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Categoría: Terror

El sueño de Aldo

“Los ojos se nos cierran y la mente agotada del día está tranquila”.

Cuando el negro sombrío de la noche nos cubre con su manto de piel suave... Cuando allá en el vacío relucen las estrellas y las sombras se borran de los ojos... Cuando el velo tupido ciega el alma y yacemos dormidos, como muertos; cuando el día se acaba y el cuerpo ya agotado busca recobrar nuevas fuerzas, parece que no hay nada... ¡pero hay un emporio de ilusiones! La mente soñadora nunca duerme y aunque el miembro cansado se relaje, el alma, inconmovible, surca el aire, subiendo a las regiones de los sueños, dédalos sin final, cavernas lúgubres donde vive otra vida tal vez loca, que luego se nos borra con el alba. ¡Ah, si un día pudiésemos alzarnos de los lechos llevando en la memoria lo soñado! Pero no. Es inútil. El sueño vuela alegre hacia el olvido y es quizás mejor que así resulte, ya que ¡cuántas pesadillas hay en sueños, cuántas turbias ideas y deseos..!

Yo he soñado una vez y ojalá que jamás lo hubiera hecho... Desperté y, ¡cosa rara!, vi mis sueños como una película grabada en mi cerebro y temblé de pavor al recordarlo; pero pienso que, tras de haberlo escrito, mi sueño se me olvide y cese todo.

“Los ojos se nos cierran y la mente agotada del día está tranquila”. Pero surgen del hombre mil raros duendecillos; es la hora del gnomo y de las hadas, de los brujos afanándose en sus cuevas, de los seres perdidos que ahora vuelven...

********************************

Aldo caminaba sin pensar, como un triste muñeco, con las manos perdidas en los inmensos bolsillos del abrigo y la cabeza hundida entre los hombros. Sus ojos relucían como ascuas ardientes y sus labios suspiraban a menudo.

¡Era espantoso! Pero cierto. No había duda; él lo había visto con sus propios ojos y aunque no había osado tocarle con sus manos, sí había visto a su hermano darle un beso, ¡Y su madre tan feliz con verle cerca! Pero no. Aldo sabía reconocer el olor a sepulcro. Largos meses pasó rodeado de cadáveres durante la guerra y más de una noche había dormido junto a un compañero muerto. Además era imposible, los muertos no vuelven de su tumba. Pero... ¡Sí, era él! No cabía duda. Mas aquella sonrisa beatífica, como dejando hacer y esperando su turno para algo...

- He de volver.-. Se dijo-. Y mirarle una vez más y hasta tocarle.

Sus pasos se volvieron raudamente hasta la casa, con una idea machacándole el cerebro: ¡Los muertos nunca vuelven, nunca vuelven!

Al entrar, oyó las voces. Sus hermanos estaban a su alrededor, como en un intento de cobrarse los años de la ausencia. Y ella, Minda, la mayor, sonreía embobada al contemplarle.

- ¡Hola! -. Aldo penetró en el comedor.

Unos cuantos saludos contestaron.
- ¡Hola, hijo!

Era su voz, su voz lenta y asonada, como de quien hace años que no habla.

¡Aquel despojo de sepulcro, aquel hediondo ser, era su padre! Si padre, muerto hacía seis años, cuando Aldo era sólo un adolescente, que ahora volvía junto a ellos.

Se aproximó a él, fingiendo una sonrisa.

- ¡Hola, padre! -. La palabra le quemó los labios. - ¿Qué tal te encuentras?

El hombre le miró fijamente y sonrió con su peculiar mueca.

- Ahora que todo estáis aquí, me siento otra vez nuevo. ¡Después de tantos años..!

La madre se acercó a Aldo y le pasó una mano por los negros cabellos.

- ¿No besas a tu padre, querido?

Una sensación de nausea invadió al joven. Se volvió y dijo:

- Voy a buscar una cosa...

- ¡Pero, hijo! -.Reprendió la madre. - ¿Por qué no quieres acercarte a tu pobre padre? ¡Después de estar el pobre seis años tan solo, allí en el..!

- ¡Calla, Marta! -. Interrumpió el resucitado. - ¿No ves que nuestro hijo me tiene miedo?

- ¿Miedo? ¿Miedo de qué? -. Dijo Carlo, el hermano pequeño.

El padre sonrió y señalóse a sí mismo.

- Miedo de mí. Cree que soy un fantasma. ¿Verdad, Aldo?

