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El reloj de la muerte

El tic-tac del viejo reloj se unía al continuo golpe producido por el viejo sillón en el cual esperaba la muerte el viejo Anastacio.

La sombra de la noche consumía cada rincón de aquella antigua estructura que parecía que iba a sepultar al pobre y solitario caballero de la gran familia de los Benítez.

Sí, don Anastacio Benítez, ex-presidente de una gran compañía, honrado político, buen legislador, buen padre, buen marido, excelente cristiano, buen samaritano y sobre todo, un buen cabrón...

Allí permanecía petrificado, con sus ojos clavados en aquel maldito reloj que le había regalado su amantísima compañera la noche de su último cumpleaños.

Doce años prisionero del pasado de grandeza, de egoísmos, doce años de penitencia y castigo, doce años de tortura sicológica...

Aquel ruido infernal de los hierros de las puertas de la cárcel le enloquecía, sentía el puñal sobre su cuello y el olor a machos hambrientos en busca de satisfacer sus fuerzas internas...¡Que verguenza! Aquello no podía ser parte de la historia de un Benítez, de un hombre de pelos en pecho, de un granuja como él. Pero si todo había sido un engaño de su mente atormentada, ¿Por qué todavía sentía aquella verguenza de haber sido ultrajado, violado, abusado, golpeado?
¿Por qué permanecía aquel olor a macho salvaje?

Reía, reía con pena, era una sonrisa agrietada, era una mueca de reproche. Se arregló la corbata envejecida, incolora, maloliente, manchada por las continuas babas que huían de su boca sucia. Aquella corbata de hilo que con tanto amor le regaló su hijo Carlos.

Allí, sentado como una momia egipcia, muerto en vida, sin sentimientos, medio ciego, lunático, loco, envejecido, acabado, odiado por el pueblo, despreciado por su familia, rechazado por sus amigos, ignorado por la gente de su propio partido, esperaba la muerte; la maldita muerte que no llegaba, que cada noche le dejaba esperando.

Miraba el reloj, aquellos doce numerales romanos empezaban a caer uno a uno.

Allí, como si fuera una mágica pantalla de televisión, veía a las tres ancianas sonreír, aquellas viejas vestidas de luto que movían las ruedas del tiempo; que marcaban el fin de todo. A veces veía el solitario navegante con su tétrica canoa que conducía las almas de los difuntos a tierras extrañas; en otras ocasiones observaba a un anciano vestido de blanco con sus libros en las manos; y en muchas ocasiones era el mismo diablo en persona quien le extendía las suyas.

A veces sentía el olor a azufre, a fuego, a pestilencia, a perdición. Otras veces veía una enorme balanza que se inclinaba hacia el mal... Eso sí, estaba seguro: un Benítez jamás sería expulsado del cielo. Era la promesa del cura. No importaba lo que hubiera hecho, sus ofrendas a la iglesia le cubrían todos los pecados cometidos y los futuros que pudiera cometer... Era un escogido entre los habitantes de la tierra.

El anciano volvía su mirada al reloj, marcaba las 11:55. Suspiró profundo, sabía, lo presentía, aquel ruido que zumbaba en su cabeza era el aviso de las damas de la muerte.¡Un Benítez se muere cuando le dé la gana!

Él nació para mandar, nació para que lo obedecieran, nació para ser honorable, respetado, para ser temido, y estimado por todos.

Las manecillas del reloj, se detuvieron a las 11:57.

¡No!, ¡No!, gritó con desesperación, no es justo lo que me hacen.Me quieren volver loco.¡Coño, quiero morir esta noche! Si no me muero esta noche no me moriré. ¿Escuchan malditas viejas?
No me moriré cuando ustedes quieran.

Una cadena de palabras vulgares, altisonantes, obscenas brotaban con furia como fuego de una boca de dragón...¡Maldita sea la vida!¡Maldita la muerte!

El silencio volvió a adueñarse del lugar; el viejo sonrió, estaba seguro ahora de que aun la muerte le temía.¡Era un Benítez de pura sepa!

De la profundidad del pasillo surgió su mujer con el reloj en las manos. No era posible, ella no podía estar allí, aquello era una ilusión, el reloj estaba en la pared, no, no era ella.

___ Aquí tienes mi amor para que un día puedas comprender que hay tiempo para todo, hasta para perder. Eres un vil perdedor... un desgraciado, un infeliz, eres un don nadie... todos saben que eres un gran chota... un imbécil...

Y aquel grito hizo que el reloj se desprendiera de la pared...¡Calla, perra inmunda!Adúltera!¡Calla víbora!¡Calla, soy un Benítez!

___Un venado... sí, un Benítez...ja,ja,ja...
un Benítez, sí, un honorable Benítez, su excelencia don Anastacio Benítez porque niega tu apellido Pérez, porque te molesta que hayas tenido madre, y madre pobre pero santa y decente...ja,ja.ja...

___ Escuchen todos. Mi marido, mi machote es un Benítez...¡Oh, arrodillados ante su Eminencia!¡Tú eres un insignificante abusador...bribón que le pegaba a su mujer, a tus hijos, que te llevaste hasta los clavos de la cruz de tu trabajo... Tú no eres andie. Eres un absurdo, un macho incapaz de satisfacer a tu hembra...

___¡Calla!Calla mujer!...¡Oh Dios mío!¡Calla!.

El pobre anciano miró, ya no estaba, se perdió en las sombras del pasillo de la enorme mansión.

Con dificultad trató de levantarse del sillón; eran las 11:59. El tic-tac del reloj se confundía con el ruido de una gota de agua que se lanzaba sobre algún pedazo de metal. Apenas podía respirar; el anciano miró hacia el reloj que había perdido algunas partes pero seguía en el suelo su incesante tic-tac. ¡Eran las 12:00!

Allí, las viejas sobre las manecillas del reloj, las tres ancianas sin rostro...¡Anastacio, Anastacio... Anastacio Benítez... El anciano permaneció en silencio, ignorando las voces burlonas de las intrusas.

___ Su excelencia, don Anastacio Benítez...¡Te llegó la hora!...

Como buen soldado alzó su mirada, erguida su figura, dio tres pasos al frente, se arregló la corbata, sacó tembloroso un viejo retrato de su mujer, lo miró con desprecio y le dejó caer un chorro de saliva, lo colocó sobre su maltrecho zapato derecho, la maldijo...murmuraba con odio y con rabia dirigió su mirada a las manecillas detenidas y a las ancianas que se reían y les gritó:¡Putas!...

Sintió de pronto un zumbido y mientras se desplomaba con un ataque del corazón, veía, en sus últimos segundos, a su mujer caer por el barranco mientras él se arrglaba su sombrero, sacaba un cigarro y sonriente caminaba hacia su mansión.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
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