Esteban era un chico con el cabello pelirrojo como una zanahoria nuevita y lustrosa. Sus ojos eran celestes y miraban pícaros cuando estaba contento. En un rincón muy cálido y chiquito de su corazón guardaba un enorme deseo, el de cambiar el mundo, limpiar la tierra, el agua y el aire de aquellas cosas que nos hacen mal a todos. Claro que lo que pensaba era un secreto, porque al ver a sus amigos tirando papeles, ensuciando el río, rompiendo ramas o quemando basura, sentía tanta pena que no se animaba a decir nada.
Una hermosa mañana, cuando iba camino a la escuela, se puso a mirar las flores que adornaban las calles y los pájaros que volaban por el aire. De pronto su cabecita se llenó de pensamientos bonitos: imaginaba la ciudad llena de árboles grandes y verdes, las personas amables que se saludaban como si fueran parientes o amigos, los kioscos repletos de chicos que compraban caramelos y ponían los papelitos en los bolsillos. También pensó que en vez de cigarrillos la gente llevaba en la mano riquísimas naranjas, peras, frutillas y hasta florcitas.
-¡Qué lindo!- se decía Esteban y seguía soñando. Los autos y camiones ya no largaban humo y solamente con echarle un kilo de helado se podían dar muchísimas vueltas. Las fábricas ya no tiraban desperdicios al agua, ya no ensuciaban el aire, porque sus dueños se pusieron de acuerdo y compraron máquinas que convertían la basura en papel y… ¿Saben lo que hacían con él? Lo regalaban a las escuelas para que los chicos escriban.
¡Cómo soñaba Esteban! Casi se tropieza por tener la cabeza en las nubes. Menos mal que justito apareció Ñato, su mejor amigo, que le gritó:
-¡Hola flaco! ¿Qué hacés?
-Voy al cole. ¿Me acompañás?
-Bueno, vamos.
Cuando llegaron, la seño después de saludar a todos, con una sonrisa en los labios lo miró a Esteban y le dijo:
-¿Qué te sucedió? ¿Tuviste una pelea con el peine?
-¡No seño! ¡Es que faltó un poquito para caerme!- le respondió.
-Menos mal que no pasó nada. Entremos al salón que hoy hablaremos de algo muy importante.
-¿Qué será?- decía nuestro amigo mientras le guiñaba un ojo a Fernando que, como siempre, bostezaba sin parar.
Pero todos, hasta el dormilón, miraron de repente muy asombrados las láminas que colocó la seño Lucía. Las había de todos los tamaños, formas y colores. Grandes, chicas, redondas, cuadradas y triangulares. ¡Qué paisajes preciosos! Arriba del escritorio se apilaban montones de fotos, figuritas, revistas, diarios y, como si esto fuera poco, un enorme globo terráqueo, que para las manos enanitas de los chicos era un objeto difícil de agarrar.
Los ojos de Esteban, como los de los demás, parecían dos huevos fritos, fijos en el gran pizarrón. Su querida seño una vez más los sorprendía con sus sorpresas. ¡Qué maravilla esos lagos azules, los animales corriendo entre las hierbas del campo, arroyos cristalinos con peces multicolores, cielos infinitos con nubes algodonadas…! Todo lo que Esteban amaba estaba ante su mirada. Ya no pudo callar ante tanta hermosura y en voz alta pronunció palabras que nunca antes se hubiera atrevido a decir:
-Seño Lucía, ¡qué agradable sería que todos los hombres vivieran en lugares así, cuidando con mucho amor la naturaleza que Dios nos regaló!
-¡Te felicito Esteban! ¡Cómo me gustaría que el mundo pensara como vos!- respondió la maestra.
