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El sueño de los muertos

Hoy vi a mi madre muy dolida. Tenía los ojos secos y agotados, los labios marchitos y colgados... ¿Qué te ocurre?, le dije. Nada hijo, nada... ¡Ay! ¡Cómo me duele el alma!... ¡¿Qué puedo hacer por ti, madre?,! Dame un poco de tu alegría, de eso que sueñas y que no puedo ver ni tocar... Sólo eso quiero...

Fui donde el cura, el doctor, los hermanos, pero no encontré ayuda ni respuesta. Fui a buscar a mi padre, a su tumba, y le hablé de todo el dolor de mi madre. De pronto, el cielo se hizo negro, y un rayo bajó de los cielos, cayendo cerca de mí. Era un niño de ojos preciosos, con el cabello de fuego y una sonrisa generosa...

- ¡¿Quién eres?!, pregunté.

- Soy el sueño de tu padre. ¿Qué es lo que deseas, hijo?, dijo él.

Le conté el deseo de mi madre. El sueño de mi padre me escuchó con los ojos asombrados y los labios alegres, luego, me dijo que esperara un momento. Le vi partir por la noche como un cometa, desapareciendo por el viejo universo, dejándome en total soledad y oscuridad.

Ya estaba por irme cuando el día se acercaba por el fondo de las colinas, como un príncipe de luz. Escuché el trino de las aves en mi camino. Observé el bailoteo de los árboles con la brisa de los cielos, y el murmullo de todos los muertos en el cementerio. Busqué la salida y ya salía muy despacio cuando me encontré con un anciano mirándome como si me buscara desde siempre, mientras se acercaba, lerdo. Y cuando estuvimos frente a frente, vi que tenía una flauta en la mano...

- ¿Quién eres?, le pregunté.

- Soy el sueño de tu padre y tengo en mí poder uno para tu madre. Vamos ya, y dime ¿en dónde duerme?...

Andamos juntos por las calles que recién despertaban, así como el perro que se estira y abre el hocico, largo y sentido. Llegamos a casa y entramos al cuarto de mi madre. Estaba echada en su cama. Madre mía, le dije. Ella abrió los ojos y me regaló la flor de su sonrisa... De repente, el anciano al lado mío empezó a tocar su flauta sin anunciar, y mi madre empezó abrir los ojos más y más. Ya no estaban secos, ni sus labios marchitos. No. No, pues su rostro brillaba como una estrella, y su alma tarareaba una tonada compatible al canto del anciano y su flauta, mientras notaba que todo empezaba a oscurecer, como si fuera un eclipse. Olvidándome de mi madre y el anciano, desosegado, salí a la calle y vi el día asoleado, y no entendí lo que ocurría. Volví al cuarto de mi madre y todo era silencio. El anciano y su flauta no estaba mas, y mi madre, dormía. Tenía el rostro hermoso, una sonrisa plena en los labios. Iba a despertarla para preguntarle por el sueño de papá, pero sentí que no debería hacerlo. Ella, soñaba profundamente, así como los muertos en el campo santo...



Lince, agosto de 2006
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 17268
  • Fecha: 26-08-2006
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.52
  • Votos: 62
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3318
  • Valoración:
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