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Categoría: Hechos Reales

El pasajero y el silencio

Abordé el autobús urbano y de inmediato me percaté que la unidad venía con pocos asientos disponibles y que un porcentaje alto de los usuarios conversaban tranquila y otros, ruidosamente. Los jóvenes, todos ellos adolescentes y tal vez conocidos entre sí, formaban un grupo de siete u ocho y personificaron un agitado entorno con risotadas, empujones y otras demostraciones de desorden colectivo.

Mientras tanto, busqué concentrarme en digitar –a manera de adivinanza—una clave numérica olvidada hacía ya tiempo para acceder a la información de una agenda electrónica, clave para mí, aprovechando que el viaje demoraría por lo menos una hora o más.
Repentinamente, el alboroto dentro del autobús cesó como por arte de magia. Los mismos jóvenes reacios invariablemente para callar, fueron los primeros en caer en un silencio sepulcral.

Levanté la vista intrigado y quedé atrapado ante la figura de un hombre corpulento, maduro, alto, en sus años cuarenta, tal vez. Nada extraño tenía su cuerpo, pero su cara, ¡Dios mío! Jamás había tenido a una persona con semejante deformación y tan próxima a mí. Me impactó la sorpresa.

La anormalidad consistía en protuberancias en la forma de albóndigas de carne, como si hubiesen sido incrustadas en su cara, una encima de otra, de un color café subido, tostado, con minúsculos pero visibles orificios brillantes y de los que parecía supurar una sustancia viscosa. El recinto pareció también inundado de un olor rancio pero hasta cierto punto tolerable debido al aire circulante dentro de la unidad.

El pasajero quedó sentado a mi derecha, ligeramente atrás de mí, con la deformidad a mi vista. Confieso que me resultó imposible sustraerme de la atracción morbosa por voltear a ver. Lo hice varias veces, consciente de que el pasajero no repararía en mi curiosa actitud puesto que su pavorosa imperfección había cobrado ya la visión de su ojo izquierdo y parte de la nariz. Advertí que por lo menos la deformidad no sólo cubría un 80% de su cara, sino que sobresalía de tal manera que resultaba eclipsada la parte relativamente sana.
Hice un esfuerzo por no seguir anclado en una observación morbosa y que de ser detectada por el individuo objeto de mi curiosidad, habría resultado en alguna reacción justificable y tal vez impredecible, y un insulto para quien su defecto representaría no sólo una fuente de pesar, de ínfima autoestima e incluso dolor y enfermedad mortal.

Recuperé la compostura, pero no pude evitar captar la reacción de los pasajeros recién llegados. Su mirada se posaba automáticamente sobre el hombre, pero de inmediato era desviada hacia otra parte. Ningún pasajero tuvo el valor de sentarse junto a él, todavía menos mantenerse próximo al pasajero y hablar con él les hubiese resultado ¡inconcebible! Dos niños, entre los recién llegados, fueron presa del pavor y uno de ellos pareció quedar petrificado ante la vista del hombre, para ser sacudido por la madre y prácticamente arrastrado hacia la parte posterior del vehículo. Sólo le falto aullar aterrorizado.

A medida que me aproximaba a mi destino, capté una pinta sobre un muro que leía: “Encontrarnos en el sueño, frente a frente”, firmado por Acción Poética, vate de la urbe metropolitana, y un frío recorrió mi cuerpo de arriba abajo, pensando en el compañero pasajero y la sugerencia escrita.
Más adelante, la expresión de un berro bulldog, echado plácidamente sobre el cajón al aire libre de otro vehículo en movimiento y en la misma dirección del autobús, me pareció menos repulsiva que la del compañero. La comparación me hizo presa de la culpabilidad…

Me pregunté si tendría remedio la multiforme monstruosidad, por qué la vida se ensañaba contra algunas personas específicamente y otras reflexiones conexas, pero no obtuve respuesta. Sin embargo, de lo que sí estaba seguro es que era yo en verdad afortunado así como todos y cada uno de los viajeros del autobús con la evidente excepción, pero eso sí, tan humano como todos los demás.

Sin duda, el hombre hubiese merecido una ovación colectiva de todos los ahí presentes y por muchas razones.

FIN
Datos del Cuento
  • Autor: Elumifa
  • Código: 20378
  • Fecha: 06-11-2008
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.16
  • Votos: 88
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3938
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