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Había una vez, en un pueblo perdido en las montañas, una pequeña casa aislada del resto del mundo. En ella vivían Cuchuflón y Cuchufleta, un matrimonio bondadoso y trabajador, y sus cuatro hijos. Se llamaban Primavera, Verano, Otoño e Invierno. Sus padres habían escogido los nombres de las distintas estaciones porque, como eran agricultores, tenían que fijarse mucho en qué época del año estaban pasa saber qué sembrar, qué recolectar, qué plantas podar…
Los cuatro hijos de Cuchuflón y Cuchufleta tenían personalidades muy diferentes entre sí. Primavera era alegre y cantarina. Verano era una niña a la que le gustaba estar siempre al aire libre. En cambio, Otoño era muy estudioso y responsable e Invierno era algo travieso y respondón.
Un día, estando Cuchuflón y Cuchufleta regando los tomates de la huerta, se dieron cuenta de que la manguera estaba rota. Se habían quedado a la mitad de la tarea y su casa estaba muy lejos para ir a por cubos de agua. Viendo que la casa de su única vecina estaba vacía y que no había rastro de la mujer, decidieron usar su pozo. Tenían pensado comentarle lo que habían hecho cuando la viesen y explicarle la situación para que no se enfadase. Pero lo que no sabían era que la vecina era en realidad una hechicera muy conocida en la comarca. Se llamaba Telesfora y ese día, por desgracia, llegó a casa antes de lo habitual. Lo hizo justo en el momento en el que Cuchuflón llenaba el último cubo. Muy enfadada y sin dejar a sus vecinos que se explicasen, lanzó un maleficio sobre ellos. Les condenó a que cada uno de sus cuatro hijos solo estuviese despierto el tiempo que durase la estación que les daba nombre. Muy triste, la pareja se fue a casa y se encontró a tres de sus hijos dormidos plácidamente y solo a Verano despierto sin entender nada. Como Telesfora les vio tan tristes decidió perdonarles con una condición: deberían darle la mitad de su cosecha durante dos años enteros. Todo lo que cultivasen. Pero a Cuchufleta se le ocurrió una idea mejor…
-¿Por qué no vienes a comer con nosotros? Nosotros cultivamos nuestras verduras gracias al agua de tu pozo y después todos disfrutamos de la cosecha -le propuso la mujer.
La hechicera aceptó encantada porque en realidad estaba muy sola y sabía que tenía agua de sobra en su pozo para ayudar a sus vecinos. Se dieron cuenta de que no siempre hacía falta dinero para conseguir cosas, sino que intercambiar favores era una bonita alternativa.
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