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El urbano.

Tras caminar por las calles de Montevideo -que se le hacían largas-, el urbano decidió detenerse a tomar un café.
Su mochila era pesada y la misma, además de su
billetera con sus documentos que lo acompañaban siempre, en un derrotero que esa realidad virtual le imponía.
Fué a su departamento en donde tenía guardadas en un cajón, credenciales y certificados por todos los países de Sudamérica por los que había
pasado.
Tenía una cédula de identidad que era su documento más viejo, ya que lo poseía desde que
tenía 13 años de edad.
Poseía asimismo una innumerable cantidad de pasaportes vencidos y de diarios viejos.
Esa noche, después de su rutinario día, decidió tomar otro café.
Sabía que al día siguiente tendría que cargar otra vez con su mochila y sus documentos, pèro
esta vez para tomar fotografías de los subterráneos de la ciudad.
Fué así como se recostó en su pequeña cama y fumó un cigarrillo antes de dormir.
Poseía además una viejísima radio de onda corta que lo comunicaba con todos los países del mundo.
El urbano finalmente durmió 4 horas y se despertó a las cinco de la mañana, que todavía era de noche.
Era, en realidad, el único sobreviviente humano de un proceso de transformación que convertía a los mismos en seres virtuales.
Ya eran las 7 y 30 horas de la mañana, y tomó café y fumó sus últimos dos cigarrillos que le quedaban de un cartón que trajo en su viaje por Paraguay.
Luego tomó un baño en su departamento y fué al Correo Nacional de Montevideo, en donde despachó esos diarios antiguos a sus únicos dos destinatarios humanos/no virtualizados que tenía: un amigo de la infancia que se encontraba en la Argentina y otro humano que había sido el gran amor de su vida: una mujer brasilera llamada Leila.
Efectivamente; esos diarios estaban escritos durante el proceso de robotización de los seres humanos.
Fué entonces al correo, y luego a los subtes a tomar fotografías de lo que todavía eran.
Esa era su misión: tomar nota, tanto escrita como por intermedio de su cámara, de lo que todavía era el mundo sin que nadie lo advirtiera.
Fué así como fumó sus cigarrillos, tomó su café y cargó nuevamente con su mochila rumbo a los subterráneos.
LLegó, tomó fotos de los túneles, de los trenes y decidió quedarse a vivir en uno de ellos para siempre.PABLO
Datos del Cuento
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