Muy entusiasmados empezaron a hablar de muchas cosas interesantes. Entonces nuestro pequeño amigo ecologista pudo por fin confiar su secreto. Le contó a sus compañeros las geniales ideas que se le ocurrían a veces y cómo pensaba hacerlas realidad. Uno a uno los chicos fueron dándose cuenta de que a veces hacían cosas que dañaban el medio ambiente: cortar una rama, tirar basura en cualquier lado, matar pájaros y después de conversar un rato ya no se sintieron tan contentos.
Fernando, bostezando un poquito dijo:
-¿Qué podemos hacer? ¡No hay que ponerse tan serio! ¡Tenemos que planear algo!
-¡Ya sé! -exclamó Esteban. -¿Por qué no empezamos por hacer carteles para ponerlos en el parque, en el lago, en las plazas, en las calles y en las vidrieras?
-¡Claro que sí, eso es lo que haremos! –añadió María Belén.
-Bien, si están todos de acuerdo, ¡manos a la obra! –dijo la seño.
-¡Sííííííííííííííí! –contestaron todo a coro.
Varios días les llevó el trabajo, pero cada vez que escribían una letra o hacían un dibujo, una sonrisa nacía, una florcita se abría y una nueva esperanza, tímida, aún pequeñita, comenzaba a despertar en cada corazón. Los lápices y fibras se gastaban, se acortaban, se achicaban y la alegría crecía y crecía, como cuando se infla un globo con aire.
Cuando terminaron con los carteles, una mañana en que el sol estaba calentito como un pastelito de dulce de leche, los chicos y su maestra salieron por las calles. La gente se acercaba, miraba y no podía creer lo que veía. Los vehículos también se paraban a curiosear y el chisme corría de boca en boca. Desde los edificios, las personas aplaudían cuando veían pasar a Esteban con sus compañeros, llevando carteles tan lindos y bien pintados. Los colectivos se detenían y los pasajeros sacaban las cabezas para participar del espectáculo y aunque no lo creas, todos los que observaban lo que pasaba fueron formando una larga, pero larguísima caravana. Se escuchaban tambores, aplausos, risas y cantos. Parecía una fiesta de cumpleaños, lo único que faltaba era la torta, porque los chicos hasta bonetes y globos habían llevado y los repartían entre la gente. En los árboles ponían carteles con consejos y dibujos. Algunos tenían escritas estas frases: “CUIDEMOS CON AMOR LA NATURALEZA”, “TRATA CON CARIÑO A LAS PLANTAS Y A LOS ANIMALES”, “NO TIRES PAPELES EN LAS CALLES” y muchos más. Otros niños colgaban tiritas de colores y guirnaldas, pegaban corazones colorados y jugaban a ¿LOBO ESTÁ? Todos, pero toditos, grandes y chicos, gordos y flacos, lindos y feos, comenzaron a jugar entusiasmadísimos. Esteban decía: ¿LOBO ESTÁ? Y todos respondían: -Estamos regando las plantitas... -Estamos juntando la basura... -Estamos cuidando los animalitos... ¡Cómo se divertían haciendo cosas buenas! Ya no había nadie que ensuciara el aire, el agua y la tierra. Se habían puesto de acuerdo para proteger las cosas que nos rodean.
Y después de compartir esos momentos tan hermosos, cada uno se fue saltando y cantando, con una grandiosa idea en su corazón, que más que una idea era un enorme deseo, el mismo que el de Esteban, pero ahora ya no lo podían esconder, mejor dicho, no lo querían guardar, pues todos pensaban igual.
¿Y te das cuenta de algo? El sueño del chiquito de cabello pelirrojo, como una zanahoria nuevita y lustrosa, ya no era un sueño. Era una realidad tan real, como que este cuento se está por terminar.
Por eso yo te propongo que si vos tenés algún sueño secreto, ¡no lo escondás! Contáselo a tu seño o a un amigo, en una de esas entre vos y ellos puedan hacerlo realidad.
Y COLORÍN COLOREADO
ESTA HISTORIA SE HA ACABADO
Y COLORÍN COLORÉS,
SI QUERÉS LA LEÉS OTRA VEZ...