Inclina, oh Jehová, tu oído,
y escúchame,
Porque estoy afligido y menesteroso.
Salmo 86:1
Allí estaba con su mirada fija y con una lágrima seca colgando de su mejilla izquierda. No lo podía creer, jamás pasó por mi mente una imagen como aquella.
Estaba vestido de negro, siempre lo hacía eran los colores patrióticos del grupo, un poco delgado por el trabajo del último mes. No me atreví interrumpir aquella escena... son los momentos que uno nunca puede olvidar...
Desde jóvenes habíamos sido buenos amigos, camaradas, idealistas, revolucionarios a nuestra manera, no resistíamos la opresión yankee sobre nuestro pueblo, las injusticias contra los trabajadores...
Por primera vez en muchos años los maestros se levantaban en huelga para reclamar sus derechos, era utópico pensar que el gobierno nos haría justicia... para aquel tiempo los maestros pensaban que eran profesionales, no sé por qué hacían la distinción entre profesional y obrero... era la misma mierda... éramos explotados y explotadores, lo otro era una invención de los ricos, de los que poseen los medios de producción para mantenernos pasivos y dejar que nos jodiéramos trabajando por un miserable sueldo.
Fuimos los primeros en tomar la iniciativa y enfrentarnos al monstruo del gobierno para exigir respeto, dignidad y un sueldo justo...
Pero ahora él estaba llorando, no sabía por qué... la noche anterior pasamos un gran susto. Él era el líder de la brigada, ocho locos idealista que sabían que sólo el gobierno entendería con actos violentos... el diálogo era un pretexto para manenernos a raya y vencernos por el cansancio y la necesidad económica.
Fue entonces que pensamos piquertear por el día y meter fuego por la noche, saliera el tiro por donde saliera, nadie sabía nada, nadie conocía a nadie, si agarraban a uno diría que era inicitiva propia...
A Jacinto y a mí nos tocó las oficinas de educación de nuestro pueblo, había que quemarlas,
nos vestimos de mendigo, era cómico, el vestía con un traje viejo, zapatos rotos y un bastón, tenía una barba postiza, yo tenía los pantalones alreves, era un loco, hablaba solo y hacía gestos al aire... llegamos frente al local, nos sentamos en las puertas de una farmacia, era de madrugada... todo estaba listo cuando aparecieron dos instrusos a pedir un cigarrillo,
luego pasó una patrulla de policía... suspendidmos la actividad...
Recordaba los tiempos en la universidad de Puerto Rioc cuando las fuerzas represivas nos golpearon y nos perseguían, recordaba el asesinato de Antonia Martínez, la joven que cursaba su último año de pedagogía y cayó bajo la bala asesina de un policía, recordaba la muerte de los dos agentes de la policía... aquéllos jóvenes fueron los mismos que organizaron muchos sindicatos de obreros y comenzaron a luchar por mejores condiciones de trabajo...
Un mar de recuerdos cruzó por mi mente. Toda aquella lucha, todos aquellos ideales, todos aquellos esfuerzos se desvanecieron... la lucha cayó en manos de mercaderes, de líderes obreros que sólo pensaban en su bienestar personal, que vendieron la lucha por unos cuantos favores... fue por eso que nos retiramos...
Ahora él llora, pero llora porque había cometido un acto de injusticia según él. No pude convencerlo que sólo fue una mala jugada de la vida.
Cuando se retiró compró una casita en una parcela. Se dedicó a sembrarla, a cultivar viandas y hortalizas, a criar pollos y conejos.
Era feliz viendo cada mañana el brote de una nueva planta o ver cómo su crianza de conejos crecía cada día, tocar el fruto cosechado por él, sentía una paz interna cuando alimentaba a sus polluelos, sus gallos de pelea, su cabra... y era muy feliz junto a su esposa y sus hijas...
Pero ahora sentía un dolor tremendo, un remordimiento profundo y dos lágrimas colgaban de sus mejillas. Tragaba hondo, tenía sus labios tránsidos, secos, sentía la amargura en su corazón...
Me acerqué a la puerta y coloqué mis manos sobre su hombro... sentí el fuego de su cuerpo... temblaba. Luego me asomé por la ventana....
Allí estaba la mortandad, varios conejos yacían muertos, sus polluelos despedazados... y bajo el
árbol de aguacate acostada estaba su perra. Tenía una gruesa cadena, estaba flaca, desmejorada...
Entonces comprendí su dolor, su angustia, su desesperación. Entonces recordé sus palabras que me había dicho hacía unos ocho días antes.
___¿Sabes, la perra me mató casi todos mis polluelos, un gallo de pelea, diez conejitos y dos gallinas?... le dí una golpiza que casi la mato, le puse una cadena y la tengo sin comer por varios días...
No podía creer lo que me estaba diciendo. Amaba a los animales, era loco con aquella perra que él mismo había salvado, cuidado como una de sus hijas... había gastado mucho dinero en el veterinario...
___¡Fue la perra, fue Katiria, quién más pudo haber sido!... me decía angustiado...
Pero ahora... ¿Qué había sucedido?...¿Por qué lloraba?
Me dijo...
__Ven, vamos a soltar a mi pobre Katiria, ¡Qué injusto he sido con ella!, no me atrevo acercarme a ella, ni tocarla, ni acariciarla...
he sido un torpe animal... ella no fue la que mató a mis animales...
Y me decía esto mientras me señalaba la segunda matanza... su perra había estado atada, era imposible que ella fuera la responsable...
Saben, no puedo ni describir la escena. Ahora un manantial se lágrimas se mezclaba con su sudor... soltó a la perra y esta se lanzó contra él, lo besaba, corría de un lado para otro... él la agarró y por varios minutos la apretaba y le pedía perdón...
No resistí la emosión, sentí un nudo en mi garganta, una lágrima brotó y miré hacia el patio del vecino... allá estaba el enorme can negro todavía sosteniendo entre sus dientes parte de uno de sus gallos de pelea.
Fin
¡Hay que ver, majo, la imaginación con qué Dios te ha dotado! Te envidio. No sé si con la envidia sana o con la que constituye pecado capital... ¡Lo qué yo daría por tener tu facundia creadora, aunque tan sólo fuese una miajita! En fin; permite al menos que me consuele al pensar que me dispensas unas migajas de tu preciosa amistad en correspondencia a la muchísima que yo te profeso y a esta admiración que por ti siento.