Mi nombre es Carlos y vivo hace tres años con Rubén. Le amo y sé que el me ama a mí, siento sus manos fuertes que recorren mi piel hasta tocar el interruptor que me desenfrena y me hace estallar en coloridas pasiones. Lo hemos discutido seriamente, me lo cambio, no me lo cambio, nos pasamos a veces semanas enteras sin dirigirnos la palabra, seríamos tan felices el uno al lado del otro, pero eso molesta, molesta, el desea que me lo quite y yo me pongo a llorar de puro miedo ¿Qué dirían mis padres? Aparte de eso, está la parte económica: la operación es cara, carísima y todo para satisfacer un capricho. Claro, no es muy cómodo y a él le molesta pero ¡si así me conoció! Es una verdadera mula cuando se enfada, pero cuando nos reconciliamos, observo sus hermosos ojos pardos y soy feliz y me olvido de todo y volvemos a las caricias y a la locura y cuando siento su respiración muy cerca de mi pecho, escucho su voz grave y cadenciosa que me susurra: -Carlos, Carlos, ¿Cuándo lo harás? Dicen que es fácil, un simple trámite. Hazlo por favor, para que seamos una pareja normal. Yo me amurro de nuevo y le vuelvo la espalda. Y así nos llevamos y así se nos pasa la vida.
Ayer Rubén sacó toda su ropa del closet y la dobló cuidadosamente en una maleta. ¿Qué pasa?-le pregunté. –Me voy- contestó hecho una furia. Esto no da para más. ¿Cómo? ¡Si somos tan felices! El me quedó mirando con esa actitud tan varonil que agarra cuando se enoja y lanzó una carcajada. ¿Felices? ¿Felices? No me hagas reír. No, Carlos, nunca seremos felices mientras tú no decidas a hacer lo sensato. Elige: Yo o tu encaprichamiento.
Como yo amo a Rubén más que nada en la vida y me cortaría un brazo antes de perderlo, mañana mismo parto al Registro Civil para que corrijan mi acta de nacimiento y desde allí en adelante, en vez de Carlos Cecilia Paredes Cifuentes, pase a ser Valeria Cecilia Paredes Cifuentes, que está más de acuerdo con mi calidad de legítima mujer.