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El que seguía era yo

La luz mortecina de los pasadizos subterráneos apenas alimentada por enclenques y desaliñadas antorchas era la única guía que para todos los que habíamos caído a ese estrato social donde éramos tratados bajo la más baja escala social sin siquiera llegar a ser considerados parte de la sociedad y eso incluía a las mismas bestias que ventajosamente llegaban a ser cómplices brutos que favorablemente, a los intereses de los poderosos romanos, diezmaban y controlaban el crecimiento inevitable de los obligados habitantes de ese inframundo.
Ese incremento de la población era un mero negocio entre traficantes y funcionarios menores que eran los principales proveedores de la parte “Circo” con la que la élite gobernaba y mantenía distraída al grueso del vulgo.
Los gladiadores éramos en la mayoría de los casos obtenidos de redadas, secuestros, trofeos de guerras, guerras sin motivo alguno y todos habitantes fuera del Imperio Romano. Esa historia se repetiría en varias ocasiones con resultados nefastos para esos desgraciados cuya única culpa resultaba de no haber nacido, romanos.
Desde luego que no todos los capturados pararíamos en la Escuela de Gladiadores ya que los niños, ambos géneros eran vendidos y terminarían con algo de suerte como esclavos de por vida en alguna de las mansiones de la élite de la sociedad romana. Algunos otros con menos suerte serían destinados a trabajar hasta el final de su tránsito por esta vida ya fuera en campos agrícolas, astilleros o minas bajo las más deplorables condiciones de sobrevivencia.
Después de una somera revisión y evaluación se separaban los especímenes que podrían alcanzar el físico, el coraje y la destreza requeridos para cumplir con el dudoso honor de participar en los espectáculos organizados para distraer al Cesar, a su camarilla de aduladores, gusanos profesionales y al resto del pueblo.
Terminaríamos en alguna aparición en la arena de algún Coliseo, emulando a los primeros grupos de gladiadores que empezaron luchando entre sí con la idea de honrar a algún personaje importante.
Aquella idea atrapó la imaginación de algún vivales y propuso este tipo de espectáculo entre soldados que buscaban su libertad lográndola solamente los que sobrevivían a una serie de enfrentamientos muchas ocasiones dirigidos y controlados al antojo y capricho de los dueños de los propios combatientes.
Pronto esas luchas dejaron de tener atractivo para la muchedumbre y empezaron a surgir algunas variaciones. Se montaron autenticas guerras completamente escenificadas las que podrían haber sido terrestres o acuáticas. Posteriormente alguien ideó luchas entre bestias y gladiadores siendo que cuando en la línea del tiempo se suscitó el rechazo a las ideas cristianas, de aquí apareció un proveedor con mucho potencial en cuanto a número de posibles participantes en la presentación de autenticas masacres en las que enfrentaban a miles de cristianos armados solamente con su manos contra feroces y hambrientas fieras de lo más variado, leones, osos, búfalos, toros, tigres, etc.
Sin embargo, las presentaciones más socorridas eran los enfrentamientos entre gladiadores. Algunos de ellos alcanzaron fama por su habilidad o por su fiereza o por su saña en aniquilar a cuanto compañero de “Profesión” lo enfrentaran. Así en ocasiones encadenaban a dos dispares ejemplares y los hacían luchar contra otra pareja en las mismas condiciones.
Los gladiadores que sobrevivían acumulaban ciertas canonjías y los distinguían presentándolos en lo que se podría ubicar como encuentros estelares.
En lo particular, yo tenía cierta habilidad nata que fue incrementándose con la práctica alimentación a la que me fui haciendo acreedor por las victoria que a costa de la muerte de mis compañeros de desgracia obtuve, semana a semana en la arena del Coliseo.
Con el tiempo llegué a ser distinguido con un grupo bastante amplio de admiradores que aparentemente me animaban aunque lo cierto era que solo era un disfraz para obtener pingües ganancias en cada combate con apuestas al margen.
La Hora Sexta del día nona del mes Iunious del año MCCXI marcó el inicio de los festejos en honor de Juno y que principiaron con un largo toque de trompetas acompañada del retumbar de tambores y que convocaron a siete cuadrigas a ocupar sus respectivos lugares en la línea de salida de una carrera que constaría de siete vueltas a la pista.
Desde mi lugar en la mazmorra asignada escuché el rugir de la muchedumbre al arranque de los competidores, durante el transcurso de la carrera misma y por supuesto al finalizar la distancia establecida. De nuevo el barullo y posteriormente un murmullo hasta que creció de nuevo al grado de la esquizofrenia motivada por el real sacrifico de un centenar de cristianos que aparecieron por las compuertas bajas siendo que en rejas camuflada en el piso se abatieron al menos una docena de puertas de jaulas que dejaron escapar al menos a dos docenas de fieros y hambrientos leones que en un santiamén dieron cuenta de aquellos desgraciados. La barbarie duro escasos minutos, los escalofriantes rugidos de las fiera eran acallados por los gritos o las burlonas risas que descollaban en carcajadas del publico asistente, los cuales por cierto habían desembolsado hasta quinientos sestercios, al ser alcanzado algún forzado mártir y que en ese momento estaban totalmente ebrios de emoción y de vino. La adrenalina corría a torrentes por sus venas.
De nuevo el silencio marcó el cambio de espectáculo. Aquí entraríamos los predestinados a ocupar el lugar de honor en el programa. Todos lo sabíamos. Todos estábamos consientes que podíamos salir pero no necesariamente podríamos regresar al menos vivos. El que seguía era yo. Mi grado era el de un SAMNITA, el más alto en la escala. Tomé mi Escudo oblongo grande, me calcé mí Casco con visera orlado con Cresta y cimera de plumas, una especie de asistente me auxilió a afianzarme la Greba metálica en la pierna izquierda así como el Brazal de cuero que cubría en parte el hombro de mí brazo derecho y por último seleccioné una Espada corta conocida como “Gladius”.
Desfilamos por el ascendente túnel que descollaba al nivel de la arena. Imágenes de toda mi vida pasaron frente a mí en un instante, recuerdos de mi niñez y mi incipiente adolescencia, huir por los campos sembrados de trigo, el alcance de un garrote lanzado con toda precisión queme hizo rodar sobre el trigal, la perdida del conocimiento y mi despertar en una jaula con todo el cuerpo adolorido. Nunca más había de volver a mi terruño ni mucho menos volver a ver a mi familia, mis amigos de juegos infantiles, los lagos, las montañas, los volcanes, las aves y tantos y tantos recuerdos que escaparon a mi memoria. El eco de nuestra marcha pronto ocultó el murmullo sediento de sangre de la multitud. Una gota de sudor rodó por mi frente y alcancé a ver cómo se estrellaba en las baldosas del adoquín del piso de aquel pasaje sin retorno para cuando menos la mitad de los que por ahí desfilábamos. El chirriar de los goznes oxidados de las compuertas provocó que mi piel se erizara. Cerré los ojos por un brevísimo instante para soportar el cambio de la penumbra a la luz brillante de un futuro incierto.
Lo último que recuerdo fue el retumbar sonoro en mis oídos del consabido saludo; “Morituri te salutant, (Los que van a morir, te saludan)
Datos del Cuento
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