El muchacho rechinó los dientes y optó por avanzar hacia el centro de la habitación, mientras reía sarcásticamente.

- ¡Usted! ¡Usted es muy listo, amigo! Está engañando a mi madre y a mis hermanos. Pero a mí no. ¡No sé quién será o qué es usted, pero tenga por seguro que lo averiguaré!

Minda riñó severamente a su hermano.

- ¡No tienes derecho a hablar así a papá! ¡No puedes hacerlo!

Aldo se metió en su habitación sin decir una sola palabra.

Nervioso, encendió un cigarrillo en la oscuridad y a la pobre luz del fósforo vio los guiños que le dirigían las sombras, como burlándose de él.

Encendió la lámpara de la mesilla y se tumbó sobre el lecho.
- ¡Qué extraño! -. Pensó.-. A la vez que le ataco, siento algo dentro de mí que me hace amarle...

Su mente vagaba perdida en el caos de sus pensamientos.

- Ni tan siquiera ha explicado cómo ha vuelto, No quiere hablar de aquello, como si le horrorizase. ¡Ah, Dios! ¿Cuál será la verdad de todo esto? ¿Es que estamos todos locos y nuestro mismo amor nos impide ver la verdad? ¿Habremos forjado un fantasma a nuestro capricho? Pero... ¿y si de veras es él? ¡No puede ser posible! ¡Los muertos resucitarán el Día del Juicio Final, pero no antes! ¿Será tal vez un enviado de Dios... o tal vez del Demonio? ¡Si pudiésemos hallar la verdad..!

********************************

Carlo levantó la cuchara del plato, dejándola a medio camino entre éste y su boca. Miraba pensativamente a Aldo.

- Hijo, ¿no comes?

La voz de su madre le sacó del ensueño.

- Sí, mamá, ahora mismo. -. Respondió torpemente.

¿Sería verdad lo que su hermano había dicho? ¿Sería aquel hombre su padre o un impostor? Él no recordaba mucho de aquellos años, era sólo un niño y la imagen del padre se había borrado, pero en lo más perdido de su imaginación creía recordarle; además, su madre y Minda le reconocían sin lugar a dudas. Pero...

- Hijo, ¿qué piensas? -. La voz del hombre sonó lenta, como siempre.

Carlo levantó la mirada y observó aquellos ojos apagados pero en los que lucía a la vez un brillo extraño.

- No. En nada, padre.

Aldo miró a su hermano y sonrió interiormente. ¡Ya no era el único que dudaba!

- Te equivocas, hijo. Siempre, hasta cuando dormimos, pensamos en algo. ¿En qué pensabas?

- ¡Un momento! ¡Tiene usted razón! -. Interrumpió Aldo.- ¿En qué pensó usted cuando se hallaba allí, a varios metros de profundidad y encerrado en..?

- ¡Calla! -. Su cara estaba congestionada. - ¡No me recuerdes aquello! ¡Te prohíbo que hables de eso!

Aldo y Carlo se miraron a la vez.

- Perdón.-. Murmuró el joven.-. Era sólo por curiosidad.

La madre se levantó de la mesa.

- ¡Ay, hijos! ¡No atormentéis a vuestro pobre padre..!

Carlo pasó la mano, en una leve caricia, por el cabello de la mujer.

- No llores, madre. Fue sin intención.

- ¡Venga!-. Refunfuñó el padre.-. Seguid comiendo. Y, en cuanto a lo que me has dicho, – señaló a Aldo -, ya os hablaré sobre eso a tu hermano y a ti.

- Lo estoy deseando.-. Respondió.

La cuchara de Carlo hirió por vez primera el plato.

********************************

Aldo soñaba con Lucía y sentía que sus manos se estrechaban tiernamente. La ceñía suavemente por el talle y, cuando iba a posar sus labios sobre los de la muchacha, veía con horror que a quien abrazaba era al cadáver viviente de su padre.

También soñó con un amigo al que tenía que ver al día siguiente y cuando le estrechaba la mano sentía el frío contacto de unos huesos. Todas las calles estaban llenas de lápidas y mausoleos; todo el mundo vestía de negro y llevaba ramos de siemprevivas en la mano.

Y volvió a ver los días de la guerra, en los que siendo casi un muchacho se vio envuelto en el humo de los disparos.

- ¡Señor, señor! ¡Uno de los hombres ha muerto!

