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Antes, las colinas de alrededor de mi pueblo estaban llenas de molinos de viento, cuyas aspas giraban a todas horas moliendo el trigo que llevaban a ellos todos los habitantes de la región. Desgraciadamente, un buen día los franceses de París tuvieron la idea de establecer un molino de vapor y la gente se acostumbró a enviar su trigo a la fábrica.
Los pobres molinos de viento, entonces, se quedaron sin trabajo. Durante algún tiempo trataron de luchar, pero pudo más el vapor y uno tras otro se vieron obligados a cerrar.
Sin embargo, en medio de la catástrofe, un molino continuaba girando valientemente sobre su colina, desafiando las fábricas. Era el molino de maese Cornille, un viejo molinero que había vivido durante setenta años entre harina, acompañado solamente de su nieta Vivette.
¡Qué extraño! Aunque nadie llevaba ya el trigo a maese Cornille, las aspas de su molino seguían trabajando como antes. ¡Nunca se paraba!
Cuando se le preguntaba de dónde podía venir tanto trabajo, se llevaba un dedo a los labios y decía:
-¡Psss, que no lo oiga nadie! Trabajo para exportar.
Sin embargo, todo se descubrió al fin. Vivette, que era una hermosa muchacha, se enamoró de un muchacho del pueblo y decidió casarse.
Así, una tarde, los dos enamorados subieron hasta el molino para pedir el consentimiento a Cornille. Cuando llegaron, éste acababa de salir. La puerta estaba cerrada, pero el viejo había dejado fuera la escalera. Entonces los jóvenes decidieron entrar por la ventana y ver lo que había en aquel molino.
¡Que curioso! La habitación de la muela estaba vacía. Ni un saco, ni un grano de trigo, ni rastro de harina... En la estancia reinaba la miseria y el abandono.
¡Allí estaba el secreto de maese Cornille! ¡Pobre molino! ¡Pobre Cornille! Desde hacía mucho las fábricas le habían arrebatado su último trabajo. Las aspas seguían dando vueltas, pero la muela giraba en vacío.
Los jóvenes corrieron, llorando, al pueblo y contaron lo que habían visto. Inmediatamente, todos convinimos en que había que llevar al molino de Cornille cuanto trigo hubiera en las casas. Así lo hicimos. Daba gusto verlo. Desde aquel día nunca más faltó trabajo al viejo molinero.
Alphonse Daudet
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