En una populosa ciudad llamada Emogría, vivía un payaso; bueno más que vivir, trabajaba, si eso es, trabajaba un payaso al que llamaban “Cigarrete”. Por ser alto y espigado, muchos adultos creían que el apodo del payaso era debido a su parecido con los cigarrillos; otros en cambio creían que aquello de Cigarrete era porque el payaso cual cigarra en verano, no hacía más que cantar y cantar; de todas maneras, los unos y los otros seguían llamándolo Cigarrete, el payaso de Emogría.
Era fácil adivinar cuándo cigarrete estaba en la ciudad, porque todos los niños andaban sonrientes, y algunos hasta carcajeaban solos, tal vez al recordar alguna travesura o algún cuento del payaso.
En emogría todos querían a Cigarrete, los niños y los adultos, excepto el señor Jóvito, que cómo buen habitante de Emogría conocía la historia de la ciudad con lujo de detalles. El señor Jóvito comentaba, que el nombre de la ciudad se debía a que sus antiguos habitantes vivían llenos de emoción y lo reflejaban en sus caras llenas de alegría, de allí, de emoción y alegría el señor Jóvito aseguraba que había nacido el nombre de Emogría. Él sabía que Cigarrete, no vivía en esa ciudad, sino en una ciudad cercana llamada Bisonrri, y que sólo iba a Emogría a trabajar y a ganar dinero.
El señor Jóvito argumentaba que cigarrete en su ciudad de Bisonrri, trabajaba de cartero y que siempre andaba sudoroso y cansado, y peor aún con cara de pocos amigos, ante lo cual aseveraba que una persona que por naturaleza no fuera alegre, mal podría esperarse que prodigara alegría; sin embargo muchos no le creían, y seguían aplaudiendo y vitoreando a Cigarrete, quién inocente de todo, continuaba alegrando los corazones de grandes y chicos en la ciudad de Emogría.