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Ella, la que sólo odié por dos minutos

Allí estaba, con su infatigable sonrisa de dientes blancos y perfectos. Creo que la empecé amar en el momento mismo que decidió tomarse conmigo un café y dejar que yo tocara su brazo con la excusa de que simulaba la aplicación correcta de una crema antinflamatoria. Su piel poco traslúcida, igual que su alma, aparentemente no dejaba que nadie muriera en ella. Me aventaba lejos de donde yo estaba habitualmente y luego me regresaba a su lado con el antojo que ella quisiera. Sus palabras taladraban el poco cerebro que funcionaba en mi cabeza, a veces me desgarraba el cerebro que tenía en un costado del pecho y casi siempre jugaba con el cerebro que tenía más abajo (que es con el que todos los hombres piensan.)
La rutina no fue bienvenida cuando estábamos juntos, al igual que la angustia y la razón. Recuerdo que una vez decidimos no hablarnos por un rato y empezamos a escribir grandes letreros con un pedazo de ladrillo sobre el asfalto. Otro día, me besó en los ojos para que le entendiera que su amor había que verlo y dejarlo así.
La necesidad de estar con ella era más fuerte que la misma necesidad de estar conmigo mismo. Ahuyentábamos las noches porque ella tenía que salir corriendo para su casa, N. la esperaba para tratar de amarla. Él era uno de esos tipos que no sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Yo, en cambio, veía en ella algo que estaba perdido y que podía tener, poco a poco, con calma, diciéndole que la vida se encargaba de ponernos basura en el camino, estiércol de animales galácticos disfrazados de hombres y mujeres, desechos tóxicos de boberías que uno aprende en un recinto cerrado. Pero que no todo estaba perdido, a veces llegaban seres de la nada y no permitían contagios seguros, lunáticos que podían permanecer con alguien largas temporadas de inviernos y veranos. Este era un insignificante tramo de la vida al cual no se le debía prestar la mayor atención.
Pasé días sin verla. El cielo permanecía gris y las calles de esta sucia ciudad no nos veían pasar. El asfalto dejó de soportar nuestras silenciosas conversaciones. La rutina empezó a caer en mi cabeza como gotas de agua parecidas a una tortura extranjera. Empecé a extrañar su olor detrás de las orejas y a su piel que había empezado a dejarme seguir para poder morir en cada poro. Nunca volví a ver sus ojos ni a besar su risa. Nunca volví a tocar sus pequeños senos ni a visitar el río de vellos que bajaba desde su ombligo para perderse abajo, en mi lugar.
Ella se acomodó en el hombro de N. fingiendo ser una niña perdida entre los demonios y las sombras. Dejó de ver la luz conmigo y yo me volví ciego, no veía más allá de mis narices y por eso aún estoy solo. Ella me chupó como la mantis religiosa lo hace con sus víctimas y yo me dejé, simplemente porque me gustaba. Detestaba imaginármela besando a N. Me apuñalaba la cabeza cada vez que veía en mi mente la imagen grotesca de su cosa entrando por el lugar que me pertenecía, el que yo creía que era sólo mío.
N. simbolizaba todo lo que yo era capaz de asesinar de un solo pisotón o de una palmada. Ella, la que sólo odié por dos minutos, decidió quedarse para siempre con ese parásito. Yo permanecí solo, fundando países en reinos mágicos y libres, inventando palabras como si nadie antes lo hubiera hecho, planeando viajes a senderos luminosos y ciudades más crueles que esta.
Datos del Cuento
  • Autor: porron
  • Código: 9853
  • Fecha: 07-07-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.13
  • Votos: 54
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2242
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
ARCANGEL
invitado-ARCANGEL 13-04-2005 00:00:00

Me fascina esa forma triste y enigmática de describir las cosas, no aludo a éste relato únicamente. Curiosamente todos llevan una carga de melancolía, pero sinceramente, me gusta mucho tu estilo. Al igual que me sorprende la ausencia de votos, aunque en ésta página no debería de sorprenderme nada. Ahí va el primero y único. Animo, me pareces un fenómeno!

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