el búho.
“¿Qué pena me da esa pequeña cosa,” dijo la paloma.
“Luce tan feo,” agregó el pavo real. “Todos los otros animales hablan de él.”
Las aves estuvieron de acuerdo en que algo tenía que hacerse.
En eso el búho dijo: “Si cada uno de nosotros le da una pluma quedará completamente cubierto y nosotros no sentiremos la diferencia.”
Todas las aves estuvieron de acuerdo en que era una idea estupenda. El loro le dió una pluma verde, el canario una amarilla, el pájaro de guinea le ofreció una pluma plateada; el cuervo una negra; la del cisne era blanca; y el petirrojo le dió un pluma roja y brillante.
Y estaba el pájaro Cu a punto de recibir su nuevo abrigo, cuando repentinamente el pavo real chilló: “¡No! Con todas esas plumas él estará pavoneándose lleno de orgullo.”
“Pero no lo podemos dejar desnudo,” dijo la paloma. “El es la vergüenza de la comunidad de aves.”
Todos, incluyendo al pájaro Cu, se preguntaban qué hacer.
“Ya sé,” dijo el búho. “Si cada uno de ustedes le da una pluma yo lo vigilaré y los protegeré a todos ustedes de su vanidad.”
En poco tiempo el pájaro Cu era el ave mejor vestida de los alrededores. Hasta el pavo real admiraba en silencio su plumaje. Extendiendo sus resplandecientes alas, el pájaro Cu voló directamente hacia el estanque donde pudo ver reflejada su imagen y se quedó maravillado y luego salió veloz como un rayo hacia el cielo.
El búho, viejo y pesado, trató de seguirlo, pero sus cortas alas no estaban hechas para ese tipo de vuelo. Lentamente, haciendo espirales bajó a la tierra, donde encontró a las otras aves esperándolos en las ramas de los árboles.
Entonces el loro dijo: “Ninguno de nosotros ha podido volar nunca hasta el cielo. Eso sólo nos puede traer problemas. Todos vamos a tener que pagar por su vanidad.”
“Es culpa del búho” dijo el pavo real. “Yo se lo advertí.”
Después de lo cual empezaron a perseguir al búho. El búho encontró refugio en el agujero de un árbol. Y así pasaron los días, en los que el búho se preguntaba cómo hacer para que el pájaro Cu regresara del cielo. Un día recibió una visita.
“Pasa, correcaminos,” exclamó el búho. “Me alegra mucho verte.”
“Te he traído algo para cenar,” dijo el correcaminos.
“Muchas gracias. ¿Pero qué es lo que debo hacer?” preguntó el búho.
“Debes quedarte acá,” le advirtió el correcaminos. El cuervo ha jurado que te matará si no le devuelves su pluma.”
El búho le dijo: “Entonces tendré que cazar por las noches, cuando el cuervo está dormido. Y llamaré al pájaro Cu hasta que regrese.
“Yo lo buscaré por el camino,” agregó el correcaminos.
Y hasta hoy lo están buscando. Por eso es que el correcaminos corre veloz como una flecha de un lado a otro buscando por los caminos al pájaro Cu. Y si escuchas por las noches, podrás oír al búho llamando “¡Cu, Cu, Cu, Cu!”