“¡Sobrinito! ” Me gritó desde la otra acera. “Ven dale un abrazo a tu tío.”
Era un hombre de los que se miran solo para criticarlos y hacer ejemplo para los hijos. Si no estudias serás como él, dirían algunos. Traía los ojos achinados por el alcohol, los pantalones remangados con huecos hasta en los parches. De cinturón tenia improvisado unas tiras de saco de arroz, y los zapatos reflejaban su hambre mostrando sus dedos cuan lenguas cansadas. Su piel curtida y sucia, y sus labios resecos complementaban su apariencia de pordiosero. Me tomó tiempo reconocerlo y atinar esa presencia callejera con la foto familiar de mi bautizo, donde quedó plasmado en la memoria de un álbum el único retrato completo de la casta. Me acerqué con pasos de ratón, asustado pero curioso. Me abrazó contento. Su aliento despedía un tufo mezcla de cigarro con cerveza, el olor a las cantinas comprimido en su boca. Seguro que no había tomado un baño en días, pero me miraba y se paraba erguido como si fuera imaginación mía, reflejando así un aire de solemnidad sublime. De todos los hermanos de mi madre, en él apostaban el futuro de la familia. Inteligente, facundo. Había sido alcalde de la ciudad y aun en esas condiciones tenia seguidores en un partido político que no era ya mas que una burla terca.
-“¿Cómo te trata la vida, sobrinito?” me preguntó con intriga en los ojos, como esperando con ansias la respuesta de mi boca, listo para salir a mi rescate con su experiencia.
-“Bien” le conteste apabullando su esperanza de una respuesta digna. Nadie estaba bien por ese entonces.
Tenía muchos consejos que darme, dependiendo de mi respuesta. Como referencia tenia una enciclopedia escrita y documentada con extensa investigación en la universidad de la vida, sus atuendos en si eran testigos. Lo salpicó de pruebas el trajín, y escogió la ruta que muchos toman, pero sabía con detalles donde falló su intuición. Se desvanecieron sus sueños en lo único que puede desaparecer la voluntad de un hombre: el engaño de un amor contrariado. Buscó la anestesia del sabor del alcohol, que lo envolvió en caprichosa bienvenida, y le vendió una esperanza pintada de amarillo. El vicio resultó ser muy fuerte, y Goliat trituró su brío. De sus ojos escapaba ternura, y me miraba como quien recuerda. Sin duda pensaba en mi bautizo, y en el bochorno que causó su estado de embriaguez, cuando insistió en dar la misa con sentido político. Me miraba pidiendo perdón por su acción, mas sin disculparse por quien se había convertido. ¿Cómo se llega tan bajo? Lo miré con recelos, esperando que me pida algo, un pedazo de pan, un baso de agua, plata para el bus que yo no tenia, pero no me pidió nada. Se agachó y me apapacho con un fuerte abrazo. Se llevó la mano al corazón y del bolsillo de su camisa sacó tres pesos. Me los dio diciendo:
-“Toma, cómprate un helado. Recuerda hacerle caso a tu madre, y mándale mis saludos”