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Era una noche especial para Carlitos, su padre había prometido por milésima vez, estar presente en su recital de piano, y el chico como muchas otras ocasiones, lo había creído, sin embargo, una vez más, él simplemente no se presentó. Aunque el resto de la familia estuvo ahí para apoyarlo, el pobre niño volvió a casa muy decepcionado.
No había forma de que alguien lo consolara, sobre todo porque el señor no faltaba a ninguno de los juegos de futbol de su hijo mayor, entonces estaba más que claro que no era problema de tiempo. Por lo que Carlitos se encerró en su cuarto para llorar por horas.
Tuvo que interrumpir sus momentos de desahogo cuando algunos ruidos extraños llenaron su habitación, sonaba como una rata hurgando entre sus cajones, así que fue a buscarla, pero para su sorpresa lo que encontró fue otra cosa. Era un diminuto hombrecillo, no más grande que su mano; tenía la piel oscura y arrugada, también un par de alas trasparentes y rotas. Lo más extraño de este amiguito es que hablaba, así que pudo preguntarle al niño el motivo de sus lágrimas. Después de conocer la triste historia de Carlitos, la criatura le hizo saber que estaba obligado a concederle un deseo, siempre y cuando el niño no revelara a nadie aquel encuentro. No había mucho que pensar, Carlitos solo quería una cosa, que su padre llegara al próximo recital, sin pretextos, así que eso pidió al hombrecillo a cambio de guardar el secreto de su existencia.
Semanas después, Carlitos partió a su concierto con una enorme sonrisa en la boca, sabía que esta vez las cosas eran muy distintas. Al dar casi las ocho, la gente esperaba el inicio de la gala, solo el lugar del padre del niño seguía vacío. Pero cuando Carlitos puso un pie en el escenario, pudo distinguir la figura de su papá en la entrada alta del recinto, no podía verlo claramente porque la luz le daba directo en el rostro, pero estaba seguro que era él.
Comenzó a tocar como nunca, tal pasión jamás la habían visto en un niño tan pequeño, la gente gritaba, se levantaba de sus lugares, lloraba… corrían sin control por todo el teatro, pero el niño solo tenía ojos para su progenitor que se acercaba lentamente.
A cada paso que el señor daba, el niño tocaba más fuerte, y la gente gritaba hasta el punto del desmayo. Cuando el pequeño lo tuvo enfrente, dibujó en su rostro una sonrisa que pocas personas podrían ignorar, se lanzó sobre él apretando fuerte, pero el señor no pudo corresponder a sus abrazos, tenía la mirada vacía, el cuerpo inerte… sus extremidades apenas permanecían pegadas al resto del cuerpo, emanaba sangre por cada uno de sus poros, pero estaba ahí, aquel hombrecillo había cumplido su palabra, lo levantó de entre los muertos después de un terrible accidente de auto sucedido horas atrás.
A Carlitos solo le importaba que su padre estuviera ahí, mientras que el resto de la gente escapaba del lugar muy aterrada.
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