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¿Alguna vez te has preguntado por qué los armadillos tienen un caparazón tan especial? Quédate a leer este cuento corto, porque estás a punto de descubrirlo.
Hace mucho tiempo el armadillo no era tal y como lo conocemos ahora, sino un animalito muy frágil y con la piel bastante fina. Tanto así que cuando llovía o se escondía el sol, le daba muchísimo frío y se pasaba las noches temblando. Un día, cansado de sufrir tanto, decidió fabricarse un traje para que pudiera estar siempre calientito. Buscó sus agujas de tejer, tomó un ovillo de lana y se puso a hacerse un caparazón con puntadas muy pequeñitas.
Así se quedó tejiendo a lo largo de quince días, hasta que llegó su amigo el tlacuache porque quería hacerle una invitación.
—Fíjate armadillo, que mi ahijada se va a casar mañana —le dijo— y nos gustaría mucho que nos acompañaras a la boda.
—Muchas gracias, amigo mío. Voy a terminar mi traje para estar con ustedes —le prometió el armadillo.
Pero al ver que todavía le faltaba mucho para terminar, decidió hacer puntadas más largas y grandes, porque se estaba tardando más de lo que esperaba. Justo cuando vio que estaba por llegar a la parte de la colita, volvió a hacer sus puntadas pequeñitas pues no quería que su caparazón se fuera a romper. Le hacía mucha ilusión que lo vieran todas sus amistades en una fiesta tan importante como aquella.
Cuando lo terminó se sintió tan orgulloso, que se vistió de inmediato y se preparó para ir con su amigo el tlacuache.
Durante el camino su traje nuevo se llenó de tierra, pues el armadillo iba tan rápido que no se había dado cuenta de lo sucio que estaba el sendero. Se miró avergonzado y se lamentó de su aspecto.
—¡Que vergüenza tener que presentarme así! —exclamó— Pero no le puedo fallar al tlacuache, que seguramente ya me está esperando. Ni modo, voy a tener que ir así.
El armadillo siguió caminando y más tarde se puso a llover con mucha intensidad. Fue tanta el agua que cayó, que su traje se terminó lavando solo y para cuando llegó a la fiesta, ya el sol se lo había secado.
—Amigo mío, te ves más espléndido que nunca —lo felicitó el tlacuache—, ven a bailar con nosotros, que la fiesta apenas está comenzando.
Juntos comieron y bebieron con los demás invitados. El armadillo felicitó a la novia y se puso a bailar con mucha alegría, feliz de estar celebrando y de verse tan elegante. Cuando llegó la noche y todos los animales se estaban retirando a sus casas, él se hizo bolita, se metió en su caparazón y rodó de vuelta a su casa tan cómodo y calientito.
Desde entonces, nunca más se ha quitado de encima su traje, el cual es su posesión más preciada en el mundo. Y si te fijas con atención, podrás ver que este aún conserva las puntadas que con tanto esfuerzo tejió para mantenerse a salvo.
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