Un golpe de frente en la cara me hizo sentir que estaba totalmente perdido. Luego fue como arañazos profundos, golpetazos que llovían como si fuera una sábana sacudida por una tormenta de piedras... Cuando se hizo la calma escuché todo el griterío de la gente. Observé que los muchachos que me habían golpeado no estaban, parecía como si se hubieran metido dentro de los cuerpos del gentío pues me llamó la atención sus ojos abiertos, asustados y sus gestos asquientos. Traté de levantarme y no pude mover nada, peor aún, no sentía mi cuerpo. "Estoy mal", pensé.
Al rato llegaron un grupo de personas amigas que me cargaron y llevaron al centro de salud mas cercano. Allí, todo era blanco: las luces, las paredes, los uniformes de los enfermeros y doctores; lo demás, apestaba a podrido y a remedio. Cerca de mí estaba otro joven... tenía las manos y el rostro carbonizado, y a pesar que aún se movía, le sentía como carne quemada, muerta, inanimada. Cerré los ojos y quedé consoladamente dormido. De pronto, aquel precioso silencio se rompió como un cristal por los gritos de mi madre y la nerviosa voz de mi padre tratando de calmarla...
Los doctores nos dijeron que no volvería a caminar ni mover ni una extremidad jamás, sin embargo, cuando uno tiene quince años no entiende el valor ni la gravedad de las cosas, así que, según el resto del mundo, viviría el resto de mi vida como un vegetal parlante... Y todo gracias a querer hacerme el valiente, enfrentándome al muchacho mas bravo de todo el vecindario, cuando éste estaba rodeado de sus amigotes, a los cuales también insulté... contándoles mentiras y verdades, como que sus hermanas y madres y tías y amigas habían pasado por mis brazos, lo cual era parcialmente cierto, pero no tanto, pues a lo sumo las conocía de vista, o de saludo, nada mas... pero si a través de mis letras.
Vivir el resto de mi vida así... ¿Quién podría aceptarme, quererme, cuidarme?
Me llevaron a mi casa, y luego, a un lugar especial en donde mi padre tuvo que pagar hasta que su bolsillo aguantara. En aquel lugar, todos eran como yo, o lisiados. Es raro, muy raro que, a los quince años uno no pueda valorar nada de esto...
Pasaron años y años y años y años... Me pasaron de hospital en hospital hasta llegar a esta casa en donde vive una extraña mujer que diariamente recibe a diferentes tipos de hombres. Es una puta, y una puta fina, pues los hombres que recibe y atiende son elegantes, finos, adinerados, viejos, jóvenes inexpertos... Se veía que a todos ellos, el mundo los ha tratado muy bien. De mis padres perdí el contacto en uno de los tantos hospitales en que pasaba como si fuera una madeja desenrollándose, sabiendo que en algún punto terminará todo el rollo, en mi caso, toda mi vida... Los pedí, pero qué importaba sino los veía casi nunca. Y bueno, por ¿suerte? caí allí, en un fino y delicado prostíbulo, echado en una cama con una ventana que me mostraba un bello paraje, poblado de árboles y casas muy elegantes. Me preguntaba siempre cómo es que esta mujer tuvo la gentileza de cargar con los restos de mi vida, llevarme a su lado, ponerme a mi servicio a una linda muchacha, pero, ¿qué sentido tenía para mí?
Supe la respuesta a todas mis preguntas cuando me enteré que aquella mujer había sido hermana de uno de los muchachos que me dejaron como una planta, y que, eso también me informé por la linda muchacha que, ella, admiraba todos los poemas que escribía y que mandaba a todas las chicas y señoras del barrio en que vivía cuando muchacho. Me reí de mi suerte y de las cosas que ocurren en la vida de uno, pero más reí cuando me llegó una grabadora por encargo de la fina puta, pidiéndome que le declamara o creara poemas, mis poemas. Nunca me había reído de esa manera pero sentí que debía pagar su cortesía, así que le declamé un bello poema de amor entre un animal que hablaba y un hombre estúpido que solía golpear al animal. Parece que le gustó mucho pues aquella misma noche se puso al borde de mi cama y se puso a escribirlo en un pequeño cuadernillo. Esto ocurrió durante mucho tiempo, es decir, yo recitaba o contaba cuentos, y esta mujer se ponía a escribirlos, esta vez, en un grueso cuaderno.
El tiempo continuó y una bella tarde observé que dejaron de llegar los autos elegantes, los hombres adinerados, no venía nadie... "¿Y ahora?", pensé... No terminé de pensar cuando esta mujer me trajo un libro de poemas en donde estaba escrito su nombre pero con todos mis poemas y cuentos. "Es lo mismo", me dijo. Volví a sonreír. Y pensé que había valido la pena tanto dolor para que mis sentimientos estuvieran respirando, vivos en un papel, en un mundo en constante movimiento pero muerto, sin luz, sin brillo... Y tan solo animado cuando la luz del primer sentimiento lanzase sus cálidos destellos sobre los oj0s de cada lector en la forma de un cuento o un poema... Reí sin parar de contento y continué riendo hasta el momento en que sentí que la vida empezaba a apagarse, recordando aquella primera y última golpiza, cada una de mis mentiras, poemas, cuentos y... un sueño llamado vida...
San isidro, enero del 2006