Vivía Hernán Pérez en una vereda en lo mas alto de las montañas de Santa Elena, solo con su perro Capitán. Se dedicaba a cultivar flores para venderlas con la esperanza de algún día poder participar en el desfile de silleteros. Llevaba varios años cuidando y renovando su jardín.
Un día empezó a quejarse de molestias cardiacas, era el primer día de agosto, mes de la feria de las flores, y tuvieron que trasladarlo de urgencia al hospital de la ciudad, dejando a su perro Capitán al cuidado de su jardín. Antes que lo llevaran tomó la precaución de amarrarlo, por si de pronto se iba con alguna doncella perruna que pasara por ahí, pues al igual que su amo era muy enamorado.
Capitán ladró dos días seguidos sin parar, ni siquiera quiso comer lo que su amo le había dejado en el sitio de siempre. Cuando Hernán regresó, una sensación extraña le recorrió todo su cuerpo; su jardín había sido robado, se le habían llevado todas las flores.
Capitán estaba tirado en el suelo y tenia babaza en la boca. De tanto ladrar le había dado un virus en la garganta y su amo trató de revivirlo, pero no pudo, Capitán se murió.
Al día siguiente, siete de agosto, día del desfile de silleteros, Hernán despertó con una gran tristeza. No quiso salir de su rancho ni mucho menos ir al desfile, se quedó en la cama y lentamente se fue quedando dormido. Murió de un infarto.
En la ciudad de Medellín, a eso de las once de la mañana, empezaba ya el desfile de silleteros, y como es tradicional adelante estaban las mejores, las que habían clasificado: las emblemáticas, las monumentales, las tradicionales y, mas atrás, las que no concursan, las comerciales.
Dentro de las primeras, se encontraba un campesino que llevaba una silleta monumental que parecía pesar más de cien kilos, adornada con margaritas, anturios, rosas, siemprevivas, flores silvestres y la orquídea que es la flor nacional. El campesino, orgulloso y altivo, comenzó a sentir que mientras más la gente le admiraba la silleta, esta se iba haciendo más pesada dificultando su caminar. La gente comenzó a ver como aquella silleta se iba trasformando hasta que de ella afloró la figura de un hombre espigado. El campesino trataba de liberarse, pero mientras más lo intentaba sentía que esta lo aprisionaba y tomaba mayor eso.
El desfile fue pasando y los otros silleteros con su paso apurado lo fueron dejando, hasta que quedó de ultimo y solo, como perdido en medio de la ciudad. Ahora su silleta no solo tenia la figura de un hombre sino que a su lado había aparecido la figura de un perro.
Cuentan que hoy en día, allá por la veredas de las montañas de Santa Elena, en las noches del seis de agosto, se puede ver como un hombre que camina con un perro a su lado, y dicen que llega hasta las fincas de los cultivadores de flores y revisa una a una las silletas listas para el desfile, para ver si encuentra las flores que se le llevaron de su jardín, y para vigilar que las flores de las silletas pertenezcan a sus dueños.
Por eso cuando vayan a la feria de las flores, tengan cuidado de no ir a robarse una flor de las silletas, porque hay alguien cuidando que esto no vuelva a ocurrir.
Orgullosamente Colombia