Sólo buscaba su destino, encontrar aquello que llenara por fin su desgarrada vida, después de tantos años vagando como un fantasma, sin descanso, sin esperanza, pero se vio empujada a ese mundo triste y oculto, en el que los niños se morían de hambre y las mujeres eran maltratadas por los poderosos, y se desengañó de lo que habia sido antes vida para ella.
Recordó las opulencias y las vacías vanidades, la suntuosidad que proporcionaba el oro y la saciedad que daban los buenos manjares, pero todas aquellas imágenes le atormentaban, le acuchillaban el alma mientras sus ojos veían la presente amargura, y las apartó con asco.
Luego se acercó a los humildes y les prometió salvarles, arrancarles de la tela de araña donde los fuertes les devoraban día tras día sin escrúpulos, aunque tuviera que morir mil veces, o acabar en el mismo Infierno.
Poco a poco el ansia de libertad fue alimentando el espíritu de las gentes, hasta que un día se enfrentaron a la araña, y venciendo escaparon lejos. Después de caminar mucho tiempo, llegaron a una región fertil y allí se establecieron, construyeron grandes ciudades y vivieron felices. Pero el tiempo pasó rápido, y mezquino trajo vanidad y malicia a aquel pueblo, que inexorablemente fue convertiéndose en eso que tanto había odiado. Y así atacó a otros pueblos, olvidando todo lo que le había salvado, codiciando todo lo que pudiera darle la guerra y la espada, y durante muchos años se les temió, hasta que un ejército que venía por mar desde occidente los aniquiló para siempre.