El sargento miraba torvamente al caído y luego volvía el rostro.

- ¡Enterradle!

Y las palas arañando la tierra; y los hombres levantando el inerte cuerpo; la arena cayendo blandamente. Y, de nuevo, las palas abrían otra fosa.

- Busca a mi madre...

- Díselo a mi novia...

Eran los últimos ruegos de los moribundos al expirar.

Y barrer con el fusil la oleada que avanzaba, viendo cómo se desplomaban los hombres, heridos de muerte.

Se llevó la mano al cuello como si algo le oprimiera.

De pronto, sus ojos se abrieron pero no osó moverse. Algo o alguien le tocaba el cuello.
Miró a las sombras y, por fin, descubrió una figura alta.

Sabía que era él, no había duda. Así, pues, éste era su fin al venir de nuevo: ¡Acabar con ellos!

Aldo hizo como que se revolvía en sueños y al tiempo sacó las manos de debajo de las sábanas y atenazó la mano del resucitado mientras saltaba hacia el lado contrario de la cama.

- ¡Pero, hijo..! ¿Qué haces?

Al mismo tiempo brilló la luz de la lamparilla.

- ¿Qué hace usted aquí? ¿A qué ha venido?

El hombre se disculpó.

- Venía únicamente a ver si tenías tabaco. Se me acabó. Pero al verte dormido recordé de cuando eras niño y yo velaba tus sueños...

Sonrió torpemente.

Las lágrimas quisieron inundar los ojos de Aldo al recordar. Pero las sofocó con un gran esfuerzo.

- ¡Ahí tiene el tabaco! Cójalo si quiere. -. Su voz era menos áspera que antes.

- Gracias, hijo.

Su padre tomó un par de cigarros de la cajetilla y se marchó en silencio.

Aldo miró la puerta que se cerró tras él. ¡Cuántos recuerdos le trajeron aquellas palabras!

¡Pero no podía permitir que un recuerdo infantil ofuscase su mente! Se levantó de la cama y, dirigiéndose al armario, sacó de uno de los cajones una pistola de reglamento, recuerdo de la guerra y, tras comprobar que estaba cargada, la deslizó debajo de la almohada, volviéndose a acostar.

Aquella vez, ninguna pesadilla turbó su sueño.

********************************

- Oye, Aldo, quiero hablarte.

Levantó la vista del periódico.

- ¿Qué quieres?

Carlo se acercó a él.
- ¿Tú qué piensas de... nuestro padre?

Aldo sonrió a su hermano.

- Nuestro padre murió cuando tú tenías doce años.-.Repuso.

- Sí.-. Objetó Carlo.-.Pero, entonces, este hombre, ¿quién es?

Cerró el periódico y miró por el balcón.

- Quién es o... qué es.-. Exclamó pensativo.-. No lo sé, Carlo, en verdad que no lo sé. Hay veces que creo que es un impostor; otras, que es un fantasma... No sé. El otro día le tomé al descuido las huellas dactilares y coinciden con las de papá.

- ¡Pero los muertos no resucitan!-.Protestó el chico.

- Tenéis razón. ¡Los muertos no resucitan!

Los dos se volvieron sorprendidos al oír la voz.

No le habían sentido entrar en la habitación y era raro porque las primeras baldosas crujían al pisarlas. Pero eso era ya algo que Aldo había notado, que sus pasos no hacían el menor ruido.

- Entonces, ¿cómo se explica que esté usted aquí? ¡Yo mismo le vi tendido en el ataúd, aquí mismo, en esta habitación..!

El resucitado avanzó hacia ellos.

- Tienes razón, Aldo. ¡Aún me acuerdo del día que me acostaron en ese incómodo féretro! ¡Yo, tan sano y fuerte, había muerto repentinamente! Vosotros, en cambio, que siempre estabais enfermos, que teníais hambre... Tú mismo, Aldo, que tenías una herida en el brazo, ¡seguías viviendo! Y yo, ahí, – señaló con la mano -, tendido, inmóvil y frío.

- ¡Ahora comprendo!-. Exclamó excitado el joven.-. ¡Por eso ha vuelto! ¡Quiere usted vengarse!

Los ojos del hombre brillaban como dos puntos rojos.

- ¡Me encontraba tan solo allí dentro! ¡Y vosotros – lloró rabioso – disfrutando del sol entretanto! ¡Yo, que había trabajado siempre por vosotros y así me lo pagabais!

