Hace ya más tiempo del imaginado vivía un rey, amo y señor de casi todos los sitios que existían. Los límites de su reino eran los que él se propusiera, no había nada ni nadie que parara su expansión, su ansia de conquista y dominación. Su nombre y su rostro eran tan conocidos como la brutalidad y fuerza de su fiel ejército, el cual gustosamente emprendía las más encarnizadas luchas en los más hinóspitos lugares con tal de satisfacer los deseos de su rey. Y si llegado el caso sus tropas no pudieran llegar a dominar cierto país o región, el simple rumor de su posible presencia bastaba para que sus enemigos depusieran las armas.
Así había pasado la última vez, cuando miles de sus soldados habían muerto a causa del frío polar que existía en un lugar habitado por un emperador sanguinario que decía no temerle y le presentaba una feroz batalla al ejército invasor. Luego de más de seis meses de encarnizadas luchas el rey dispuso que lo llevaran al campo de batalla, desde dónde comandó personalmente a sus tropas.
En menos de una semana avanzó a través del territorio enemigo más de lo que sus hombres lo habían hecho en medio año. Su nombre sonaba cada vez con más fuerza sobre las fuerzas adversarias, las cuales se rendían casi sin ofrecer resistencia.
Hasta que llegó el momento de tomar la ciudad capital, en la cual sus habitantes ya estaban enterados de su venida y habían huído, dejando todo dispuesto para una invasión total. El único que seguía allí era el emperador, quién no se dejaba encandilar por los comentarios que llegaban a él sobre ese rey, el cual todo lo que quería, lo tenía.
El rey ingresó al palacio acompañado por su pequeño hijo, seguidos de cerca por la guardia personal, la cual contaba tan solo con cuatro hombres. Atravesaron el vestíbulo y se dirigieron directamente hacia la sala principal, dónde el emperador estaba sentado en su trono... esperando. Cruzaron miradas y luego de unos instantes de silencio el rey finalmente habló:
- Aunque te has comportado de manera hostil hacia mis tropas, ahora que todo ya a llegado a su fin, te ofrezco piedad si te rindes ante mi.
El emperador escuchó atentamente las palabras y luego de cierta indecisión emprendió una veloz carrera hacia el rey mientras empuñaba una espada, la cual hasta ese momento mantenía oculta. El rey permanecía quieto. La guardia personal cubrió apresuradamente a su hijo mientras dejaba solo a su rey, el cual seguía inmóvil. La afilada espada del emperador intentó atravesar el cuello descubierto del rey pero, para su sorpresa, no logró traspasar ni un centímetro de la piel de su enemigo. Miró asustamente a los ojos al rey, el cual le sonreía a la vez que empuñaba un pequeño cuchillo que apresuradamente clavó en el pecho de su atacante, el cual se desplomó herido de muerte.
La guardia personal le abrió paso a su hijo, quién lo abrazó fuertemente. El rey limpió su cuchillo y lo guardó. Luego, dirigiéndose a su muchacho, le dijo:
- Todo esto es por ti, todo será para ti. –dijo señalando la inmensidad del palacio en el que se encontraban.
Lo tomó de la mano y emprendieron el regreso. Atrás quedaba el cuerpo inerte del incrédulo emperador.
* * *
Pasaron muchos años y aquel rey seguía conquistando y dominando a todos los demás pueblos del mundo. Cada tanto aparecía algún nuevo líder tribal que intentaba disputarle la supremacía pero él, misteriosamente tan joven y enérgico como siempre, fácilmente lo derrotaba.
En los últimos tiempos ya ni se molestaba en acudir al frente de batalla porque era su hijo, ahora convertido en un valiente hombre, el líder de sus tropas y quién magistralmente las comandaba hacia la victoria. A éste los soldados lo respetaban y le seguían tal como antes lo seguían a su padre, pero no por esto dejaban de adorar a su rey, el verdadero amo y señor de todas las tierras.
Pero el hijo del rey no estaba conforme con el trato recibido por sus hombres, él quería ser tratado como el auténtico líder pero siempre recibía como respuesta que eso ocurriría el día que su padre dejara de vivir. Casi nadie lo sabía, pero eso era imposible.
Antes de que el rey fuera rey, era un simple brujo como tantos que habitaban la zona. Y al igual que otros cientos, estaba impregnado por el ansia de encontrar la fórmula de la inmortalidad. Estudió alquimia durante varios años sin obtener ningún resultado concreto, hasta que cierta tarde, sin saber muy bien qué había hecho, lo logró: se convirtió en inmortal, en un ser que no conocería nunca la muerte.
A partir de ese entonces consiguió un pequeño grupo de hombres a quien les confió su secreto y con los cuales emprendieron la conquista del mundo. Como primer paso aniquilaron a todos los alquimistas, ya que si alguno hubiera llegado también a encontrar dicha fórmula, hubiera rivalizado con él en poder. Luego comenzó la invasión a los pueblos próximos, y aunque al principio costó mucho sacrificio y muchas vidas, al cabo de unos pocos años ya era conocido como el rey sanguinario que era ahora.
De aquel reducido grupo inicial no quedaba ya nadie con vida excepto, por supuesto, el rey. Para el pueblo, la inmortalidad de su rey era un secreto a voces pero no se divulgaba públicamente ya que eso equivalía a la muerte. Todos le temían y le respetaban, excepto su hijo, quien sabía que conquistaba tierras que nunca le pertenecerían y eso lo enfurecía.
Llegó una noche en que el rey salía a dar su habitual paseo nocturno, hasta que en una colina fue interceptado por cinco hombres a caballo, quienes tenían tapadas sus caras. El rey permanecía tranquilo, no era la primera vez que lo tomaban prisionero: varias veces había sido capturado por los más crueles emperadores que intentaban matarlo, sin nunca haber podido encontrar una forma. Además sabía que enterado su valeroso y fiel hijo, vendría a rescatarlo; sólo restaba esperar.
Durante toda la noche cabalgaron hasta llegar a una zona rocosa, conocida por sus profundas cavernas que se internaban cientos de metros hacia el centro de la Tierra. El rey no entendía qué buscaban aquellos encapuchados y eso lo estaba poniéndo nervioso.
El rey fue atado fuertemente de pies y mano, a la vez que le colocaron una venda en los ojos. Por último, uno de sus captores, que era el líder de ese grupo, lo envió de una patada al fondo de la caverna más profunda que existía por allí. La pronunciada caída así como los golpes recibidos contra las rocas hubieran matado a cualquier hombre, excepto a él, quién resistía en el fondo mientras gritaba que todo lo que le hacían era en vano ya que iba a llegar el momento en que su hijo lo rescataría. Igualmente, desde la superficie no se oía absolutamente nada.
Los hombres se felicitaban por el trabajo realizado a la vez que se sacaban sus capuchas. El líder del grupo, que había resultado ser el propio hijo del rey, fue el primero en emprender la vuelta mientras los demás, que eran jóvenes oficiales, lo siguieron. Ahora él iba a ser el verdadero dueño de todas las tierras...
Durante meses se realizaron múltiples expediciones de búsqueda del rey, pero éstas, siempre estaban comandadas por su hijo, quién los conducía hacia lugares distantes de la caverna, la cual había hecho llenar de piedras ya que, según dijo a su ejército, era un lugar peligroso donde podrían esconderse tropas enemigas.
Mientras tanto el rey permanecía en el fondo, esperando a ser rescatado por su hijo; seguía esperando, o mejor dicho... sigue esperando.