Como empezar a contar esta historia, tan hermosa, tan simple, tan... sin palabras...
Tengo cerca de ochenta años y tengo miedo, temo por todo. Si salgo a la calle, temo que alguien me robe, me empuje, por eso salgo con mi empleado o con mi hijo cuando se acuerda de mi. Hay veces en que salgo y me agrada cuando no hay nadie en la calle. Por supuesto que lo hago muy de madrugada, cuando el sol ni se asoma, y la oscuridad son mi refugio, las sombras mis fantasmas, sí, salgo así para no encontrarme con esos rostros fríos de la gente, que se apuran por llegar a alguna parte como si la vida dependiera de eso. Qué estafa tan banal, pero, la verdad, yo viví así durante años hasta que mi esposa falleció y mi único hijo se fue tan lejos y tanto tiempo que cuando regresé ya ni me acordaba de su nombre ni su cara. ¿La sangre? Otra gran mentira, engaño de pueblecillo. Y así vivía, como búho hasta que en una de esas escapadas vi a un niño mas o menos once años caminando por un parque cerca a la ciudad. Vestía de forma elegante, usaba bastón, lentes dorados como el sol, y su andar era como un ciervo, apenas si tocaba la tierra. Me detuve, era raro ver a un niño vestido de esa forma y solo por la noche. Me escondí. Temí que fuese un ser raro, como el Principito, pero no, no era nada de eso. Me escondí tras uno de los árboles del parque y me puse a observarle. Extrañamente continuaba su camino de ida y vuelta, en círculos y círculos. Está jugando, pensé. De pronto, se detuvo. Me miró desde donde estaba y me dijo que no jugaba, que estaba bailando con la luna. ¿Cómo puede escucharme?, pensé. Empezó a reírse dándose vueltas por el jardín. Tonto, escuché, soy el hijo de la noche, esa misma que tu visitas, y te escucho siempre, y sé que eres un cobarde porque no deseas ni sabes vivir... Tonto. Ve al techo de tu casa y escucha a los gatos maullar, pero tu no sabes escucharles, entenderles. Mira como los árboles te contemplan, pero no percibes sus pacíficas miradas... No sabes vivir, temes a la vida... ¿Quieres aprender?.
Temblaba, sudaba y me preguntaba cómo ese niño sabía tanto de mí, ¿cómo? El volvió a reír. Se paró y de un salto, como si volara, se puso frente a mí. Me cogió de las manos y me dijo que jugase con él. Tienes que jugar, gritó. Tenías las manos tan suaves, hermosas como los de mi mujer cuando joven, y sus ojos eran tan dulces como cuando mi madre me mimaba... Es un ángel, sentí. Volvió a reír. Tonto, me dijo, sueñas despierto.
¡Desnúdate!, ordenó. No, le dije, tengo frío y vergüenza. Volvió a pedírmelo, y de pronto, mis manos se soltaron de mi voluntad y empezaron a quitarme las ropas hasta dejarme desnudo. Extrañamente no sentí frío, ni vergüenza, pero el niño no soltaba mi mano. Vamos, me dijo. Le seguí y cuando estábamos por cruzar el río, lo crusamos como si fuera de concreto. Estoy delirando, sí, eso me pasa... Caminamos por todo el río, hasta que sus pasos comenzaron a elevarse, volábamos, flotábamos, era hermoso, no sentía mas que paz... Miré hacia donde íbamos cuando escuché su voz decirme que volvíamos a casa... ¿A casa?, pregunté. Sí, respondió... No volví a preguntar mas. Era hermoso ese viaje que dentro mío sentía que era mi muerte, pero no fue así, no.
Llegamos a un lugar en donde me llegaban bellos recuerdos. Me fijé bien y era la humilde casa de mis tíos en donde jugaba de niño por todo el pequeño cuarto de la casa. Vi ese rinconcito en donde me escondía y sentí algo tan lindo que quise estar de vuelta allí. Luego, viajamos a un mar tan grande, de olas gigantescas, lleno de hombre y mujeres felices, y recordé mi juventud mirando el mar... Vi un rostro de mujer abriendo sus labios, mezclando su lengua con la mía. Una tarde de salida de algún sitio en donde la gloria me bañaba con sus olas brillantes... Era mi pasado, y fui feliz. Sí, escuché la voz del niño. Eso eres, solo eso... Le miré y luego cerré los ojos de emoción pues las lágrimas salían sin poderme contener... Y cuando los abrí, estaba en la puerta de mi casa, sentado en el piso, y con un lindo muñequito en mis manos. Lo miré, y me pareció que me guiñaba un ojo. Lo cogí y abracé al muñequito.
Desde ese día, diariamente salgo a la calle y sonrío a la gente que se cruza en mi camino. Llamo a mi hijo, a mis sobrinos, vecinos, a todos los que conozco y a los que no, y les digo que no teman, que no teman... La vida es alegría, eso digo mientras siento al muñequito cerca de mis manos...
Santiago de Chile, septiembre de 2006