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El perro sobreviviente del Holocausto

La historia es apenas una parte muy pequeña dentro de la de mi buen amigo Arie Birnbaum, siendo su padre un hacendado y propietario de vacas, terrenos y demás, durante la Europa de la II Guerra Mundial en una Rusia con un comunismo que se comenzaba a respirar por todos los poros. Los rusos lo consideraron capitalista y por lo tanto culpable del hambre del pueblo. El poseer activos era sinónimo de explotador y como tal habían órdenes expresas de detenerlo, confiscarle sus pertenencias y enviarlo a Siberia.
Las autoridades, haciendo alarde de sus fuerzas, de su desapego con sus ciudadanos, desde algunas calles cercanas , antes de llegar a su morada venían gritando consignas, decían que iban en busca del capitalista Birnbaum, padre del protagonista de esta historia. Al saberse perseguido y, consciente de que lo llevarían preso sin un justo juicio, sin pensarlo dos veces, se dio a la fuga. Por mera casualidad, un vecino de él, quien vivía en la casa de enfrente, poseía el mismo apellido, aunque no tenían vínculo familiar alguno. Fue a éste, al que se llevaron preso; las hordas embravecidas requerían de sangre, de ese teatro que acostumbran a hacer los regímenes totalitarios como para ir golpeando la moral y a la vez sembrar el pánico colectivo. Era una triste reminiscencia a la época de hambre de los romanos en los que el pan y circo, suplían las otras necesidades que el gobernante no podía proveer.
El hombre gritaba, diciendo y aduciendo que se estaba cometiendo un grave error, que él no era el hombre que buscaban, que no poseía bienes de fortuna; el hombre temblaba del malestar, la rabia y la indefección. Los vecinos trataban de disuadir a los que ejecutaban el arresto de que se estaba cometiendo un grave error, pero nada sirvió. El hombre fue llevado, lo estuvieron presionando para que cantara; los interrogatorios incluían maltratos, pero a decir verdad, no podía el hombre asumir un algo que no le pertenecía. Luego de darse cuenta de la crasa equivocación, lo soltaron y retornaron con mejores señas a la casa del verdadero señor padre de Arie Birnbaum. Encontraron a su hijo Faiwel y sin que esto tuviera nada que ver, se lo llevaron. Sin hacerle juicio, al no presentarse el padre para ser intercambiado por el hijo, éste fue enviado a Siberia en donde permaneció casi cinco años. Su historia vendrá en otra entrega, pues él, como muchos de los judíos de esa época, merecen su propio sitial de honor.
El Sr. Birnbaum fue donde su buen amigo. Campesino como él, le explicó de su preocupación y éste lo invitó a guarecerse en su casa; para ello construyó una pared para poderlos mantener ocultos y así, en base a una amistad construida en negocios, los tres, padre, hijo y su noble perro Troldy pasaron sin miedos más de tres meses escondidos. Luego los alemanes llegaron y se sabía que de un momento a otro, serían apresados y mandados a los campos de exterminio. Puestos al tanto por el hacendado y lleno de temores en cuanto a él y a los suyos, presentó como opción que se fueran. Fueron tomados presos y llevados a un campo de trabajo, donde el perro, fiel como pocos, dormía siempre a su lado, comía cuando había comida y sufría de hambre cuando a su amo le sucedía igual. Arie, viendo que su perrito podría morir de un momento a otro, en una escaramuza, sacó al perro y lo llevó donde su amigo el hacendado, sabía que su presente sería mejor que el que ahora poseían y ya solo con mucho dolor retornó al campo.
Arie fue enviado en transporte de carga a los campos de exterminio; su juventud, fuerza, sus ganas de vivir y ánimo que le inyectaron otros amigos del mismo furgón, ayudaron a que rompieran los alambres y barrotes que tenía la única ventana del tren y, sabiendo de que se estaban jugando la vida, saltaron del tren en marcha. Uno de sus amigos en la caída se dio en la frente, lo que al rato le ocasionó la muerte, pero no sin antes gritarle a Arie que corriera, que no se entregara, que salvara su propia vida. Esta fuerza de ánimo y este querer dar antes de ver por su propia salud, son parte de los valores morales que hoy conforman su personalidad y que, debemos de aceptar, fue lo que le salvó la vida.
