Había una vez un niño llamado Enrique, tenía 10 años y vivía con sus padres y su hermana en una bonita casa. Era feliz en casa y sus abuelos siempre le regalaban muchas cosas. Pero él no era feliz del todo.
En el colegio nadie era su amigo, peor aún, tampoco tenía amigos fuera del colegio. Todos los niños se reían de él porque no era muy bueno en clase de gimnasia, siempre se cansaba pronto de correr y nunca cogía la pelota cuando se la pasaban.
Un día, de vuelta a casa al salir del colegio, un grupo de chicos mayores empezaron a perseguirle:
-Eh, tú! eres un patoso -dijo uno de ellos.
-Corre, ve a casa con tu papá, seguro que es un gallina, igual que tú -dijo otro.
Enrique empezó a correr, tanto corrió sin pensar a donde se dirigía que acabó adentrándose en un pequeño bosque a las afueras de la ciudad. Allí encontró un enorme árbol con un gran hueco en el tronco. Enrique entró en el hueco para esconderse, temeroso de que a los chicos se les hubiera ocurrido perseguirlo. Allí se sentó y empezó a llorar desconsolado.
-¿Por qué tiene que pasarme esto a mi? -dijo en voz alta -¿Por qué no puedo ser como los demás niños?
-¿Quién eres? -preguntó una vocecilla de repente. Enrique se giró sobresaltado, ¿quién era el que le hablaba? ¿sería una broma de los chicos que estarían escondidos en alguna parte?
Sus ojos no daban crédito a lo que veían, una pequeña criatura de la altura de un palmo, ojos saltones y cuerpo diminuto en comparación con su cabeza lo miraba sorprendido. Tenía solo 3 dedos en las manos y el color de su cuerpo era de un azul grisaceo y muy brillante.
-¿Qué eres tú? -preguntó Enrique estupefacto.
-Soy un menschter, y tu eres un humano, bastante joven por cierto. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
-Es que... bueno... me perdí -contestó el niño avergonzado, no quería que aquel extraño ser supiera que había estado huyendo de otros niños.
-¿Qué es un menschter? -preguntó para cambiar de tema.
-Los menscher vivimos en un mundo subterraneo, hay muchas entradas a nuestro mundo y esta es una de ellas. En realidad los menschter somos creadores de sueños, escogemos a un humano al azar y por sorteo y uno de nosotros se encarga de meterle una idea en la cabeza mediante magia. Le hacemos creer que puede conseguir aquello que mas desee, su sueño mas profundo.
-¿Hacéis que la gente consiga lo que quiere por arte de magia? -preguntó Enrique entusiasmado.
-No, solo introducimos la idea en la mente de la persona con magia, después la gente tiene que conseguir sus objetivos por sus propios medios. Pero escucha, no nos hemos presentado, me llamo Adro.
-Yo soy Enrique -dijo el niño volviendo a la realidad.
-Me parece que estás triste -dijo Adro -quizá pueda ayudarte, aunque sería hacer trampa porque solo puedo ayudar a las personas que salen en el sorteo, pero... me caes bien, creo que podría hacer una excepción contigo.
-¿En serio? -dijo el niño incrédulo -¿me ayudarías?
-Si -contestó Adro-. Se que es lo que te pasa y lo que mas deseas, nosotros los menschter lo sabemos todo.
Enrique se ruborizó.
-Ahora vas a pensar que eres el chico mas ágil de todo el colegio, que nadie puede derrotarte en nada. Todos te envidian y siempre quieren ir en el mismo equipo que tu. Que así lo creas -dijo Adro.
De repente, Enrique sintió una fuerza interior muy grande. Se sentía mas seguro de si mismo y capaz de cualquier cosa.
Los días que siguieron fueron los mas grandes de la vida de Enrique. De repente ya no era torpe en los juegos y hasta hacía piruetas que ningún otro niño sabía hacer. Se volvió muy popular en la escuela por ser el mejor delantero del equipo de fútbol de la ciudad y pasó a jugar en un equipo de chicos mayores. Siempre invitaba a algún niño de su clase a merendar a casa, y es que ahora no le faltaban amigos.
Así fue como Enrique aprendió que solo confiando en si mismo podía conseguir lo que deseaba, solo necesitaba creer que podía hacerlo y lo lograba.
Un día Enrique volvió al bosque a darle las gracias a Adro, pero no lo encontró en el hueco del tronco del árbol. ¿Habría sido Adro un fruto de su imaginación, o realmente había existido? Enrique no lo supo del todo pero dibujó a Adro con su gran cabeza, sus ojos saltones y su pequeño cuerpo azul grisaceo y colgó el dibujo en su habitación para no olvidarlo jamás.
¿Adro? ¿Realidad o ficción? ¡Qué más da! ¡Si Enrique ya no siente aflicción y con los compañeros compite! (El pequeño menschter)