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Categoría: Hechos Reales

Emigrante

Asió la maleta de cuero envejecido –que se había transmitido de generación en generación en esa familia de eternos emigrantes, como sus genes de tez morena y pelo oscuro- con unas falanges formadas ya no por calcio, sino por puro terror. Con firmeza, con fuerza, con miedo, sujetaba la maleta próxima a su cuerpo, como una extremidad más.
Sabía que toda su riqueza estaba contenida en el único objeto que la acompañaba y ella lamentaba que el rictus de la cremallera no destilara palabras de consuela. Deseaba que brotaran dos brazos que la mecieran en las situaciones más duras y le transmitieran algo de calidez. O tal vez, que le brotaran unas alas y se la llevaran lejos de la realidad asfixiante. Aun así, la maleta le era de una gran utilidad como cojín y, en los peores momentos, sobre ella lloraba, formando riachuelos de barro sobre su geografía de polvo de camino sobre cuero.
Como sus hermanos habían hecho años antes (emulando a sus padres, pero sin Atlántico por cruzar), partió, huyendo del barrio tosco y mísero, del peso del vacío instalado en el estómago, de la violencia y de un destino no querido –futuro de calles oscuras y camas desconocidas-; pero aún así, lejos ya de su barraca, notaba como se le aferraba a los tobillos, como una compañera no deseada, la pobreza de la que huía.
Palpitante tras su sombra, siguiéndola escondido tras los arbustos, en los recodos del camino, le perseguía el recuerdo de aquella tarde: uno de sus tantos primos, veinte años mayor que ella, entró borracho en el patio trasera de la barraca, donde ella se afanaba en limpiar la ropa dentro de un barreño, la agarró por el brazo, la zarandeó como a una muñeca, pateó el barreño, le musitó unas palabras ininteligibles y la penetró con fuerza animal mientras su aliento ebrio le recorría el cuello y el agua sucia le mojaba la espalda. Volcó todas sus lágrimas y tomó la segunda decisión importante de su vida –la primera había sido obedecer a la mano, que tras venir al mundo le golpeó el trasero para forzarla a llorar-: Partió.
Cuando no notaba la miseria prendida de sus pies o el recuerdo persiguiéndola, la hosca mirada de la gente rociaba su piel de un sentimiento de rechazo y sentía en su cuello, como un pesado collar, el miedo de ellos a lo desconocido, a lo incierto, que en ese momento se traducía en su presencia. Sin embargo, no se doblegaba nunca del todo y seguía su camino hacia la frontera. Ordenaba a sus piernas que siguieran dejando pequeñas hendiduras en la tierra, pequeños fragmentos de sus pies ya duros, en el recorrido que tantas veces había inventado en sus sueños de infancia.
Cuando la noche la sumía en su oscuro silencio, en cualquier trecho entre su antigua y su nueva vida, soltaba la maleta y en las asas quedaba el rastro de sudor de todo un día. Entonces, y sólo entonces, abría las entrañas de su compañera y miraba, ensimismada, su única riqueza: su amor propio, reluciente y de colores, contenido entre las paredes de cuero, el amor propio arrebatado con el que se volvería a vestir en cuánto pasara la frontera.
Datos del Cuento
  • Autor: Vet
  • Código: 3750
  • Fecha: 30-07-2003
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 4.22
  • Votos: 46
  • Envios: 1
  • Lecturas: 6171
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 03-08-2003 00:00:00

Antes que nada, me encanta tu nombre, lo encuentro genial. En cuanto al cuento, excelente, como todos los de Vet. Qué africanos insistentes, ¿ no ?

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