La propia historia de mi amigo Arie Birnbaum la contaremos en otra entrega de Sobrevivientes del Holocausto, aunque ahora, vale la pena el salto que daremos para detallar lo que nos movió a escribir por adelantado esta parte de su vida.
Pasaron más de cincuenta años. Los tres Birnbaum lograron llegar a Venezuela, se establecieron, fueron prósperos y, tratando de honrar a aquel campesino, Arie Birnbaum planeó un viaje con su esposa, hijos y nietos. En su corazón siempre estuvo sembrado ese sentimiento de agradecimiento y de amor por aquella familia que a riesgo de su propia vida, los escondieron, les permitieron tener lo que es hoy una maravillosa familia.
Primero los trámites, los planes del viaje, el itinerario, los deseos, las incertidumbres, mezclas de sensaciones desconocidas, recuerdos de familia que ya no estaban presentes. Dudas por la tardanza en dar esos pasos. Muchas emociones. Llegada al pueblo, encuentro cercano con la casa, la que de un modo u otro asemejaba sus recuerdos. La sangre fluía en su rostro. Un no saber de la reacción de la gente y al final, el encuentro.
Tocada la puerta, ésta es abierta y aparece una mujer que sorprendida y sin rastro alguno de emoción, escucha su relato, de cómo había sido salvado por su padre. La mujer lo pone al tanto de que el hombre había fallecido y que ella desconocía lo que estaba escuchando. Al ruego de Arie Birnbaum, les permitió entrar con su familia a la casa y así, les pudo mostrar la pared que sirvió como escondite, el lugar en que por meses y dos oportunidades, esta familia le había salvado la vida. El grupo, emocionado, revivió la experiencia, agradecieron la atención de la mujer y se marcharon. La verdad, quedó un mal sabor de boca, al saber que el salvador ya no vivía. El tiempo no permitió que se diera el tan anhelado encuentro para con ello retornar con afecto el reconocimiento y agradecimiento que por tanto tiempo guardó.
Al otro día iban todos paseando por el mercado del pueblo, para poder de algún modo entender la forma de vida de esa gente, para acercarse con el tacto y los demás sentidos a esa parte de la historia que conocían de su padre y que ahora dejaba de ser un cuento y lo estaban reviviendo. De repente, a lo lejos una mujer comenzó a gritar su nombre: Sr. Birnbaum, Sr. Birnbaum, Sr. Arie Birnbaum. Todos como tomados por sorpresa, se detuvieron y vieron como esta mujer, llevando de la mano a su perro, corría hacia ellos, pareciera ser alguien conocida, alguien con mucho amor para dar.
La mujer se presentó. Resultó que era la nieta del hacendado, ella era maestra de escuela y su misma dedicación, en su tiempo la hizo querer conocer la historia de sus abuelos y ella sí estaba al tanto de los pormenores, se abrazaron, se dieron besos y de algún modo Arie se sintió que había valido la pena hacer el viaje, que a sus descendientes, les había dado un abrazo y el eterno y presente agradecimiento al hecho de haber permitido la formación de esa familia que lo acompañaba. Luego de esta presentación tan cálida y amorosa, la mujer le hizo señas a su perro y acariciándolo, preguntó si Arie no sabía el nombre que tenía el perro. A su respuesta negativa, ella le dijo que se llamaba Troldy, era descendiente en sexta generación del perro que él les había regalado y que todos ellos por la nobleza del animal, portaban su mismo nombre. Fue un momento de una emoción inconmensurable, fue un acto en el que el tiempo retornaba a esos instantes de tristeza pero a la vez, dejaba ver que el mundo, de sus cenizas, puede siempre volver a nacer.
Samuel Akinin Levy
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.02
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