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Categoría: Sueños

El último Ying-Yang

Fui a mi penúltima sesión de hidroterapia.

Como siempre, el cuarto estaba tibio e iluminado. Esta vez había música: Ying-Yang se llamaba el álbum.

Y el ritual repetido por novena vez: desnudarse, tenderse en la camilla. Mi cuerpo se prepara para recibir el masaje de toalla mojada en agua fría, siempre en el sentido indicado: hacia abajo desde el pecho, hacia arriba por el costado izquierdo, hasta la palma de la mano, regresando por el dorso de ella hasta los hombros… Lo mismo en el lado derecho. Luego, boca abajo, la toalla fría completamente extendida desde la espalda hasta los tobillos.

Mi piel, acostumbrada a los cambios ya ni siquiera se contrae con el frío.

Enseguida, unas pinceladas de arcilla disuelta en agua en mi vientre, se supone que atraparán las toxinas que se han acumulado en los órganos esenciales ubicados allí.

Me envuelve una sábana blanca y suave y sobre ellas las cobijas tibias. Ese es el momento en que de nuevo aparece mi madre y arregla las ropas mientras yo simulo estar dormida para convencerme de que cuando despierte aun sigo siendo niña y mamá todavía vive.

La iluminación se vuelve semipenumbra, porque se filtra día por el tragaluz. La música se adueña del espacio y una vela aromática le hace los honores. La tibieza de un pálido sol, el cristal del cielo que mira amorosamente a la alfombra gris salpicada de pétalos blancos del piso y el breve movimiento de unos cerezos en flor se embelesan con el sonido de violines celestiales, que arrullan, gimen, sonríen, acarician… Yo también me embeleso.

Todo estuvo ausente por no sé cuánto tiempo. Fue una nada que invadió mis sentidos. No fue muerte porque allí se existe. Fue un no existir delicioso y total.

Sigilosamente los violines regresaron y el aroma de la amarilla lumbre acarició mi cara para despertarme sin brusquedad. Busqué con la mirada al verdugo de mi vida, esa esfera grande y redonda, dueña de la muralla que está frente a mi cama por tiempos inmemoriales, la que dice que es tarde o que aún quedan 10 sucios minutos para cerrar los ojos. Ya no lo necesito. No tengo donde ir. Nadie vendrá. Mi verdugo sobra pero igual lo busco al despertar. Esta vez no está.

No está y eso es lindo.

Mi cuerpo flotante está tibio. El tragaluz oscuro. Aun suena Ying y Yang. La vela se esmera en fumigar sus aromas con más energía que antes.

Esta paz es amiga íntima de la felicidad y agradezco su presencia al Creador.

Entonces la música lentamente se va extinguiendo, hasta que el silencio, un poco triste, sonríe comprensivo y, en forma furtiva, casi avergonzado, se va acomodando en la estancia.

En ese momento sin tiempo, en esa penumbra suave y olorosa, con el sol, el cielo y los cerezos ausentes, yo no sé por qué me acordé de ti.
Datos del Cuento
  • Autor: claudilg
  • Código: 3904
  • Fecha: 13-08-2003
  • Categoría: Sueños
  • Media: 6.26
  • Votos: 31
  • Envios: 3
  • Lecturas: 5161
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Alicia Diaz Jiles
invitado-Alicia Diaz Jiles 21-08-2003 00:00:00

En Siddarhartha, Hermann Hesse escribe:"Dentro de ti hay una quietud y un santuario en el cual puedes refugiarte en cualquier momento y ser tu mismo".Ese santuario representa la simple conciencia del bienestar, que el devenir de los acontecimientos no puede violar.Alli no hay traumas y no se guarda dolor alguno.Es el espacio mental que cura y que todos buscamos para poder meditar. Si la música de acordes orientales...dulce y sabia inspiración del alma,las flores con su magnifica bellesa, los suaves aromas y la calidez de un cirio nos transportan a nuestro propio santuario interior, serenando nuestra mente, aquietando nuestro espiritu....¡aunque tan solo sea por un momento!...."se ha logrado el objetivo",traer un poco el paraiso a nuestra vida y se a conseguido llenar nuestro espiritu con la paz que solo se consigue trascendiendo a otro nivel...a un mundo nuevo...que no es precisamnete este.

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