Hizo una pausa y continuó:

- ¡Cuántas veces te he visto a ti, hijo mío, con esa muchacha, amándoos! ¡Y yo sin tener a nadie a mi lado, henchido de deseo! Sí, porque los muertos también sentimos. Y tú, - señaló a Carlo - ¡no creas que no te he visto reír y bailar y más cosas!

Carlo bajó la mirada, confuso. Su hermano, por el contrario, retó al resucitado con la mirada.

- ¿Y qué hará usted? ¿Cómo espera vengarse?

Una risa satánica surgió de los labios del difunto.

- ¡Os llevaré conmigo y allí seremos felices!-. Su voz se volvió melosa.-. Veréis las praderas negras del reino de los muertos; escucharéis el silbido del aire entre los altos cipreses, la más bella música del mundo. No tendréis frío ni calor nunca, descansaréis siempre.

Sus ojos miraban terriblemente fijos a Carlo. El muchacho iba cerrando los suyos e iba aproximándose a él.

- ¡Quieto, Carlo! -.Gritó Aldo.

Una sospecha había cruzado su mente.

- ¿Y Minda? ¿Y mamá? ¿Dónde están?-.Preguntó ansioso.

- Ellas han cruzado ya la barrera que separa la vida y la muerte. Han sido más complacientes que vosotros. Pero ahora querrás estar con tu madre y tu hermana y conmigo, ¿verdad, hijo?

- ¡No, no! ¡Mamá! -. Aldo ocultó sus ojos con la mano para borrar el llanto.

Cuando volvió a mirar, vio a Carlo avanzar directamente hacia su padre, a cortos y lentos pasos.

- Ya voy, papá, ya voy... -.Decía el muchacho.

- ¡Carlo!

Una nube de desesperación cruzó ante los ojos de Aldo. ¡También su hermano iba a caer en mano de aquel ser!

Sus dedos buscaron en el bolsillo la vieja pistola y apuntó con ella al resucitado.

- ¡No lo conseguirás! ¡No lo conseguirás!-.Gritaba mientras su dedo índice apretaba el gatillo una, dos, tres veces...


********************************

Y entonces desperté. Mis ojos vieron con ansia la luz del nuevo día y mis miembros dejaron de temblar. Oía el piar de los pájaros ante mi ventana y un luminoso rayo de sol entraba a través del vidrio. Durante unos momentos me quedé con la mente en blanco. Buscaba algo y no sabía el qué. ¿Qué habría allí dentro que se negaba a surgir?

De pronto lo supe y volví a ver de nuevo a Aldo y a su hermano discutiendo sobre el resucitado. Volví a ver la historia de nuevo, como leyéndola en un libro.

¿Qué habría sido de Aldo? ¿Habrían acabado las balas con el cadáver viviente o no habrían surgido efecto? En ese caso, ambos hermanos estarían ahora sepultados con toda su familia.

¿Habría sido todo un sueño de Aldo y no habría tenido más consecuencias que la mala noche pasada? ¿Sería verdad que los muertos sienten deseos y pasiones, igual que los vivos? ¡Tantas preguntas me hacía que no sabía a cuál intentar dar contestación!

Cansado de pensar, busqué con la imaginación a mi novia. ¿Qué haría en estos momentos? Estaría ayudando a su madre, seguramente.

- ¡Esta tarde la veré! -. Pensé.

Sentí unos golpes en la puerta.

- ¡Entra!-. Dije.

- ¡Aldo, Lucía te llama por teléfono!

Carlo estaba asomado a la puerta, con los ojos cansados y el pelo revuelto.

- Aún no se ha peinado.-. Me dije.

Me levanté y acudí al teléfono.

Hablaba con Lucía cuando sonó el timbre de la puerta.

- ¡Abrid! -.Grité a mis hermanos. -. Llaman a la puerta.

Seguí hablando y, de repente, escuché a mi madre exclamar, sobresaltada:

- ¡Enzo! ¿Eres tú mi amor?

Sentí un escalofrío y, sin más, colgué el teléfono.

¡Ante mis ojos estaba mi padre, muerto seis años atrás!
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 6.04
  • Votos: 27
  • Envios: 0
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
liliana la brujita
invitado-liliana la brujita 26-01-2004 00:00:00

me encanta tu manera de llevar al lector de una escena a otra sutilmente...lo disfrute...a tus pies....Lily

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