~Aquella noche, una media luna hermosa empezaba su lento transito por el inmenso cielo.
A ambos les correspondió el primer turno de guardia nocturna. Dos horas, de seis a ocho, para agudizar los sentidos y detectar a tiempo el avance enemigo; dos horas para sumergirse en la profundidad insondable del sí mismo.
El sociólogo meditaba caminando, sobre cómo la dominación simbólica ha logrado moldear los imaginarios colectivos, controlando el pensamiento de la gente, sembrando el conformismo.
El filósofo, tal vez, tendría su mente en el mundo que yace más allá de las montañas, imágenes de calles, besos, lágrimas y sentires que empiezan a habitar la ausencia.
La luna continuaba su trasegar nocturno iluminando los senderos de la noche, los laberintos del pensamiento de estos dos guerrilleros farianos.
El sociólogo proyectaba nuevas acometidas libertarias, hombro a hombro con su compañera de mil y mas batallas, ideas iban y venían, como trazos fugitivos de una nueva obra.
El filósofo observaba a la reina de los cielos, percatándose- con un dejo de melancolía- de que aquellos rayos luminosos, estaban en ese mismo instante acariciando la piel de la ciudad donde habitan sus anhelos.
Pasaron los minutos y llegó la hora de partir. Equipo al hombro, el acero entre las manos y como sombras clandestinas, hijas de la noche más oscura, partió la vanguardia y detrás de ella todos.
El sociólogo, habituado ya a recorrer las tinieblas, caminaba la noche con alegría; el filosofo, dando sus primeros pasos guerrilleros, asumía con entusiasmo y curiosidad aquel caminar pausado por los senderos del compromiso militante.